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Tribuna
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El teatro bajo la arena

La política empieza a concebirse en España como una rama más del entretenimiento. Lo político debe volver a proyectos claros de país, líneas de acción y narración comprensibles y capacidad de pacto

Eduardo Madina
EULOGIA MERLE

Un cielo adormecido de pronto

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se despierta… En lugar de nubes nuevas, trae el teatro bajo la arena”

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Jesús Arias y Antonio Arias.

Lagartija Nick

En la Huerta de San Vicente la habitación de Federico García Lorca trajo de nuevo a mi memoria una de las obras quizá menos conocidas del poeta granadino: El público.Un texto escrito entre Nueva York y Cuba, pero quién sabe si terminado sobre el elegante silencio de aquel escritorio. El hartazgo y el cansancio con el que denominaba falso teatro de máscaras llevó al autor a plantear una nueva manera de comprenderlo. Para ello, demandaba una autenticidad completa y total en la representación, una autenticidad honesta y descarnada que sirviera para llevar al público a una verdad cruda y desnuda. Un teatro bajo la arena situado en las antípodas del que habitualmente ocupaba los escenarios al aire libre, que se representaba a la manera tradicional y que muchas veces veía frívolo y vacío.

Lorca quería verdad, salir de las representaciones impostadas, repetidas y gastadas para poder llevar la obra hasta el fondo de la naturaleza humana, a lugares menos cálidos, a preguntas más difíciles y espejos más incómodos, a algunas de las cosas que no nos decimos.

Resulta inevitable pensar en lo positivo que sería un proceso así en la conversación política española. Seguramente no es responsabilidad de ningún Gobierno ni de ningún partido en particular, pero la propaganda aparenta estar comiéndose la autenticidad de la política y da la sensación de estar llevándola hacia lugares alejados de los desafíos reales en los que el país se la juega.

Los problemas del país exigen grandes acuerdos entre fuerzas políticas, sindicales y organizaciones empresariales

Paralelamente, los asuntos rara vez duran el tiempo necesario como para que asienten y poder deliberar sobre ellos. La conversación salta de mensaje en mensaje y de anuncio en anuncio. Va solapando unos con otros hasta hacerlos desaparecer. Tanto que parecen capítulos de una serie, que pasan y se olvidan, sin hilos conductores ni conexiones claras. Cataluña al margen, resulta muy complicado adivinar cuáles son los temas principales del debate.

Mientras tanto, los problemas esperan en un país con algunos retos de enorme magnitud. En algunos casos, auténticos desafíos de época que necesitan de grandes reformas y de cambios completos de mentalidad, que solo se pueden afrontar desde la honestidad, la seriedad y la estabilidad de las propuestas y que solo se pueden llevar a cabo desde grandes acuerdos entre distintas fuerzas políticas, sindicales y organizaciones empresariales. No hay otro camino si se pretende que las transformaciones sean sólidas y duren en el tiempo. No hay otra vía si se busca rebajar nuestro nivel de vulnerabilidad ante el futuro.

Nuestra economía, por ejemplo, que tiene que incrementar de forma urgente sus capacidades competitivas por valor añadido y formación, reducir la tasa de endeudamiento e incrementar la capacidad de ahorro de un país que necesita mejorar esas dos variables. Nuestro mercado de trabajo, que debe recuperar los derechos perdidos con la gran devaluación interna aplicada por el anterior Gobierno y anticiparse a la inmensa transformación productiva que traerá la inminente revolución digital y robótica. Nuestra formación profesional, lejos todavía de los modelos más avanzados de la Unión Europea ante unas relaciones laborales que serán completamente distintas en los próximos años. Nuestro Estado de bienestar, que deberá redefinir su naturaleza y ampliar su tamaño ante la inmensa transformación que ya llega de la mano de los cambios tecnológicos. Nuestra educación cero-tres años, origen de las desigualdades posteriormente consagradas en el ciclo de la vida y primer escalón de un modelo social que pretenda definirse como sólido.

Nuestro modelo territorial, con alguna grieta enormemente preocupante en Cataluña, que requiere además de reformas y actualizaciones para un funcionamiento más clarificado y eficaz de las Administraciones y los servicios públicos.

La demografía y la inmigración, en un país con indicadores de natalidad inferiores a la media europea, con tendencia al envejecimiento y con un debate migratorio excesivamente tímido ante los publicistas del miedo.

Seguramente, hay más retos de trascendencia alta, pero con la excepción de la lucha por la igualdad —que afortunadamente el feminismo ha colocado en el centro de la agenda—, ninguno de ellos estructura la conversación política diaria en nuestro país.

Nuestra economía tiene que aumentar sus capacidades competitivas, reducir la deuda y elevar la tasa de ahorro

Entretanto, produce escalofríos pensar que esté permeabilizando aquí lo que tan habitual se está volviendo en otros países; que empiece a concebirse no solo la política sino lo político como una rama más del entretenimiento, a interpretarse de manera similar a como se interpretan las tramas de ficción y los guiones de Netflix. Cuando eso sucede, otras experiencias nos enseñan que la naturaleza de la representación de algunos líderes se transfiere desde el campo de la ficción audiovisual al ámbito político e institucional. A qué se parecen si no Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro o Matteo Salvini, qué son sino personajes imposibles de creer fuera de la ficción. Sus intervenciones y sus discursos, llenos de barbaridades, de exageraciones y de odio, su manera de comportarse y actuar, entre anticívica y esperpéntica, todo eso parecía imposible hasta hace unos años fuera de un contexto de ficción. Y, sin embargo, son reales. Tanto que, en ocasiones, superan con creces los límites creativos del mejor de los guionistas posibles.

La semana pasada, voces políticas similares, que también parecen salidas de una trama de ficción, llenaron Vistalegre. Y no, no es que ya estén aquí. Ya lo estaban. A la espera del contexto, la financiación y los apoyos necesarios. Y los han encontrado. Esperemos que, cuando se recuenten los votos en los siguientes procesos electorales, estos no sean bastantes más de los que detectan algunas tendencias sociológicas.

Para evitarlo y para colocar a nuestro país en mejores condiciones ante los retos que tiene y las transformaciones que llegan es urgente que lo político vuelva a donde otras veces estuvo; proyectos claros de país contrastados dialécticamente, líneas de acción y narración comprensibles, estables en el tiempo y coherentes junto a capacidad de renuncia y de pacto para las reformas que se necesitan.

Siguiendo la imagen de Lorca, buscar la autenticidad. Y mirar con ella a los ojos de las verdades difíciles y de los hechos ciertos.

Eduardo Madina es director de Kreab Research Unit, unidad de análisis y estudios de la consultora Kreab en su división en España.

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