En cosmética, la primera se refiere, ante todo, a cualquier escudo contra las agresiones medioambientales (rayos UV, infrarrojos, luz visible, polución por metales pesados, óxidos de nitrógeno o el azufre…). La industria ha implantado esta función en productos de toda condición. Existen hace más de 20 años (Clarins fue la marca que introdujo el término "antipolución"), pero hoy se han puesto de moda y, gracias a sus fórmulas a base de vitaminas E, F, y B5, ayudan a la piel a no padecer problemas como el acné ambiental, dermatitis o psoriasis.
El segundo término aparece en cosméticos que pretenden enseñar a la piel a cuidarse por sí misma, potenciando sus mecanismos biológicos de protección y reparación naturales y ayudándola a evolucionar según el entorno. Su primer logro fue un filtro solar biológico BBR, creado en 1977 por el Institut Esthederm, que favorece la pigmentación como defensa natural de la piel. Se formulan con activos presentes en el organismo y combaten las causas, no los efectos.