Escorpiones
Daniel Ortega reina desde hace once años por una modificación constitucional que le permite reelección indefinida
En 1979 la Argentina estaba bajo dictadura y yo soñaba con revolución ajena: la de Nicaragua. Había leído Apocalipsis en Solentiname, donde Cortázar narra un viaje clandestino al sitio en que el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal tenía su comunidad, y aseguraba que iría a pelear allí. Era muy boba. En julio de 1979 Sergio Ramírez, escritor mayúsculo y veterano de la lucha contra Somoza, entró triunfante en Managua junto a un compañero cuyo nombre me evocaba heroicidades: Daniel Ortega. Ortega fue presidente, Ramírez vicepresidente. Luego las cosas se enrarecieron y en 1995 Sergio renunció al partido: “El Frente Sandinista al que yo me incorporé ya no existe”. Durante mucho tiempo casi no se habló de ese país donde Ortega reina desde hace once años por una modificación constitucional que le permite reelección indefinida. Desarrolló corrupciones, manipuló poderes del Estado, todo ante el silencio del mundo. Hasta que saltó a las noticias porque, entre el 18 y el 22 de abril, manifestaciones ciudadanas contra una reforma en la seguridad social fueron reprimidas por el Gobierno y, aunque las cifras son inciertas, se sabe que hubo casi 50 muertos y un centenar de heridos. El 21 de abril Ortega dio un discurso sin aludir a esas muertes. El 23, Sergio Ramírez recibió el Premio Cervantes dedicándolo a “los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados (…) por reclamar justicia y democracia”. El 9 de mayo cientos de miles marcharon en Nicaragua pidiendo la renuncia del presidente. El 10 hubo dos muertos y 16 heridos entre estudiantes atrincherados en una universidad; el 13, 25 heridos y un muerto por protestas reprimidas en Masaya. Yo siento la ira que me producen los traidores y me pregunto cómo logran ocultar los escorpiones su naturaleza: cuántos muertos más se cargará este con tal de cruzar el río a salvo.