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MIRADOR
Columna
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Solsticio

El fuego puede con todo y la voluntad de no quemarse con él también

Julio Llamazares
Celebración de San Juan en San Pedro Manrique, Soria.
Celebración de San Juan en San Pedro Manrique, Soria.Getty Images

Esta noche (de San Juan para el mundo cristiano y del solsticio de verano o de invierno para el resto, depende del hemisferio en el que se esté) millones de personas saldrán al campo a buscar el trébol de cuatro hojas, ese que da buena suerte, bañarse en los arroyos y en los ríos a la luz de la luna y de las estrellas o encender hogueras purificadoras de los malos momentos del año que se fue, que arderán como antorchas sobre las que saltarán algunos. De lado a lado de los hemisferios, desde el Polo Norte al Sur, docenas de millones de personas mirarán arder sus recuerdos del año viejo al tiempo que le pedirán al nuevo lo que aquél no les pudo o no quiso dar. El sol quieto del solsticio y el cielo, que girará como en la película de Mercedes Álvarez haciendo girar a la vez nuestros ojos, serán el foco y el decorado en el que se proyectarán todos nuestros sueños.

En el mundo hay muchas maneras de celebrar el solsticio de verano, pero la mayoría de ellas tienen al fuego como protagonista. En España, algunas son muy famosas, pero la que yo prefiero es la de San Pedro Manrique, un lugar de la sierra de Soria rodeado de aldeas deshabitadas o abandonadas completamente desde hace décadas en el que los vecinos, hombres y mujeres, incluso el cura, toda una institución en la comarca por su compromiso con ella, más allá de su misión religiosa, pasan descalzos sobre una alfombra de brasas rememorando un rito milenario al que Julio Caro Baroja, nuestro gran antropólogo, emparentó con las celebraciones solsticiales primitivas, esas que los romanos que doblegaron Numancia y Tiermes encontraron cuando llegaron a aquellas tierras. La pervivencia de las tres llamadas móndidas, mujeres vestidas y engalanadas como sacerdotisas ibéricas que protagonizan la fiesta y que son las primeras en pasar la alfombra de brasas a hombros de los sampedranos representaría esa cultura ancestral que a duras penas se mantiene en un mundo que deglute todo lo que no considera moderno. Por suerte, quedan atavismos, miedos históricos y sueños irrealizables como el de la eternidad humana que hacen que sobrevivan costumbres cuya significación no se entiende sin el reconocimiento de esas carencias que hacen de los misterios deseos, y de la onerosidad de la vida, una fiesta en la que arden y brillan como pavesas fugaces en la quietud de la noche todos los malos rollos vividos a lo largo del último año, que en España y en el mundo han sido muchos, para desgracia de quienes los habitamos. Pero el fuego puede con todo, y la voluntad de no quemarse con él, también.

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