El tirano debe caer
Los sicarios del dictador Daniel Ortega se apostaron en los alrededores de la UNAN para literalmente cazar, y ejercitarse en el macabro arrebato de apuntar y asesinar. Si no fuera por la oportuna intervención de los obispos y del nuncio, los universitarios habrían sido liquidados. Mientras hablaba de paz durante un deslucido acto para recordar “el repliegue”, sus sicarios procedieron —con su autorización— a sembrar el terror y la muerte en los predios del claustro mayor. La policía fue cómplice, complicidad ordenada desde lo más alto. En Nicaragua, en apenas tres meses, cientos de personas han muerto por la legítima aspiración de vivir en libertad en un Estado de derecho. Ortega se ha ido deslegitimando en su puesto, al extremo de pasar de ser un gobernante a ser un criminal. Ya no hay nada sensato en Ortega, ni puede existir confianza alguna en su régimen. El tirano debe caer.— Allen Pérez Somarriba. Cambridge (Massachusetts, EE UU).
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