85 años y líder de una saga de cinturones negros de judo
Mariano Gracia tiene 18 parientes entre hijos, sobrinos y nietos que han conseguido el rango más alto en este arte marcial
“Practico bici, judo y atletismo. El deporte es lo mejor”, dice Mariano Gracia, un madrileño de 85 años con el aspecto de un joven monje budista. Es cinturón negro, ha corrido varias veces la maratón de Madrid y recorre, calcula, unos 10.000 kilómetros al año en su bicicleta. Y además ha contagiado la pasión por el judo a su familia. Hace recuento: “Entre hijos, nietos y allegados somos 18 cinturones negros en mi familia”. Y pronto serán 20 cuando los dos nietos que faltan hagan el examen para obtenerlo.
No obstante, la tradición familiar parece que continuará. Gracia ya ve en su primera bisnieta las ganas de seguir con el judo. “Creo que lo hará porque se lo pasó muy bien cuando se puso el judogi (el traje con el que se compite en judo)”, señala. Más allá de la práctica del deporte, la importancia de este arte marcial reside, para Mariano, en los valores que promueve. Y que, como buen profesor, ha enseñado a sus hijos.
“Nos ha inculcado los valores del esfuerzo, el sacrificio y la disciplina”, apunta uno de sus cinco hijos, Miguel Ángel Gracia, de 56 años. Miguel Ángel es, como lo fue su padre, profesor en un colegio concertado de Madrid. “Él fue nuestro primer maestro”, añade. Y no duda en engordar el currículum de actividades de Mariano cuando recuerda su infancia: “practicábamos cualquier deporte. Nos llevaba a cazar, a correr, hacíamos senderismo, nos metíamos en la montaña a buscar minerales…”, rememora. Miguel Ángel es, a su vez, padre de dos hijos. El mayor, de 26 años, ya es cinturón negro, y Virginia, de 21, es una de los dos nietos que están a punto de conseguirlo.
La asignatura pendiente de Virginia
“Voy a sacarme el cinturón negro por la familia y, sobre todo, por mi abuelo”, promete a sus 21 años Virginia Gracia Simó, nieta de Mariano. Aparcó el judo para centrarse en su doble grado de Economía y Relaciones Internacionales, y esta “estudiosa” (como la llama su abuelo) retomará la práctica del arte marcial una vez finalice la carrera. Y así cumplir la tradición de inscribirse el nombre en el cinturón negro obtenido. Como hicieron sus padres, sus tíos y primos.
El más pequeño de los primos de Virginia se examina este mes de cinturón negro. “Diecinueve”. Mariano ya lo da por hecho.
El Rastro, el tatami casero y Bushidokwai
Para entender la pasión de Mariano por el judo, hay que remontarse hasta los años cuarenta. En una de sus visitas habituales al Rastro de Madrid, se topó con un libro de Jujitsu y decidió comprarlo. “Al poco, encontré a un amigo que estaba estudiando japonés, por lo que comenzamos a traducir las técnicas que venían escritas”, relata. Empezaron a poner en práctica las traducciones y comenzaron a aprender los primeros agarres de judo. El resultado: unas cuantas chaquetas rotas al practicarlos. “Se nos ocurrió poner la chaqueta del revés para que nos durasen más. Y así, en lugar de uno, aguantaban dos agarres”, dice mientras se ríe.
Desde entonces, el judo es su mantra. Tanto es así que, una vez casado y con hijos, a falta de poder pagarse un gimnasio al que ir, decidió construirse un tatami en la casa baja en la que vivían. “Los domingos nos los pasábamos allí compitiendo los amigos y yo”, recuerda Mariano. Cuando no había tatami, el lugar de los combates era la ribera del Manzanares.
Treinta años después de comenzar con los primeros agarres, Mariano entró al que fue su primer gimnasio, Bushidokwai. Este centro, el más antiguo de Madrid y según su dueño, Macario García, “posiblemente de España”, abrió en 1951. Ubicado en el barrio de Moncloa, mantiene la esencia del primer día. “Ahora está mucho mejor que cuando yo lo pisé hace ya 40 años. Han acondicionado y ampliado la sala del tatami”, cuenta Mariano antes de hacer un saludo al tatami y acceder. En este gimnasio, Mariano duró dos meses. “No podía pagarme la cuota del cinturón, así que dejé de venir y me ofrecieron pasarme los domingos, que era el día para los visitantes”, añade.
Un accidente que se quedó en anécdota
Con el paso de los años, Mariano empezó a aparcar la práctica de su pasión y montarse en el sillín. “La bici te da tranquilidad y además te hace sentir una libertad muy grande”, expresa en el salón de su casa. Tiene preparado el maillot, los guantes, la gorra y el casco. Su amigo José Luis (“al que llama hermano”) le espera mientras acaba la entrevista.
La libertad sobre la bici tuvo un punto y seguido en 2016, cuando tenía 83 años y sufrió un accidente que le tuvo medio año apartado de la carretera. Mariano recuerda bien dónde fue porque todavía sigue pasando por el mismo sitio. A la entrada del pueblo de Barajas, Mariano iba en cabeza del pelotón y, tras señalizar con la mano, se disponía a continuar por la rotonda de la entrada al pueblo. “Recuerdo que veía venir un coche blanco y, cuando quise darme cuenta, ¡pum! Al suelo”. Salió disparado a tres metros de distancia. El manillar de la bici se enganchó en el guardabarros del taxi, que siguió su camino. El parte médico diagnosticó una rotura en la cadera izquierda y una lesión en el tendón de Aquiles. Tratamiento: “Tres meses de reposo absoluto. El médico lo llamó sillón-cama, cama-sillón. Fue una paliza”.
Después de tres meses de reposo, comenzó la rehabilitación y con la movilidad también empezó a hacer algo de ejercicio. A los seis meses ya estaba volviendo a la bici. A pesar de la edad, apenas le quedan secuelas de aquello. “De la cadera genial. Lo que a veces me molesta más es el tendón de Aquiles”, indica.
Se levanta y sigue su ritual antes de salir de ruta. Estira aprovechando los muebles de la casa; se tumba en el suelo, apoya las piernas, estiradas en el mueble del salón y las lleva a un lado y a otro. Concluye los estiramientos para aguantar una ruta que le llevará desde su barrio, cerca de Las Rosas, hasta el municipio madrileño de Fuente el Saz, a unos 40 kilómetros.
Una vida con tanta actividad que el cuerpo de Mariano soporta bien. Él tiene su secreto, que comparte cada vez que le confunden con alguien de 65 años: “Casi siempre les digo que, a la gente que le extraña que esté bien físicamente, pues les digo ‘llevar una vida sana, comer sano, hacer ejercicio y llevarse bien con la mujer… si la tienes”, finaliza con una sonrisa socarrona.
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