Tour por los pabellones-capilla del Vaticano en Venecia
De Foster a Souto de Moura, de Carla Juaçaba a Smiljan Radic, las capillas vaticanas de la Bienal de Venecia indagan sobre la relación entre arquitectura y espiritualidad en el siglo XXI
La historia se repite. Llega alguien. Se sienta. Llora. La muerte de un ser querido vence a esa persona. De repente algo en la capilla, la luz, la pared, la humildad del suelo roba su atención. Y por un momento esa persona vuelve a la vida. Al sentido de estar en el mundo. Asplund construyó un lugar así en el Cementerio de Estocolmo. Y Enric Miralles lo explicó a Emilio Tuñón y Luis M. Mansilla. Ese poco y ese todo es lo que puede hacer una buena capilla. Venecia cuenta estos días con 11 nuevas construidas en un reducto de calma, el bosque del monasterio benedictino en la isla de San Giorgio Maggiore.
Cuando esta periodista de EL PAÍS lo visitó, Eva Prats la esperaba sentada en los peldaños que conducen a la iglesia de Palladio. La sobriedad del edificio y la piedra refrescaban. Fue fácil encontrar la capilla que Prats y Flores han levantado al final del bosque, porque es la única que utiliza el color. También la única que se reconoce como una capilla mediterránea. Aunque sea media. Es una de las pocas que ofrece una entrada y una salida distinta, subrayando la idea de recorrido. Y seguramente la que más claramente demuestra la lección asimilada y digerida de Ronchamp. Cómo debe atraparse la luz y con qué mezcla de humildad y rotundidad debe uno dirigirse a ella.
Norman Foster aterrizó en Venecia con un retraso de una hora porque llegaba “de dejar atrás la tormenta en Madrid”, se disculpó ante un grupo de periodistas. Luego se subió a uno de los asientos de madera de su capilla para contestar preguntas.
Preguntado por si su Capilla para el Vaticano representa su espiritualidad, Foster concedió que es más una manera de estar en el mundo y de relacionar al mundo con la naturaleza que de retratar su propia vida espiritual. A la vez expuesta y protegida de la intemperie, a la vez cerca del sol y protegida de él, siempre devorada por la que suele ganar la partida: la naturaleza. Así es su capilla-cabaña. “Un lugar que aspira a formar parte de algo más importante que él: el bosque”.
Integrar a la naturaleza en la arquitectura es una de las opciones de los 11 arquitectos convocados Francesco dal Co para dibujar las capillas del pabellón de La Santa Sede. Pero había más posibilidades y los arquitectos dieron con ellas.
Reinterpretar el modelo de la cabaña que Gunnar Asplund construyera en el cementerio de Estocolmo o actualizar ese modelo ha dado como resultado 10 intervenciones (y una decimoprimera que explica la historia de la cabaña original de Asplund) que retratan a 10 arquitectos contemporáneos y, a su vez, que pueden entenderse como 10 maneras de entender la espiritualidad. Adentrémonos en el bosque.
Así, la capilla de bienvenida —con la historia de las que Asplund y Lewerentz construyeron en Estocolmo— es un trabajo cuidadoso de Francesco Magnani y Traudy Pelzel que lleva la cubierta hasta el suelo y tiene más valor como contenedor que como espacio interior —demasiado claustrofóbico y escasamente relacionado con el bosque—. Este es un ejemplo de dos buenos arquitectos que cuando se les da alas para volar eligen hacer un agujero en el suelo.
Justo enfrente Souto de Moura ha realizado un trabajo impecable montando sillares de piedra. Pero tal vez el resultado pesa demasiado. Uno se mete casi bajo tierra para dar con un altar (otra piedra más), la cruz (un rasguño en la piedra), los bancos (en el perímetro, todo esto Souto lo borda) pero con una lógica falta de ligereza que no presagia un componente espiritual convincente.
Un paso más cerca de la Laguna, con vistas a la vecina isla de la Giudecca, la capilla de Carla Juaçaba busca ser una mínima intervención. Trabaja la idea de la temporalidad convertida en permanencia y convierte al bosque en fachada de su capilla. Apenas es una cruz y unas vigas metálicas puestas en el suelo que actúan como bancos. Igual hubiera sido mejor sentarse en el suelo. Igual la madera, y no el acero inoxidable pulido, se hubiera integrado mejor en el paisaje. Pero la capacidad reflectante del aluminio también camufla la intervención y multiplica ese paisaje. Y los brillos distinguen la capilla como algo expuesto, pero poderoso, algo que escapa a nuestra mano.
Hacia el norte, Sean Godsell ha construido un altar más que una capilla. El edificio vertical funciona desplegando sus fachadas para convertirlas en marquesinas, en torno a ese altar, y transforma su fuste en tubo para colorear la luz que cae sobre el altar. Una idea tan grandiosa de la religión puede dar miedo.
Miedo —de encontrarse con la verdad desnuda de uno mismo— da también entrar en la ruda, dura y magnífica capilla que Smiljan Radic ha construido con hormigón. Este material resulta táctil en su lado interior —realizado a la Fisac, como con el molde de una huevera—. De planta circular y con puerta de madera sin pulir y coronada —aquí habría que decir tapada— con una cubierta plana cuadrada y transparente, esta es la única capilla en la que uno no se puede sentar. Como exigiendo más a quien llega hasta allí, se cierra al bosque y se abre al cielo.
Al otro lado del sendero, la capilla de Francesco Cellini es una mezcla entre una boutique de lujo de un aeropuerto y una sofisticada parada de autobús. Demasiado ostentosamente brillante para tener una ambición tan miesiana, la espiritualidad del lugar queda reflejada en el peso del atril metálico.
Pero la campeona de la dureza es la pieza que Javier Corvalán ha erigido para concentrar sin apartar y encerrar sin aislar. Sin cubierta, sin suelo e inclinada, se diría que la capilla de este arquitecto paraguayo pretende molestar al creyente. Hacer que cuestiones su fe. Por eso identifica una religiosidad sin concesiones, sin ornamento, sin engaño, sin apoyos.
Al otro lado de sendero, la cabaña construida por el japonés Terunobu Fujimori resulta naïf. Una cabaña construida con troncos y decorada como una escuela infantil es demasiado y demasiado poco a la vez.
Andrew Berman es el mejor alumno del grupo. Ha cogido la forma de la capilla de Asplund y la ha repensado. Ha trabajado con materiales industriales y ha jugado con los volúmenes para conseguir una luz de muy difícil acceso en el interior de la capilla oscura, abierta, pero impenetrable a la vez.
Esta suma de capillas, algunas más sugerentes, otras más imperfectas componen un trabajo inolvidable. Será difícil coincidir en el juicio. Eso, sí, en una parte estaremos todos de acuerdo: junto a la nueva arquitectura, los baños y el bar de Gio Ponti y Luigi Vietti recobran nueva vida. Tras ellos, el teatro verde, devorado por la naturaleza, es un ejemplo de espacio permeable, permanente y, sin embargo, cambiante.
Babelia
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