Gobiernos fuertes
No podemos olvidar que la vida política española ha funcionado durante muchos años bajo el modelo de un bipartidismo imperfecto
A diario se enfatiza la debilidad parlamentaria como un problema que aqueja al Gobierno de la Nación y que permite dudar de su capacidad para agotar la legislatura. Sí, efectivamente, gobernar con un respaldo parlamentario de 84 diputados exige invertir mucho tiempo en lograr el apoyo de otros grupos parlamentarios para sumar las mayorías que permitan aprobar las iniciativas legislativas. Las dificultades son muchas y el éxito nunca está asegurado del todo. De ahí que se haya instalado esa apelación constante a la convocatoria de elecciones como solución. Sin entrar a valorar la oportunidad de tal prerrogativa, incorporo otro enfoque que nos permite calibrar mejor la dinámica que impone una fragmentación de la representación política como la actual.
El Parlamento, conviene tenerlo presente, es el reflejo institucionalizado de la pluralidad que la sociedad manifiesta con la preferencia de su voto. De ahí que su función natural no sea la de aprobar las iniciativas del Gobierno en su formulación original, salvo que éstos dispongan de una mayoría suficiente. Tampoco la de impedir su tramitación. El bloqueo, como expresión de la acción política de la oposición, es una mala praxis que en nada contribuye a mejorar la vida de los ciudadanos. La lógica propia de un parlamento debe ser, más bien, la de enmendar iniciativas legislativas para que la norma resultante gane legitimidad democrática y responda mejor a los intereses de una amplia mayoría social.
Siendo cierto todo ello, no podemos olvidar que la vida política española ha funcionado a lo largo de muchos años bajo el modelo de un bipartidismo imperfecto con gobiernos asentados en sólidas mayorías parlamentarias. No es el momento de analizar las causas que facilitaron aquel escenario, ni tampoco apuntar las razones que explican la reversión del mismo. Basta con señalar ahora que la actual realidad política dista de aquella otra y se apoya en un Gobierno respaldado por una mayoría muy minoritaria, un parlamento fragmentado y una oposición muy poco cohesionada que, sin embargo, puede alinear su voto en determinadas circunstancias.
La transformación que ha sufrido el paradigma de representación parlamentaria en España todavía no ha acabado de cambiar el comportamiento de unos actores políticos que, en ocasiones, todavía se manejan bajo la nostalgia de quien se niega a reconocer al Gobierno legitimidad para concluir la legislativa al carecer de una amplia mayoría parlamentaria. También los ciudadanos y los operadores económicos expresan cierta incomodidad con un entorno político volátil e incierto. Sin restar importancia a lo dicho, convendría no engañarnos. De hecho, ni siquiera si hoy se convocaran elecciones generales resultaría realista imaginar un Gobierno monocolor con mayoría suficiente para desarrollar un programa sin contar con el resto de fuerzas parlamentarias. Más allá de cuándo se celebren las elecciones en España, quizás valdría la pena concentrar ahora los esfuerzos en exigir y apreciar el trabajo de quien asume la responsabilidad de Gobierno (y oposición) con la única fórmula que garantiza hoy la gobernabilidad y la estabilidad del país: pactar hasta ensanchar suficientemente las bases del acuerdo ¿Es mucho pedir?
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