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Columna
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No, papá

Uno de los mas importantes objetivos de la educación es que los niños conozcan las alternativas que existen a los prejuicios de sus padres

Isabel Celaá, momentos antes de su comparecencia ante la Comisión de Educación del Congreso para explicar las líneas de actuación de su departamento.Foto: atlas | Vídeo: BALLESTEROS (efe) / atlas
Fernando Savater

Bastó que la ministra portavoz del Gobierno hiciese una mención de pasada a recuperar como asignatura obligatoria de bachillerato la educación para la ciudadanía para que los guardianes de las esencias sacras alzaran a los cielos su clamor: ¡pretenden imponer una ética de Estado! ¡van a impedir que los padres elijan los valores en que educar a sus hijos! Creo que uno de los más importantes objetivos de la educación es que los niños conozcan las alternativas que existen a los prejuicios de sus padres. Sobre todo en el campo de los valores cívicos: educamos para vivir en sociedad, no solo en familia. En democracia, las leyes liberan y las tradiciones y costumbres esclavizan. Algunos padres pretenden que sus hijos tengan los pecados de la religión familiar por delitos públicos y que abominen de cuanto se sale de la ortodoxia católica, musulmana, feminista y restantes jaulas dogmáticas. Sería preciosa una asignatura que permitiese a cada cual elegir su perfil cívico desde preferencias razonadas que no descartasen las tradiciones morales pero sin doblegar la individualidad ante ninguna de ellas.

Lo difícil es establecer el contenido de esa asignatura imprescindible. Tendría que ser igual en todo el país, porque explicar que no hay ciudadanías distintas según los territorios es la lección primera del temario. Y debe combatir altos sofismas, tipo “la legalidad va por un lado y la política, por otro” (imaginen esta variante en boca empresarial: la legalidad va por un lado y los negocios, por otro). O aclarar que la Constitución puede ser modificada pero no desobedecida. Y que si la justicia es “de género”, o “de raza”, o “de clase”, deja de ser justicia para ser justificación. En fin: ¿quién enseña a los maestros lo que debe ser enseñado? Desde luego, los padres no.

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