El precio del progreso
Jornalero de profesión cuando todavía los hoyos de los árboles se hacían con pico, capazo y legón, Juan, a sus 55 años, aquejado de artrosis, tuvo que jubilarse con un 75% de discapacidad. Con una pensión de 15.000 pesetas a finales de los setenta, se dedicó a la conservación y protección de los bosques. Tanto en su pequeña explotación familiar como en las de algunos vecinos colindantes. La recogida de leña para hornos de pan, así como para el uso de cocinas y chimeneas en invierno, garantizaba la limpieza de las explotaciones forestales. El continuo pastoreo evitaba la acumulación de follaje en el monte bajo. La despoblación de los pueblos y aldeas, las explotaciones intensivas agrarias, la estabulación del ganado y los avances del desarrollo económico dejaron a los bosques huérfanos. Aquellos jornaleros con sus dedos destrozados por la artrosis de tantas horas agarrados a sus azadas no pudieron retener a sus hijos en la aldea. Los bosques, con sus lenguas de fuego, reclaman a Juan y a su ganado para evitar la muerte y la desolación que provocan los incendios.— José Solano Martínez. Cartagena (Murcia).
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