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COLUMNA
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Cóctel de sangre

La Casa Blanca todavía no se ha enterado, pero el cóctel de sangre puede salpicar a quien no se aparte a tiempo

Lluís Bassets
Mike Pompeo, el Secretario de Estado de EE UU, junto a Mohammed Bin Salmán, el príncipe heredero y primer ministro saudí, en Riad, el pasado 16 de octubre.
Mike Pompeo, el Secretario de Estado de EE UU, junto a Mohammed Bin Salmán, el príncipe heredero y primer ministro saudí, en Riad, el pasado 16 de octubre. LEAH MILLIS (AFP)

El cóctel era explosivo y acaba de estallar. Dos son sus ingredientes: un príncipe medieval, cruel y sanguinario y un país de economía globalizada, primer exportador de petróleo, socio de las principales multinacionales e inversor de máximo nivel en las bolsas europeas y americanas, segundo cliente del mercado armamentístico mundial y aliado estratégico y protegido de la primera superpotencia bajo la caótica presidencia de Trump.

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La trágica muerte de Jamal Khashoggi en manos de los sicarios del heredero de la corona, Mohamed bin Salman (MBS) es una nueva y grave avería en la globalización desgobernada de la época trumpista. Crímenes como el del consulado de Estambul ha habido muchos en la historia, pero pocos han tenido tanta centralidad y tanta capacidad desestabilizadora. Quien lo concibió, siguiendo viejas pautas del asesinato de Estado, no contaba con la globalización. Incluso averiada, es un escenario en el que es difícil escabullirse y ocultarse.

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A falta de la única e improbable investigación que requeriría el caso, por parte de una institución internacional con credibilidad, MBS ya es a ojos del mundo un tirano sangriento más como los han visto a puñados los árabes en su historia, y no el reformador visionario que iba a modernizar y abrir Arabia Saudí como hizo Gorbachev con la Unión Soviética. Ahora está en el frontispicio de los gobernantes asesinos junto a Sadam Hussein y Mohamed Al Gadafi, que terminaron muy mal, o de Hasan II, que murió en la cama, pero también hizo desaparecer a un adversario como Mehdi Ben Barka en 1965, secuestrado, asesinado y probablemente disuelto en ácido.

Este asesinato afecta a la estabilidad del Estado saudí, una monarquía feudal sin reglas, ni siquiera de sucesión, que se rige únicamente por las relaciones de poder —la fuerza, por tanto— bajo la ley islámica interpretada de la forma más rigorista posible. MBS, como sospechoso número uno, tendrá alguna dificultad adicional para suceder a su padre, el rey Salman. A pesar de la opacidad del régimen, se sabe que la grieta divide a su extensísima familia, especialmente aterrorizada después de que MBS detuviera y confiscara los bienes de 200 príncipes y magnates, y más ahora cuando liquida a alguien como Khashoggi, que fue consejero y confidente de príncipes, ministros y anteriores monarcas.

La avería afectará también a los planes económicos de MBS y a sus reformas desde arriba, incluida la salida a bolsa de Aramco, que iba a ser la mayor de la historia. Pero sobre todo a las relaciones saudíes con el mundo y, como consecuencia, al equilibrio geoestratégico de la región, y a las dos guerras abiertas, una en Siria y otra en Yemen, en las que tiene una polémica y activa participación. A Trump y a su yerno Jared Kushner, amigo personal de MBS, les será más difícil convencer a alguien, en concreto al Congreso de los Estados Unidos, respecto a la preeminencia de Irán en la jerarquía de la maldad en Oriente Próximo. La Casa Blanca todavía no se ha enterado, pero el cóctel de sangre puede salpicar a quien no se aparte a tiempo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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