Casa abierta
Solo envejecemos en los espejos y en los rostros de las personas que amamos
Al llegar de vacaciones a la casa de verano, después de muchos meses de ausencia, siempre se experimenta una ligera desazón cuando uno se mira de nuevo en el espejo del cuarto de baño. Ese espejo ha guardado en su azogue durante un año la última imagen de tu rostro bronceado antes de que cerraras la casa en otoño para volver a la ciudad. En realidad es en aquel rostro en el que ahora te reflejas. Notas las pequeñas heridas que te ha infligido el tiempo, nada más. Solo envejecemos en los espejos y en los rostros de las personas que amamos. Antes de abrir la casa aun te parece oír los gritos de los niños, las risas de los amigos, que desde el pasado verano habían quedado suspendidas en el aire del jardín. Aquellos niños, de pronto, se han hecho adolescentes y alguno de aquellos amigos ya no está, pero las golondrinas han vuelto al nido en el porche como siempre. Los muebles cubiertos con sábanas blancas también te hacen saber que ha pasado un año, otro año. En una cesta del salón habían quedado los viejos periódicos con las noticias que nos conmovieron entonces. Al hojearlos ahora puede que por algún pliegue salga huyendo una pequeña araña que se paseará sobre algunos titulares de primera página antes de que consigas aplastarla. Mariano Rajoy escapa sin respuesta del banquillo de la Gürtel. Los separatistas imponen el referéndum y proclaman la independencia de Cataluña. Pedro Sánchez ha desaparecido de la escena política escarnecido por sus barones. Como en el espejo del cuarto de baño, el tiempo ha hecho su trabajo inmisericorde en un solo año. Algo viejo con olor a rancio ha muerto. Algo nuevo ha llegado. Parece que la política ya es como esta casa abierta. Levantas la mortaja de los muebles, abres todas las ventanas de par en par y la brisa que llega del mar renueva el aire estancado y te prometes pasar un verano feliz.
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