A la búsqueda de conceptos
Académicos, periodistas y políticos utilizan una jerga que no llega a la sociedad
Cada día es más difícil encontrar conceptos útiles. Lo saben bien periodistas, académicos, editores y todos aquellos que trabajan con la información y deben proporcionar interpretación y análisis. Para ello, necesitan palabras que den sentido a los hechos y construyan un marco de ideas que explique de alguna manera la realidad. Pero la realidad se ha vuelto una abstracción contradictoria y compleja. Andamos a la búsqueda de conceptos que definan con precisión el mundo de hoy.
Un hecho como las recientes elecciones en México se presenta a través de datos de participación y votos logrados por los candidatos. El análisis electoral da lugar a titulares como “giro a la izquierda”. Es una fórmula que se repite en todos los procesos electorales y ante cualquier fenómeno político: “vuelco conservador”, “continuismo”, “apuesta progresista”. ¿Necesitan los ciudadanos estas traducciones conceptuales? Y, sobre todo, ¿ayudan a entender lo sucedido? En el caso de México, evidentemente, no.
La propia composición de las coaliciones que se presentaban, integradas por partidos con ideas contradictorias entre sí, muestra que la victoria de Andrés Manuel López Obrador no responde estrictamente a un giro a la izquierda. Sus votantes proceden de un espectro muy amplio de la sociedad mexicana dispuesta a experimentar con otra cosa. Y es esa otra cosa lo que no logramos definir y nos lleva a utilizar lugares comunes que no explican nada.
Esta crisis conceptual la sufren los medios de comunicación —como formadores de opinión pública—, los partidos políticos, los científicos sociales y los think tanks, maestros en la construcción de términos sofisticados y “nuevos paradigmas”. Todos quieren encontrar esa gran narrativa en la que encajen los fenómenos que estamos viviendo. Utilizan conceptos como populismo, autoritarismo, disrupción, posverdad. Construyen sintagmas en los que depositan una clave explicativa: regreso de los hombres fuertes, fin del orden liberal, rebelión de las clases medias, crisis de representación. No es que sean inexactos o inútiles. Lo que sucede es que han dado lugar a una jerga utilizada en debates circulares entre periodistas, políticos, analistas y académicos que muy pocas veces llega a la sociedad.
Los ciudadanos parecen ir por delante en la aceptación de la confusión y la asimilación del cambio. La tecnología y la comunicación sin intermediarios tienen mucho que ver con esto. Pero la brecha con los ciudadanos se debe en gran medida a la resistencia y lentitud de medios de comunicación, partidos, centros de pensamiento e instituciones a la hora de asumir su cuestionamiento como intérpretes sociales ante la complejidad de los fenómenos actuales.
En el ámbito internacional, esto se traduce en un nuevo orden, aunque nada remita más al pasado que hablar de un “nuevo orden”. De ahí que resulte tan difícil explicar el populismo, el proteccionismo, el nacionalismo o la xenofobia en auge. ¿Son estos los términos precisos para describir lo que está sucediendo? Como periodista y editora me lo pregunto ante cada artículo que leo, escribo o encargo. Y la respuesta que encuentro es que esas ideas ofrecen el camino más rápido, pero equivocado, para abordar el mundo hoy y ahora. ¿Qué conceptos utilizarán las futuras generaciones al estudiar la confusión de esta época?
Muy posiblemente, la falta de certeza sea el punto de partida para que el tesauro de las ciencias sociales se amplíe, si es que no se adelanta la sociedad con sus propios términos y claves explicativas. Muchos de ellos procederán, con seguridad, de China y de África, pero es más que probable que sea Occidente, sobre todo los países anglosajones, en el centro del desconcierto actual, los que vuelvan a definir el marco de análisis dominante. Al fin y al cabo, las universidades y los medios de comunicación auténticamente globales son anglosajones.
Mientras tanto, debemos acostumbrarnos a no entender, sin resignarnos a buscar los conceptos que nos ayuden a comprender. No es tiempo para certezas. Ni falta que nos hacen.
Áurea Moltó es subdirectora de Política Exterior.
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