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Tribuna
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Una obra de concordia

Urkullu propone que el nuevo Estatuto vasco sea “un acuerdo amplio y transversal” con tanto apoyo como el de Gernika

El lehendakari Iñigo Urkullu, en el Parlamento vasco.
El lehendakari Iñigo Urkullu, en el Parlamento vasco.EL PAÍS

Ante la controversia política que suscita la elaboración del nuevo Estatuto vasco, conviene conocer sus precedentes históricos desde la República. En 1931, el líder socialista Indalecio Prieto indicaba al PNV de José Antonio Aguirre: “El Estatuto vasco tiene que ser una obra de concordia y transigencia. Primero, una obra de concordia dentro del País Vasco” y, después, “respecto de toda España”. Prieto criticaba el Estatuto de Estella, un proyecto de nacionalistas y carlistas, clerical (concordato vasco) y antidemocrático (negación de los derechos políticos a los inmigrantes del resto de España). Dicho proyecto, que naufragó en las Cortes, fue el “error de Estella” del PNV.

Aguirre rectificó pronto ese error y aceptó elaborar un Estatuto acorde con la Constitución republicana, que solo fue factible en 1936 gracias a su entente cordial con Prieto. El Estatuto vasco, aprobado en la Guerra Civil, supuso el nacimiento institucional de Euskadi, que nunca había existido como entidad jurídico-política. Su principal consecuencia fue el primer Gobierno vasco del lehendakari Aguirre en octubre de 1936. Aunque ese Estatuto apenas tuvo nueve meses de vigencia en Euskadi, al ser conquistada por el Ejército de Franco en junio de 1937, el Gobierno vasco subsistió en el exilio durante más de 40 años, hasta enlazar con el Estatuto de Gernika, aprobado en 1979.

Los Gobiernos de Aguirre y de Leizaola sobrevivieron tanto tiempo porque fueron de “unidad vasca”, sustentados en la coalición PNV-PSOE. No hubiesen perdurado si el PNV hubiese impuesto la “obediencia vasca” a los socialistas, obligándoles a asumir el derecho de autodeterminación de Euskadi. Este intento de Aguirre provocó una grave crisis durante la II Guerra Mundial. A su término, Aguirre dio marcha atrás: renunció a dicha “obediencia” y formó un nuevo Gabinete de “unidad vasca”.

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En la Transición, los dirigentes del PNV no repitieron sus errores de 1930-1931, participaron en los organismos de la oposición democrática y continuaron su alianza con el PSOE (entonces ya PSE) en el Consejo General Vasco. El PNV no votó la Constitución de 1978, pero fue el principal artífice del Estatuto de Gernika, que ha sido su mayor éxito político-institucional. Con él ha gobernado Euskadi desde 1980, salvo el trienio del Gobierno socialista de Patxi López.

El PNV debe tener en cuenta los antecedentes históricos: sus “errores de Estella” de 1931 y 1998; sus aciertos en 1936 y 1979

Los mayores enemigos del Estatuto han sido ETA y la izquierda abertzale, que lo declaró “muerto” hace décadas. Si continúa vivo se debe al fracaso tanto del Pacto de Estella (1998) como del plan Ibarretxe (2004), rechazado en las Cortes. Consecuencia de la vía radical de Ibarretxe fue la pérdida del Gobierno vasco por el PNV en 2009. Su giro hacia la moderación, liderado por Iñigo Urkullu, le permitió no solo recuperar el Ejecutivo autónomo en 2012, sino también conseguir el mayor poder institucional del PNV en toda su historia y la estabilidad política gracias a sus pactos con el PSE, con el que gobierna en coalición.

Urkullu ha retomado la tradición predominante en el PNV: el pragmatismo y la alianza con fuerzas no nacionalistas. El lehendakari ha propuesto que el nuevo Estatuto vasco, que sirva “al menos para una generación”, sea “un acuerdo amplio y transversal” entre diferentes con tanto apoyo como tuvo el Estatuto de Gernika. Sin embargo, esto es imposible con las bases pactadas por su partido y Bildu, porque suponen un regreso al frente nacionalista de Estella y al plan Ibarretxe en temas fundamentales como el “derecho a decidir”, la “consulta habilitante”, la distinción entre ciudadanía y nacionalidad vasca. Los partidos no nacionalistas y el Gobierno de Pedro Sánchez han advertido de que un Estatuto soberanista será rechazado por el Congreso. El sector del PNV, encabezado por Joseba Egibar, negociador de esas bases, ha metido en un atolladero al lehendakari, del que solo puede salir si las renegocia con el PSE. Según la historiadora Margaret MacMillan, “la clave de un buen líder es saber dar marcha atrás”. Aguirre lo hizo en 1932 y 1945. Urkullu puede hacerlo para lograr su objetivo: un nuevo estatus para Euskadi.

El PNV debe tener en cuenta los antecedentes históricos: sus “errores de Estella” de 1931 y 1998; sus aciertos en 1936 y 1979. Su “péndulo patriótico” tiene que decantarse por el pragmatismo de Urkullu o por el soberanismo de Egibar. Sabe que no puede acordar el Estatuto con Bildu y seguir gobernando con el PSE. Tiene que optar por aprobar el Estatuto con la fuerza que justificó el terrorismo de ETA o con su aliado en el Gobierno vasco durante 56 de los 82 años transcurridos desde 1936. El principal referente de Urkullu es Aguirre. Ahora puede ser su digno heredero, pactando el Estatuto con el PSE, o ser un segundo Ibarretxe con un proyecto fallido. El consejo de Prieto a Aguirre, “el Estatuto vasco tiene que ser una obra de concordia y transigencia”, es válido hoy para que se apruebe el nuevo Estatuto. Tal es el reto histórico que debe afrontar el lehendakari.

José Luis de la Granja Sainz es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.

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