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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando Descartes se pone a escribir el currículo

Cambiar el pasado para mejorar el futuro es una tentación irresistible

Jorge Marirrodriga
Giuseppe Conte, en Roma.
Giuseppe Conte, en Roma. Angelo Carconi (AP)

Empecemos por la conclusión y apuntemos a un culpable: el responsable de todo el lío monumental de títulos inexistentes y exageraciones en la formación académica es Descartes y su: “Pienso, luego existo”.

Buscar un culpable, y no la raíz del problema, es bien mediterráneo. Ya lo dice el refrán: “Muerto el perro, se acabó la rabia”. De modo que ahorraremos pasos intermedios y vayamos al origen. Los vecinos del Mare Nostrum somos cartesianos a la hora de explicar a otros nuestras propias vidas. Ya se sabe lo que decía el filósofo francés —aunque dentro de poquísimo no se sabrá, gracias a la persecución de la filosofía en los sistemas educativos— sobre la similitud entre la vigilia y el sueño, lo cual, puesto en un currículo, puede desencadenar cualquier cosa. Como estamos viendo.

El último ejemplo es el candidato a primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, cuyo nombre no aparece entre el alumnado de las universidades de Nueva York y de la Sorbona, aunque en su hoja de servicios —servicios a sí mismo, se entiende— cita a ambos centros educativos. Es posible que cuando el lector llegue a esta línea las universidades de Viena y Malta tampoco hayan encontrado en sus listas al reputado profesor con su traje de tres piezas, su nudo Windsor y su pañuelo blanco doblado en el bolsillo superior. ¿Quiere decir esto que Conte —u otros en casos semejantes— es un mentiroso? En absoluto. Significa que aplica a Descartes hasta sus últimas consecuencias.

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Todo empieza partiendo de una realidad. Por ejemplo, chapurrear inglés sudando tinta y haber viajado una vez a Nueva York, otra a Cancún y un par a Londres. Seamos un poquito cartesianos y no tengamos prejuicios: “Inglés, bien”; “Estancias en el extranjero”. A continuación, se van subiendo —o bajando, depende de la perspectiva cartesiana— peldaños: “Inglés, bilingüe”; “He vivido en Estados Unidos, Reino Unido y México”. Y eso es apenas el comienzo. Un par de peldaños más, agítese bien todo, súbase a Internet... et voilà! El pasado se transforma. Y tal vez el futuro.

Somos producto de una manera de pensar según la cual el sujeto y su pensamiento preceden a la realidad. “Pienso, luego existo” es muchísimo más que un principio filosófico. Es el eje sobre el que gira nuestra manera de conformar no solo la sociedad en la que vivimos, sino la idea que tenemos de nosotros mismos respecto al mundo que nos rodea. Y también la manera en la que nos presentamos ante los demás, y explicamos nuestra “carrera de vida”. Podemos fabricarla y decir lo contrario de lo que pensamos, es decir, podemos mentir. Pero una mentira repetida al poco tiempo no será cuestionada y, después, será aceptada como verdad. Esto es así en una muchedumbre y ante la soledad del folio en blanco.

Ese cogito ergo sum (“pienso, por lo tanto soy”) lleva desde 1637 a la greña con el Ani Hu (“Soy el que es”) de la tradición judeo-cristiana. La realidad es la que es. Lo dice Dios y también Serrat. “Uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto”. Aceptar, gestionar y entender la realidad es probablemente el mayor desafío del ser humano de todas las épocas. Inventar el pasado para mejorar el futuro es probablemente una de las mejores pruebas de la complejidad del Homo sapiens. Y también de que meter trolas para presumir se nos da de maravilla.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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