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Tribuna
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Europa, ¿de qué hablamos?

Hay que liberar el debate europeo de un relato que solo defiende el interés de los poderosos

Fernando Luengo
Manifestación en Malta donde se entierran simbólicamente los derechos humanos en la Unión Europa por su política sobre inmigración.
Manifestación en Malta donde se entierran simbólicamente los derechos humanos en la Unión Europa por su política sobre inmigración.DARRIN ZAMMIT LUPI (REUTERS)

Una manera de desvirtuar y finalmente desactivar el debate, imprescindible, sobre la Europa que queremos y necesitamos es encerrarlo entre las cuatro paredes que levanta el pensamiento dominante y el establishment, o situarlo alrededor de dilemas, predeterminados también desde el poder.

Frente a la no Europa, representada por los populismos y los extremismos de uno u otro signo, se trataría de reivindicar más Europa, las esencias de un proyecto europeo que la crisis económica habría desdibujado y debilitado, un proyecto que habría permitido avanzar en la construcción europea, superando o esquivando las evidentes divergencias entre los países que lo integraban.

Urge desembarazarse de estas y otras camisas de fuerza. Es necesario liberar el debate europeo, y sus consecuencias políticas de un relato que, en lo fundamental, tan solo defiende el statu quo y los intereses de los poderosos. Ciertamente, Europa se enfrenta a una encrucijada histórica, y precisamente por esa razón el debate debe abordarse con otras miradas, más abiertas y al mismo tiempo más complejas.

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En realidad, ¿qué significa alinearse del lado de los que enarbolan la bandera del europeísmo? En nombre de Europa se han rescatado a los grandes bancos que estuvieron en el origen de la crisis económica; la misma bandera se ha utilizado para poner contra las cuerdas al Gobierno de Siryza, obligándole a aceptar un memorándum destinado a salvar a los acreedores, hundiendo en la miseria a la mayor parte de la población griega; también el santo y seña del europeísmo ha servido para aplicar unas políticas económicas impuestas desde Bruselas, que han agravado los problemas estructurales que arrastraba la construcción europea, pero que sí han servido para enriquecer a las élites del norte y del sur; en nombre de Europa se han llevado a cabo reformas estructurales que han desregulado las relaciones laborales, mercantilizado el sector social público, y han contribuido a la consolidación de un capitalismo con cada vez más marcado perfil confiscatorio; enfundados en la bandera de Europa se pretende una reforma de su arquitectura institucional que, además de insuficiente, representa dar más poder a las finanzas y a las grandes corporaciones, manteniendo el ADN de las políticas económicas implementadas hasta el momento; en fin, las instituciones y los Gobiernos comunitarios, vulnerando la legislación internacional en materia de asilo y derechos humanos y los acuerdos adoptados por la Comisión Europea, pretenden echar un candado sobre las fronteras comunitarias, externalizando la gestión de las personas refugiadas en países con regímenes dictatoriales. No, no es deseable esta Europa. ¿Esto significa alinearse con los movimientos populistas y xenófobos que en los últimos años han ganado espacios electorales en casi todos los países comunitarios? En absoluto. Pero conviene aclarar un par de asuntos para no alimentar la ceremonia de la confusión.

En primer lugar, estos partidos, hasta hace poco minoritarios o incluso residuales, han recibido el apoyo de grupos de población especialmente castigados por la crisis. El relato europeísta de cartón piedra y la realidad de una situación que se deteriora o se enquista a pesar de la mejora de algunos indicadores macroeconómicos, la crisis de los partidos tradicionales y muy especialmente el desplome de la socialdemocracia, cómplice o protagonista de las políticas neoliberales, empuja a una parte de la población en manos de la extrema derecha y los populismos xenófobos. En segundo lugar, hay que reconocer que una parte de las críticas lanzadas hacia el proyecto europeo y la burocracia comunitaria son pertinentes. Hay que reconocerlas para reelaborarlas en clave progresista. ¿Cerrar filas alrededor de una Europa fracasada, oligárquica y cada vez menos democrática? Ese no es el camino. Podemos debe impulsar un amplio debate sobre el euro y la construcción europea. No solo con vistas a las próximas elecciones europeas, sino como una de las piedras angulares de la acción política del partido. Este debate debe comprometer a la ciudadanía; de ninguna manera debe quedar confinado a las élites ni tampoco ser privativo de los expertos.

La reflexión sobre Europa y la acción ciudadana asociada a la misma es esencial, pues buena parte de los grandes desafíos que enfrentamos se dirimen a escala europea y global. Y porque, a diferencia de lo sostenido por el relato hegemónico, Europa actualmente es más una restricción que una oportunidad.

Fernando Luengo, economista, forma parte de la secretaría de Europa de Podemos.

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