El momento feminista
Justo cuando los partidos parecen paralizados, esta movilización les da una oportunidad
Los movimientos sociales son un sujeto evanescente y descentralizado. A diferencia de los partidos políticos, no se presentan a las elecciones ni quieren hacerlo. A diferencia de partidos, agentes sociales o asociaciones, no tienen una organización estable que les asegure pervivir. Sin embargo, los movimientos sociales sirven para articular visiones del mundo, generar identidad colectiva, espolear una agenda política y desarrollar repertorios de participación. Pese a su enorme heterogeneidad interna, los movimientos sociales pueden emerger con mucha fuerza.
Se cumple el 50º aniversario de mayo del 68, fecha en que los nuevos movimientos sociales entraron por la puerta grande de la Historia (rompiendo el monopolio del movimiento obrero). Léase 1968 de Ramón González Ferriz o Revoluciones de Joaquín Estefanía para hacerse una idea. Pero, sobre todo, véase la línea común de activismo y estrategias que se origina entonces y es seguida por el movimiento antiglobalización, el 15-M o el feminismo español. De hecho, este último ha demostrado en tiempos recientes una enorme musculatura, tanto cuando se ha manifestado de forma propositiva (el 8-M) como cuando lo ha hecho de forma reactiva (con la sentencia de La Manada).
Un rasgo peculiar del feminismo español ha sido su capacidad para tejer alianzas intergeneracionales. Los lemas coreados van desde las mujeres más jóvenes pidiendo libertad al volver a casa; las de mediana edad exigiendo el fin de la brecha salarial y el techo de cristal; o las mayores encarando la protesta con una mezcla de ilusión, pero también melancolía, por tener que alzar las mismas pancartas que hace cuarenta años. En un país en el que la brecha entre edades es tan fuerte en términos de expectativas y de bienestar, este movimiento la sutura.
Un impulso decisivo a estas movilizaciones nace de que las mujeres hayan ocupado cada vez más espacios de representación (social, político, mediático), algo que ha espoleado la empatía con sus reivindicaciones. Creo que sin eso es difícil entender su transversalidad entre partidos y estamentos. Es verdad que habrá quien trate de achicar el espacio de este movimiento ubicando a diestra y siniestra con las coordenadas amigo-enemigo, o quien lo despache como una eclosión populista. Habrá quien recele de aquellos que puedan estar detrás de este o cualquier movimiento social.
Sin embargo, creo que los agentes clásicos harían bien en ver en este momento feminista una palanca, un impulso para su acción política. Unas instituciones sanas deberían ser capaces de canalizar y acomodar sus reivindicaciones sin tremendismos, pero también sin dilaciones. Al fin y al cabo, justo cuando nuestros partidos parecen paralizados por el tacticismo, este impulso social les brinda una oportunidad de tamizar sus demandas y transformarlas en políticas públicas que construyan un mundo más justo para más de la mitad de la población.
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