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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El autor de ‘Por qué los hombres violamos’ responde a las críticas

Mi objetivo era criticar el determinismo biológico y subrayar que el entorno sociocultural es la clave sobre la que podemos actuar

Víctor Lapuente
Concentración contra el fallo judicial de La Manada en la Puerta del Sol de Madrid este miércoles.
Concentración contra el fallo judicial de La Manada en la Puerta del Sol de Madrid este miércoles.Chema Moya (EFE)

Muchos lectores de EL PAÍS se sintieron molestos por mi artículo "Por qué los hombres violamos". Lamento profundamente las molestias causadas, porque soy el responsable último de las mismas. Me entristece que un artículo destinado a generar debate active sentimientos de repulsa e ira.

Naturalmente (o más bien podríamos decir culturalmente), muchos han interpretado que un artículo que menciona las raíces biológicas de la violencia masculina es una "justificación" de la misma. Pero el objetivo de mi columna era precisamente criticar el determinismo biológico y subrayar que el entorno sociocultural es clave. La clave sobre la que podemos actuar.

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Por qué los hombres violamos; por Víctor Lapuente
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Mi artículo era desagradable. Pero escudriñar los motivos de los comportamientos más horrendos no quiere decir justificarlos. ¿O acaso justifican el terrorismo los cientos de artículos que tratan de entender por qué hay terroristas suicidas? Explicar no es lo mismo que justificar. Sino todo lo contrario. Explicar es la única manera de avanzar en la lucha contra un problema social tan intrincado como la violencia sexual contra las mujeres. Y las medidas esbozadas en mi artículo –sobre educar en igualdad de género– se derivan justamente de estudios valientes que se han atrevido a indagar los condicionantes de los comportamientos más horribles.

Mi artículo era incómodo. Recogía, con un margen para la interpretación subjetivo (y criticable), las conclusiones de muchas investigaciones sobre posibles catalizadores sociales de la violencia masculina. Todos discutibles. Porque en ciencia no hay verdades absolutas. Y toda afirmación puede contradecirse si los datos apuntan a lo contrario.

De hecho, algunos de los argumentos del artículo surgen de investigaciones que han encontrado resultados inesperados. Por ejemplo, que una mayor proporción de mujeres en un entorno puede aumentar la probabilidad de que los hombres adopten comportamientos más violentos. Durante mucho tiempo se había creído lo contrario. Por su parte, la investigadora Kate Ratliff, autora de experimentos sobre cómo el éxito de las mujeres afecta a la autoestima de sus parejas masculinas, también se quedó sorprendida. No esperaba ese hallazgo. Pero un científico debe estar preparado para que la realidad le golpee en la cara. Y nosotros como lectores, votantes y miembros de una sociedad democrática también debemos estar dispuestos a que los datos puedan cambiar nuestros prejuicios, incluso los mejor intencionados.

Personalmente, creo que la sentencia a “la manada” es incomprensible. La reacción de indignación colectiva frente a la misma es una muestra legítima del malestar de muchos ciudadanos ante lo que perciben como una situación de indefensión de las mujeres en nuestro país. Y esa indignación puede ser útil como palanca de mejoras en las políticas de igualdad. Pero trasladar esa indignación hacia cualquier manifestación pública que no se ajuste a un determinado discurso sociopolíticamente correcto es contraproducente. ¿Quién se atreverá a analizar los problemas desde ángulos distintos, a buscar soluciones innovadoras, o a, como dicen los anglosajones, “pensar fuera de la caja”?

Necesitamos un debate sobre las causas y soluciones a la violencia machista que sea sereno y esté abierto a todo tipo de perspectivas. Eso nos permitirá focalizar las acciones, como identificar grupos vulnerables y programas educativos específicos. Es lo que hacen en los países nórdicos, diseñando proyectos heterogéneos sobre igualdad de género desde las guarderías hasta los lugares de trabajo. Así insertan la perspectiva de género en la cotidianeidad. Si, por el contrario, fomentamos un debate cerrado y visceral, mantendremos la perspectiva de género en la excepcionalidad. En la trinchera, sin llegar al hogar, el trabajo o la escuela. Tendremos muchos tuits ocurrentes contra supuestos enemigos, pero pocas medidas imaginativas contra el problema real.

Para los interesados en puntos concretos de mi artículo, he aquí algunas referencias:

1. Mi artículo empezaba con una crítica, no apoyo, a las explicaciones biológicas. Apunto que, si la biología explicara la violencia, no veríamos ese descenso histórico en las tasas de criminalidad. Me baso en los datos popularizados por Steven Pinker. Sin embargo, a pesar de esa caída generalizada de la violencia, son muchos los observadores que notan la pervivencia brutal de la violencia contra las mujeres.

2.Sobre que la testosterona “en parte” (digo “en parte”, no completa ni mayoritariamente) explica el comportamiento violento de los hombres, aquí unas referencias: “One hormone relevant to poor self-regulation and aggression is testosterone (e.g., Archer et al., 2005; Mazur and Booth, 2014). Previous research suggests testosterone is linked to increased aggression and impulsivity. Indeed, exogenously administered testosterone in humans can augment sensitivity to reward (van Honk et al., 2004), reactivity to threats in regions of the brain associated with aggression (Goetz et al.,2014), and aggressive behavior (e.g., Pope et al., 2000)” de un artículo que, justamente, subraya que la testosterona tiene un efecto sobre la agresividad que depende de la cultura. Esta puede “moderar los efectos conductuales de la testosterona”. Es la idea fundamental de mi artículo: el entorno sociocultural moldea la agresividad. Más sobre cómo la testosterona facilita la agresividad, pero no es suficiente por sí sola, aquí.

3. Sobre cómo a los hombres el éxito de nuestras parejas nos mina la autoestima implícita, el artículo que provocó la polémica es este: Un resumen conciso, aquí.

4. Sobre cómo la ratio hombres/mujeres afecta al comportamiento de los hombres, volviéndose más violentos cuando hay “escasez” de hombres ha escrito Ryan Schacht. Por ejemplo, aquí o aquí. Y aquí señala que "las tasas de crimen y violencia relacionadas con el apareamiento-esfuerzo son mayores cuando los hombres son relativamente escasos".

5. Sobre cómo la cultura (es decir, no el determinismo biológico) puede cambiar esta situación, este artículo donde se muestra que "un mayor empoderamiento social de las mujeres estará asociado con menores diferencias de mortalidad entre hombres y mujeres". Uno de los autores, el único que cito en mi artículo (y, lo siento, debería haber mencionado a muchos más), Daniel Kruger, explica aquí por qué el patriarcado también es malo para la salud de los hombres. Es un argumento interesante, porque, desde mi interpretación, pone de manifiesto que esto no es una guerra entre hombres y mujeres, sino que todos podemos ganar si acabamos con el patriarcado. Y es así como concluyo mi artículo. Aunque, para el mercado de Twitter, supongo que es más fácil concluir, como hacen algunos, que me preocupo sólo de la salud de los hombres, menospreciando el sufrimiento de las mujeres.

6. El “polémico” título que utilizo –Por qué los hombres violamos– es la adaptación de un título usado en artículos académicos (Why Men Rape), como aquí o aquí. Poco original. Lo único que añado es la primera persona del plural, porque creo que los hombres, ante la gravísima realidad de agresiones sexuales que ha revelado el #metoo (o el #cuéntalo) no podemos inhibirnos. Debemos reflexionar sobre este problema en primera persona.

7. Algunos me acusan de haberme “centrado” en algunos factores psicosociales, en lugar de dar una visión más general de todas las causas de la violencia machista. Y tienen razón. Mi intención era focalizarme en unos pocos factores. Si acaso, el problema de mi columna es el opuesto: trato demasiados asuntos. Creo que centrarse en unas relaciones causales concretas es más productivo que querer abordar de forma global un fenómeno tan complejo como son las agresiones sexuales. Y ya no digo en 330 palabras. Sólo podría haber escrito vaguedades. Imagínense que hubiera resumido las investigaciones de cómo el tabaco produce cáncer y alguien me contestara que mi artículo no vale porque se “centra” en el tabaco y deja de lado otros factores, como la comida basura o la falta de ejercicio.

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