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COLUMNA
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El camino inverso

El diagnóstico está hecho desde hace mucho tiempo: la gente huye de la España pobre a la rica

Julio Llamazares
Flores en una carretera de Soria.
Flores en una carretera de Soria. GETTY

Lo contaba Heraldo de Aragónhace unos días: Lorena Genzor y Jesús Rodríguez, dos jóvenes ganaderos asentados en una aldea de la provincia de Soria, de la que son los únicos vecinos en invierno, han tenido un niño. Es el primero que nace en la aldea, de nombre Pobar, desde hace medio siglo como bien sabe la periodista que firma la información, natural ella misma del despoblado lugar. Lo curioso es que ninguno de los dos pastores nacieron en él. Ella es de Zaragoza (de la ciudad, además) y él, de la vecina La Rioja. Los dos han hecho, pues, el camino inverso que los antiguos vecinos de Pobar, que huyeron de un territorio enclavado en el epicentro de la llamada Laponia española, esa geografía fantástica que abarca el Sistema Ibérico y en la que la densidad demográfica es menor que en la de la región escandinava del Norte.

Que el nacimiento de un niño sea noticia en la prensa, incluso en la de fuera de la provincia en la que el niño nació, da fe de la envergadura de un problema que afecta a muchas comarcas de la llamada España vacía, que uno prefiere decir despoblada, puesto que hay gente que continúa viviendo en ella, pero lo más destacable para mí de la noticia es que los jóvenes padres (emprendedores en la terminología actual) no tengan ninguna ayuda especial por atreverse a serlo donde lo han sido. Al revés, en el camino inverso que han emprendido (y que seguirá su hijo, obligado a acompañarles en su vital peripecia) de la España desarrollada a la abandonada y de la ciudad al campo lo único que encuentran son dificultades, cuando no inconvenientes y trabas de todo tipo. Ni una sola desgravación fiscal por vivir en la España más abandonada y pobre, ni una ayuda para su ganado al margen de las establecidas para todo el país, ni un recorte en los gastos de desplazamiento como sí ocurre, pongo por caso, con los habitantes de las islas Baleares y Canarias, tengan estos la renta económica que tengan. A Lorena y a Jesús desplazarse en su coche a Soria (otra posibilidad no tienen), a 25 kilómetros, por carreteras tercermundistas les sale igual de caro que a un balear volar a la Península. En eso les pasa igual que a sus vecinos de la comarca de Tierras Altas, donde los pocos que quedan son resistentes numantinos como bien saben mi amigo Antonio Arroyo, único cura en toda la zona y con más de medio centenar de parroquias, la mayoría deshabitadas del todo o casi, eso sí, a su cargo, y el personal sanitario y de asistencia social de la zona. Vivir en la España pobre es más caro que en la rica, cuando debería ser al revés.

Recientemente, la comisionada por el Gobierno para el Reto Demográfico, la diputada Isaura Leal Fernández, declaraba a este periódico que la situación demográfica en determinadas regiones españolas, principalmente del interior, “no admite más demoras, hay que actuar ya”. El diagnóstico está hecho desde hace mucho tiempo: la gente huye de la España pobre a la rica (en oportunidades de trabajo, en servicios, en posibilidades de llevar una vida digna) y cada vez lo hace en más número. Seguir, pues, teorizando sobre el asunto es perder el tiempo. La mitad de España se desertiza y nadie lo parará mientras que, como los dos pastores de Pobar, los Gobiernos no tomen el camino inverso que han seguido hasta la fecha, que ha sido el de primar a las regiones más ricas en perjuicio de las desfavorecidas.

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