El culo
No hay que ser un vicioso de CSI para saber que esos tuits borrados vienen a constituir una zona de sombra, una autobiografía inversa


Los tuits son las miguitas de pan que sirven para volver a casa, pero quién quiere volver a casa frente a la perspectiva de vivir en Prado del Rey. En resumen, que cuando suena el teléfono y te dicen que permanezcas atento a la pantalla, pues está a punto de caerte una subsecretaría, lo primero que tienes que hacer es salir con el móvil al callejón de atrás de tu existencia, y allí, en compañía de las ratas, vaciarlo del todo. Diez mil, doce mil, quince mil tuits, los que hagan falta, que no quede rastro alguno de tu ideario, si un ideario cabe en tan pocos caracteres.
Lleva trabajo, pero tampoco es como desescribir la Crítica de la razón pura o El segundo sexo. No se imagina uno a Simone de Beauvoir o a Kant censurándose a sí mismos. Ni a Flaubert solicitando a sus editores la despublicación de Madame Bovary. En cinco siglos de imprenta a nadie se le ha ocurrido inventar la desimprenta, pero en cuatro días de Twitter disponemos ya de un útil para eliminar de la cuenta nuestras obras completas. Aunque queda la huella, claro. No aparece el zapato, de acuerdo, pero sí su molde sobre el barro y de su molde se puede deducir hasta el peso de quien lo calzaba. No hay que ser un vicioso de CSI para saber que esos tuits borrados vienen a constituir una zona de sombra, una autobiografía inversa.
Hay gente que jamás visita esa zona de sombra como hay gente que no ha visto su culo. Pero existen ambos, el culo y la zona, aunque hasta la aparición de Internet no habíamos tenido la oportunidad de mostrarla. Al principio da gusto, pues quién no tiene un lado exhibicionista. Pero cuando llega la oportunidad de medrar, el culo no funciona. Puedes borrarlo, sí, pero queda su sombra, que es casi peor que su realidad.
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