Brasil sin ruedas
El apoyo a la huelga de los camioneros puede indicar una versión brasileña del elector de Donald Trump
El hombre “común”, de más de 40 años, sedentario y con sobrepeso, baja escolaridad, jornadas laborales de más de 11 horas y una renta a la baja es el nuevo protagonista en el explosivo panorama de Brasil. La semana pasada, los camioneros pararon el país al convocar una huelga en protesta por el aumento del precio del diésel. Al hacerse visible, este personaje tradicional se ha convertido en un elemento de ruptura meses antes de las elecciones más complicadas de la frágil democracia brasileña.
En un país dominado por el transporte por carretera, el flujo de mercancías se interrumpió. Se formaron colas enormes en las gasolineras, los alimentos faltaron en los supermercados, los medicamentos empezaron a desaparecer de los hospitales. A pesar de los trastornos para la población, que vive una inseguridad creciente, una parte significativa de los brasileños apoyaron la paralización y otros gremios se sumaron a la protesta. La identificación con los camioneros, que afirmaban ya no poder ganarse la vida con su trabajo, se transformó en apoyo espontáneo y, enseguida, indignación contra el gobierno más impopular desde la redemocratización. El presidente Michel Temer convocó a las Fuerzas Armadas para desbloquear las carreteras. A la vez, algunos camioneros pedían la intervención militar, pero para acabar con el Gobierno, desmoralizado por la corrupción.
Acorralado, el presidente aceptó la mayoría de las reivindicaciones del movimiento, lo que supuso un alto coste para las ya vaciadas arcas públicas. Aun así, la paralización continuaba al inicio de esta semana, con nuevas adhesiones. La idea de que los brasileños pagarán la cuenta no parece haber reducido el apoyo a la huelga: la mayoría siente que la paga de todas formas.
A los camioneros les une un fuerte factor identitario, como trabajadores autónomos que cruzan el país para abastecerlo, y se ven como aventureros. Parte son del sur de Brasil y descendientes de inmigrantes europeos. Esa identidad se fue vaciando en las últimas décadas, cuando empezaron a parecerse cada vez menos a emprendedores del asfalto y más a empleados con jornadas extenuantes, enganchados a las drogas para permanecer despiertos y explotados por las grandes transportistas que dominan el mercado. Cargan en su cuerpo la propaganda de un Brasil del pasado, sobre ruedas y sobre grandes máquinas, avanzando en nombre del progreso. La realidad es un cuerpo agotado por la explotación del capital, que enfrenta carreteras pésimas e inseguras y casi sin autonomía.
Es significativo que el movimiento haya empezado en grupos de WhatsApp de camioneros que, en medio del caos, reafirman su identidad perdida de caballeros de las carreteras. Así, canalizan la insatisfacción de parte de la población que siente que ha perdido no solo renta, sino también espacio simbólico. Todavía es temprano para afirmarlo, pero este grupo puede constituir una versión brasileña de los electores de Donald Trump. Como todo en Brasil, se sabe más o menos cómo empezó, pero nunca se sabe cómo terminará.
Traducción Meritxell Almarza.
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