La necesidad de lo superfluo en un campo de refugiados
El colectivo español Boa Mistura concluye un pavimento-pista de juegos en el campo de refugiados de Ristona, a 70 kilómetros de Atenas
Hace más de un lustro que los proyectos que firma el equipo transversal de Boamistura —arquitectos, grafistas, artistas, un ingeniero y hasta un filósofo salido de una escuela de publicidad— cambian más la vida de los habitantes de los barrios dónde llegan que otras intervenciones de aparentemente mayor calado.
Si bien es cierto que casi todas sus intervenciones son temporales, o por lo menos no temen serlo, no todas tienen como objetivo darle una capa de pintura a la pobreza. Para empezar no siempre han intervenido en barrios de autoconstrucción —han trabajado en Noruega o para clientes privados— pero, sobre todo, lo han hecho fundamentalmente con los habitantes de los lugares donde han intervenido. Así, sus obras —entre el grafismo, el land, el op art, el urbanismo, la arquitectura o la performance— construyen identidad, ponen en relación a los vecinos y logran con frecuencia que se arremanguen para trabajar por una causa común.
Mediáticamente, sus intervenciones encienden la luz. Despiertan a quienes vivimos alejados de las realidades en las que ellos trabajan. Esos barrios y arquitecturas que jamás hubieran aparecido en una revista sobre la disciplina se publican precisamente por sus intervenciones. Por eso, a pesar de sus brillantes trabajos, los integrantes de este colectivo no se cansan de recordar el carácter temporal, necesario pero superfluo a la vez, de sus trabajos: su naturaleza de reparación provisional en espera de una mayor transformación.
La última de sus intervenciones ha sido en Ristona, un campo de refugiados (fundamentalmente sirios e iraquíes) a 70 kilómetros de Atenas. Cuando difundieron el trabajo, lo anunciaron como el primer espacio público en un campo de refugiados. Pero no tardaron en corregirse: en el campo de refugiados lo que no suele haber es espacio privado. Así, es el carácter superfluo lo que se hace necesario en esos lugares donde la gente llega huyendo y suele quedarse siempre mucho más de lo que querría, generalmente años.
Trabajando con la empresa Maidan Tent, un fabricante de tiendas de campaña que ha donado numerosas tiendas a este campo de refugiados, Boa Mistura ha ideado un suelo firme —es decir unos metros cuadrados en los que poder jugar sin pisar polvo— y ha pintado una alfombra de colores con una decoración que remite a las formas geométricas del arte islámico. Ese mural en el suelo es, además de una alegría para la vista y un pavimento limpio, una puerta para las preguntas: ¿qué hace allí? ¿Por qué es así? ¿Por qué es tan distinto a las viviendas?
Ningún niño necesita que le recuerden que el escenario del juego es un espacio de alegría. Pero en un campo de refugiados la vida se trastoca. Las necesidades se multiplican al tiempo que se reducen a las más básicas. Y es en esa cotidianidad esencial donde se da la paradoja y lo superfluo, un poco por lo menos, se convierte en necesario.
Si llega el día en que el campo de refugiados de Ristona se cierra finalmente, los niños que viven allí recordarán los colores del pavimento. Y puede que esa alegría visual les genere consuelo, dudas y hasta nostalgia.
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