Detectives de supermercado: ideas para hacer una compra saludable en familia
Ir al supermercado puede convertirse en un verdadero reto para los padres de niños pequeños. O no. En realidad, puede ser una oportunidad de oro para aprender a hacerla todos juntos
Hacer la compra semanal puede convertirse en un verdadero reto para los padres de niños pequeños. O no. En realidad, puede ser una oportunidad de oro para aprender a hacerla en familia. Y es que, mientras que algunos profesionales de la nutrición consideran que es mejor que los padres acudan siempre solos al supermercado para evitar tentaciones o rabietas por la compra de productos insanos, otros consideran esta tarea una oportunidad fantástica para enseñar a los más pequeños a hacer elecciones adecuadas y saludables. Una oportunidad siempre que lo hagamos bien, claro, ya que ir a comprar a un supermercado sin motivación e información para un menú saludable, sin una lista clara de los alimentos que necesitamos para nuestro menú semanal, con hambre y con prisa, y con los niños cansados, es poco o nada recomendable.
“El supermercado se puede considerar como uno de los terrenos de entrenamiento más desafiantes para los padres que quieren que sus hijos coman bien: los niños cansados y aburridos y caminando por pasillos llenos de paquetes con envoltorios llamativos, que contienen alimentos ricos en grasa y azúcar, ponen a prueba nuestra capacidad para mantenernos firmes en nuestra convicción de no ofrecerles determinados alimentos. En cuestión de un minuto y sin haberlo premeditado, podemos haber metido en el carro de la compra tres paquetes de galletas con forma de animalitos y extrabañadas en chocolate solo por no escuchar las demandas de los pequeños”, explican Jaume Giménez, dietista-nutricionista y Yolanda Fleta, coaching nutricional, ambos fundadores de Nutritional coaching y autores de Coaching nutricional para niños y padres.
Para ambos expertos es importante que tengamos en cuenta la planificación de la compra: tanto el qué vamos a comprar, como el dónde vamos a comprarlo, pasando por el cuándo, intentando elegir los momentos más relajados o descansados para evitar este tipo de batallas: “Si vamos a comprar con ellos con una lista en mente, sabiendo cuáles son los alimentos que vamos a comprar, y además elegimos realizarla en lugares más “salud-friendly” como es el mercado, donde los niños van a poder caminar entre frutas y verduras, y no por los mencionados pasillos, puede ser una experiencia más positiva”. Inciden en que el entorno es un condicionante muy importante para las preferencias y elecciones de nuestros hijos, algo a lo que los padres podemos dar la vuelta a nuestro favor. “El acceso o exposición a los alimentos es uno de los factores que condiciona su consumo por lo que, si hay que exponerse a algún alimento, que sea del grupo de los saludables”, dicen.
Lo que podemos aprender en la compra
El trabajo previo para que nuestros hijos coman sano parte de nosotros, claro, porque aunque la publicidad y el entorno social y familiar tienen un peso importante en su alimentación y en sus hábitos, si sus mayores referentes no hacen elecciones saludables y responsables, no podemos esperar que ellos las hagan. Aprenden de lo que metemos en la nevera, en las despensas y, por supuesto, en el carro de la compra. También del tipo de consumidor que somos. Es por esto por lo que el supermercado puede ser el escenario perfecto para aprender a ser un consumidor responsable e inteligente. Según Jaume Giménez y Yolanda Fleta, podemos enseñarles a tener una conciencia respetuosa con el entorno “escogiendo alimentos de temporada y proximidad, y llevando las bolsas de casa, mejor si son de tela, para reducir el consumo de plástico”. Hacer la compra juntos también es la herramienta idónea para enseñarles a interpretar y comparar las etiquetas de los productos y así escoger con conocimiento. “Podemos comparar con ellos alimentos que supuestamente son más saludables, como por ejemplo determinados cereales, que por venderlos en la línea de los light se supone que tienen un mejor perfil nutricional, y que resulta que pueden contener más azúcar o grasa que los “normales”. O, por ejemplo, pueden aprender que cuando un alimento dice 0% de grasa, está olvidando mencionar que no contiene grasa pero que sí tiene otros ingredientes que igualmente lo pueden hacer poco saludable, como el azúcar o edulcorantes artificiales”, cuentan.
La capacidad de autocontrol, capacidad que también conocemos como fuerza de voluntad, y que por cierto deseamos a toda costa cuando somos adultos, se entrena y se educa desde pequeños, precisamente en esos momentos en los que somos capaces de diferir una gratificación inmediata”
La edad y el carácter del niño también son factores que pueden condicionar en parte la experiencia de compra. Y nadie nos libra de que en algún momento caigan las peticiones de productos insanos. Los autores de Coaching nutricional para niños y padres recomiendan respirar hondo y no dejarse llevar por la tensión que te pueda suponer su petición: “Debemos aceptar que los niños siempre, o en muchas ocasiones, van a demandar alimentos ricos en grasa y azúcar. Sin embargo, y esto se aplica tanto a pequeños como a adultos, que te apetezca algo no significa que debas consumirlo. La capacidad de autocontrol, capacidad que también conocemos como fuerza de voluntad, y que por cierto deseamos a toda costa cuando somos adultos, se entrena y se educa desde pequeños, precisamente en esos momentos en los que somos capaces de diferir una gratificación inmediata”. Insisten en que, aunque en ocasiones nos pueda dar pena no complacer a nuestros hijos en sus peticiones, puede resultarnos útil recordarnos que también es importante para su felicidad indicarles cuáles son los límites en la vida. “Es interesante ver esta cuestión desde la perspectiva de que el problema no es tanto que los niños deseen esos productos con todas sus fuerzas y nos lo pidan, el problema está en nuestra falta de capacidad para ignorar o reconducir sus peticiones. Somos los adultos los que debemos aprender a responder asertivamente a sus demandas y de acuerdo con nuestras creencias”, plantean.
Giménez y Fleta no son partidarios tanto de las prohibiciones como de las referencias claras y el sentido común por parte de los padres. “Nuestra labor es proporcionar una estructura, unas rutinas alrededor de las comidas y el tiempo para comer, ofrecerles un modelo de alimentación saludable y establecer unas normas familiares acerca de la comida. Por ejemplo: se come conversando y no mirando la tele, se recogen los platos después de comer, en casa no hay chuches… Cuando se decide que un alimento no se consume, los padres no debemos plantearlo o vivirlo como una prohibición, sino como una decisión de no incluir ese alimento en nuestra dieta de forma habitual”. La idea, por tanto, según los expertos, es plantear unas “normas de uso o consumo” que regulen cuándo se puede comer algo. “Cuando el límite está claro, los niños entienden mejor que eso “no toca” y que por lo tanto no merece la pena empeñarse en pedirlo”. Normas que van a ser útiles o no en función del ejemplo de sus padres: si nos quedamos solo con el discurso teórico pero no nos lo aplicamos nosotros mismos, el mensaje que reciben queda distorsionado.
Por último, recuerdan que no es necesario “fustigarse” si se producen las batallas por el consumo de productos insanos. Basta con coger el camino de nuevo en cuanto recuperemos la capacidad. “Tus hijos no necesitan padres perfectos, sino padres imperfectos que aprenden de sus errores y que les muestran a sus hijos amor y cariño”, señalan.
Convertirnos en detectives de supermercado
El etiquetado nutricional de muchos de los productos que encontramos en el supermercado es un verdadero jeroglífico para gran parte de la población. Basta con observar los carros en los lineales de la compra o abrir cualquier nevera para comprobar que muchos de esos productos son adquiridos con la idea de que son saludables. O al menos más saludables que otros. Por los agujeros negros que dejan las leyes europeas de etiquetado de alimentos se cuela un marketing que aprovecha el desconocimiento para ensalzar las propiedades de determinados productos o incluso para camuflar algunos de sus componentes disfrazando los “E-“ con palabras que, aunque son desconocidas, suenan más amigables.
Según el dietista-nutricionista Jaume Giménez es imprescindible aprender a leer las etiquetas y para ello explica que debemos tener en cuenta tanto de qué está hecho el producto como en qué cantidades aparecen elementos desaconsejados. “Cuando miramos una etiqueta, esta nos muestra los ingredientes que contiene un producto, ordenándolos según la cantidad que lleva, siendo el primero el ingrediente mayoritario. Es decir, si en unas barritas de avena aparece en primer lugar la avena, es que vamos bien. Si por el contrario el primer ingrediente es harina de trigo, es que nos están intentando vender un producto por otro. Además de los ingredientes es importante valorar también la cantidad que lleva el producto de ciertos elementos como pueden ser la grasa, el azúcar y la sal”, argumenta.
En Coaching nutricional para niños y padres Giménez y Fleta mencionan diversas estrategias que pueden resultar útiles y divertidas para tomar conciencia acerca de lo que comemos. Como ejemplo, la actividad del detective en el supermercado anima al niño y a su familia a analizar las etiquetas de los productos que están a la venta cuando vamos a hacer la compra. ¿Cómo ser un buen detective? Para Jaume Giménez, un buen detective en el supermercado sacará su lupa para valorar ingredientes (azúcar, grasa, sal y calorías) y tendrá en cuenta algunos valores de referencia para escoger el mejor producto.
Conviene mirar las kilocalorías de la porción o ración, y si no lo indica, calcular el aporte energético prestando atención a las calorías aportadas por cada 100 g. Se considera un alimento alto en kilocalorías cuando el producto tiene más de 200 kilocalorías por cada 100 g y bajo cuando no supera las 100 kcal.
En cuanto a grasa, se considera alto si contiene 20 gramos, moderado si contiene entre 5 gramos y 20 gramos y bajo cuando tiene menos de 5 gramos, por cada 100 de alimento.
En cuanto al azúcar, es importante saber buscarlo en las etiquetas no solo con ese nombre , sino con otros como, por ejemplo, los terminados en "osa" (glucosa, sacorasa, fructosa) o en forma de jarabe de maíz, miel de caña, sirope, etc. Se considera un alimento alto en azúcar si contiene 10 gramos o más por cada 100 gramos.
Por último, un alimento se considera alto en sal si contiene 1 gramo o más por cada 100.
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