Pasado frente a futuro en los Balcanes
Frente a la apuesta del primer ministro macedonio, el pasado proyecta su sombra sobre los presidentes de Serbia y Kosovo
Dos hombres que representan el pasado más áspero de los Balcanes parecen haber emprendido una huida hacia delante. Los presidentes de Serbia, Aleksandar Vucic, y Kosovo, Hashim Thaci, no hace tanto líder nacionalista radical y comandante de la guerrilla alzada contra Belgrado, respectivamente, estuvieron a punto de cerrar un acuerdo en agosto sobre una nueva demarcación fronteriza para zanjar el contencioso entre Serbia y su antigua provincia autónoma, donde prendió a finales de los ochenta la mecha de la desintegración de Yugoslavia.
La propuesta, alentada por varios Gobiernos extranjeros, tiene una base discutible: redefinir con tiralíneas la frontera para devolverse las poblaciones alógenas. Como una relectura oblicua de Dayton: un nuevo reparto de territorios, con su respectivo endose de minorías. Dayton puede haber funcionado en Bosnia aun hilvanado con alfileres, como recuerda cada poco la entidad serbia y sus ansias secesionistas. Pero una voladura de fronteras en los Balcanes, por muy controlada que sea, es tan peligrosa como una operación quirúrgica de intercambio de minorías: una oda al Estado étnicamente puro.
Con el pacto al alcance de la mano, a ambos enemigos volvió a alcanzarles la sombra de su pasado, del que huyen hasta ponerse en el disparadero: Vucic, durante una controvertida visita al norte de Kosovo, con su vindicación de Milosevic como “gran líder serbio”; Thaci, sobreactuando incluso frente a su Gobierno —contrario al acuerdo— con tal de superar el recuerdo de sus presuntos crímenes de guerra.
En las antípodas se alza toda una apuesta por el pragmatismo y el compromiso, concepto este más que raro en la región: Zoran Zaev, primer ministro de Macedonia y artífice, junto con su homólogo griego Alexis Tsipras, de un pacto que pone fin a 30 años de enemistad vecinal. Por eso Zaev es el mirlo blanco de los Balcanes; si las encuestas no yerran, el día 30 los macedonios aprobarán en referéndum el cambio de nombre del país para poder acceder a la UE y la OTAN. El de Macedonia era el penúltimo cabo suelto de la sangrienta descomposición de Yugoslavia; el último, un futurible ignoto, lo firman Serbia y Kosovo.
Epígonos de caudillos sangrientos y señores de la guerra travestidos en estadistas: la apuesta de Occidente por la llamada estabilitocracia ha consagrado el autoritarismo en detrimento del desarrollo democrático, la transparencia o la eficaz administración de justicia, materias muy escasas en los Balcanes. Las nuevas generaciones, las que protestan por ejemplo contra el macroproyecto urbanístico de Belgrado o la censura mediática, no han conocido más líderes que los salidos de la guerra, y asisten como convidados de piedra a la forja de su propio porvenir. Por eso Zaev brilla como oro en paño, porque es un líder con coraje para hacer concesiones y con una meta, el futuro.
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