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Tribuna
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Resiliencia o resistencia populares

El PP encara un proceso en el que puede optar entre la renovación de sus ideas con el crédito de sus protagonistas y la capacidad de sumar en una sociedad compleja o consumir los contados activos con los que cuenta el partido

José María Lassalle
ENRIQUE FLORES

El proceso de primarias que vive el Partido Popular gira alrededor de un dilema que le obliga a tener que elegir entre resetear su pasado y mirar hacia delante con ilusión o revisitarlo y cultivar un bucle defensivo sobre sí mismo. No hay término medio. Hay que elegir entre ver las primarias como una oportunidad proactiva para mejorar como alternativa de gobierno y ofrecer un relato ilusionante para el siglo XXI o, por el contrario, apostar por una actitud defensiva que merme su visibilidad política bajo la atenta mirada de sus adversarios, que esperan su tropiezo definitivo para ponerlo en manos del taxidermista y depositarlo en un museo de los partidos del siglo XX.

La clave, por tanto, está en elegir entre la resiliencia o la resistencia. Entre una actitud positiva que aproveche el momento como un revulsivo de cambio y apertura para mejorar e incrementar su angular electoral ante una sociedad que se ha transformado radicalmente en los últimos años, o una actitud de atrincheramiento sentimental que negativice su política alrededor de unos principios de arqueología noventera en torno a los que fidelizarse como marca de mínimos electorales.

Muchas son las tensiones e incertidumbres que penden sobre este dilema. La pérdida traumática del Gobierno después del impeachment del 1 de junio; el peso de la corrupción que arrastra la crónica del partido en un suma y sigue interminable desde el arranque de la instrucción del asunto Gürtel hasta hoy; la presión de los populismos de derecha e izquierda y el tsunami de malestares que han ido adueñándose de la convivencia colectiva a raíz de la crisis económica; el conflicto territorial agudizado en Cataluña por la crisis institucional forzada por los independentistas y, sobre todo, la competencia de un cesarismo que pretende reemplazar a los populares por sustitución o agregación mediante un programa que suma hábilmente un simplista abecedario liberal y un nacionalismo que fanatiza la ciudadanía convirtiéndola en un arma arrojadiza contra los enemigos de España.

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El contexto no es fácil y la urgencia de los tiempos, tampoco. Pero no es menos cierto que el país necesita una alternativa de gobierno viable y creíble desde una moderación conservadora que, además de modernizarse en sus propuestas de centro, dé réplica eficaz a un socialismo que está haciendo sus deberes bipartidistas y trata de hegemonizar culturalmente al conjunto de la izquierda después de la crisis que produjo entre sus filas la irrupción de la antipolítica asamblearia.

Es necesario rechazar el inmovilismo y confiar positivamente en la evolución

Acertar en medio de este contexto exige de los populares una actitud resiliente, al menos si quieren resintonizar con la sociedad a la que tienen que convencer de que siguen siendo alternativa de gobierno. Una actitud que rechace el inmovilismo y que confíe positivamente en la evolución porque ha hecho introspección pragmática de sus errores y ha reconstruido internamente su arquitectura política para flexibilizar sus ideas y dinamizar las respuestas que espera una sociedad que no admite demoras a la hora de gestionar la turbulenta liquidez de un mundo que no ofrece pausas. Eso pasa por afrontar un liderazgo más abierto a la sociedad, al tiempo que actualiza su posicionamiento ideológico y su capacidad de interlocución con ella. Y todo ello buscando ser más eficaz y empático a la hora de gestionar los intereses generales y crear las condiciones de progreso, prosperidad y estabilidad que demanda el conjunto de la sociedad española en un tiempo de incertidumbre y tribulación como el que vivimos en Occidente.

Esto exige de los populares que sigan viéndose a sí mismos como un proyecto de gobierno con propuestas políticas pensadas para todos, no para unos frente a otros. Y, además, hacerlo desde una centralidad inclusiva que conjugue los vectores de moderación y sentido de la responsabilidad institucional desde los que ha de definir cuáles son las prioridades de España en el siglo XXI. Esta estrategia de aproximación al momento que viven los populares es lo que puede poner en valor la experiencia de los años de Gobierno de Mariano Rajoy; resetear los aspectos sombríos de su gestión y desarrollar un relato renovado de sí mismo que gire alrededor de nuevos vectores de ilusión y confiabilidad acerca de lo que son y quieren ofrecer a la sociedad española.

La escritura de ese relato ha de reformular la interlocución con el electorado potencial que tiene por delante el Partido Popular si sabe reinterpretar positivamente la situación actual y ver en ella una oportunidad de reaprendizaje de sus habilidades a la hora de ofrecer una opción de gobierno más atractiva y conectada con los cambios estructurales que han acontecido en el inconsciente colectivo de la sociedad española desde el famoso Congreso de Valencia de 2008 a nuestros días. Eso pasa por ser creíble y confiable desde un proyecto que ha de verse a sí mismo como un relato de ideas pensado desde el siglo XXI y para el siglo XXI.

Los populares deben verse como un proyecto con propuestas políticas pensadas para todos

Un relato de modernidad que actualice sus principios con la mirada puesta en el centro y en los consensos que facilitan el diálogo dentro de una sociedad que tiende inercialmente a los extremos por culpa de los populismos; que defienda la pluralidad de España frente a la homogeneidad, pero que no renuncie a la unidad de un espacio común de convivencia en el que todos nos reconozcamos como españoles; que repudie los nacionalismos, venga de donde vengan, porque al nacionalismo periférico no se le combate con un nacionalismo grande que lo doblegue por la fuerza; que invoque la tolerancia y los derechos en una sociedad que ve cómo la intolerancia se agranda y las brechas crecen y se hacen más agudas; que apueste por una ética pública que garantice una estructura de valores en la que nos reconozcamos cívicamente dentro de un mundo donde las creencias tienden al fanatismo; y, finalmente, que reivindique una transformación digital humana que pacte derechos y obligaciones que hagan del progreso tecnológico una oportunidad disruptiva de prosperidad sin renunciar a la equidad y la ética.

Esta tarea es la que tiene por delante el Partido Popular en el proceso de elegir un nuevo liderazgo que, sin nostalgias ni legados, sitúe su alternativa de gobierno en sintonía con nuestro tiempo. Una tarea resiliente en la que se juega su supervivencia a través de la renovación de sus ideas, del crédito de sus protagonistas y de la capacidad para sumar en una sociedad que se ha hecho compleja a la hora de encontrar consensos que eviten su fractura. Eso o una resistencia de mínimos que salve coherencias entre el pasado y el presente, y que consuma los contados activos que conserva como partido del siglo XX. Entre la resiliencia y la resistencia, los populares deciden su destino.

José María Lassalle fue secretario de Estado de Cultura con el Gobierno del PP. Es autor de Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo posmoderno.

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