De Madrid... al suelo
La lucha por la capital trastorna al PP, Podemos y PSOE en su respectiva endogamia
Cifuentes no termina de irse. Errejón no termina de llegar. Carmena deja en evidencia el banquillo del PSOE. Y Albert Rivera, win-win, se recrea del vodevil a bordo del coche escoba de Ciudadanos. La batalla de Madrid en la inercia sacrificial del 2 de mayo ha destapado los hedores de la política nacional hasta convertirse en premonición o superstición del escenario electoral.
Tenía que haber prevalecido la crisis del PP en la arrogante agonía de Cifuentes, pero la sangre ha llamado a la sangre. Y se han precipitado los tiempos del “asalto a los cielos”, hasta el extremo de que Podemos y el PSOE se han propuesto adherirse a la masacre de los populares.
La urgencia de la sucesión ha desquiciado a la izquierda tergiversando el lema de la movida. De Madrid al suelo, Podemos se resiente de su endogamia y de su hipocresía. Errejón se distancia del golpe interno que ha organizado la camarada Bescansa, —bescanse en paz— pero la altisonancia de sus discrepancias —“delirante, inapropiado”— no lo sustrae de su implicación orgánica en la traición a Pablo. Y queda en entredicho su candidatura pese al arrullo paternalista del patrón. Sería conmovedor que Errejón cayera antes que Cifuentes, no ya víctima de la conspiración que se ha malogrado, sino mártir de la velocidad con que Podemos viaja de la cima a la sima mimetizándose con la vieja política.
La formación morada siempre llevó incorporado un acelerador. Sus avatares externos e internos se han amontonado a una impresionante velocidad. Tan rápida ha sido la subida como se antoja ahora la caída. Y el amor ha engendrado la venganza demasiado pronto. Bescansa terminará en la cabina del proyeccionista del Parlamento (no hay sitio más arriba). Y Errejón ha quedado retratado en el complot de Telegram, hasta el punto de asemejarse al espectro político de Cifuentes. Ya les emparentaban las anomalías universitarias. Ahora lo hace el sonido funerario de las cadenas.
Semejante coyuntura proporcionaba al PSOE una interesante expectativa electoral, pero es entonces cuando el secretario general del PSOE madrileño, José Manuel Franco, a su vez protagonista de otra fechoría de currículum, confirma lo que intentaba desmentir: Manuela Carmena sería la alcaldesa ideal. Añadió que se trataba de una expresión informal, pero la informalidad no contradice la evidencia del desasosiego: el PSOE tiene que fichar en el mercado de primavera.
Ya decía Pedro Sánchez que el candidato al Ayuntamiento iba a ser una mujer. Nunca llegó a identificarla. O nunca se atrevió a hacerlo. Carmena rechazará la proposición desde el escrúpulo de su independencia, pero el mero hecho de haberse aireado la operación somete al PSOE madrileño a una crisis interna en propia meta que beneficia de nuevo la política oportunista de Ciudadanos. Se lo están poniendo demasiado fácil a Rivera sus adversarios. Tanto por las pulsiones autodestructivas como porque el partido naranja navega a favor de corriente en el agua de la ambigüedad, del posibilismo y hasta de la pasividad creativa. Bastaría no hacer nada. Asumir una posición contemplativa en el proceso de descomposición de los rivales.
El caso Cifuentes es el más elocuente. La obstinación de la presidenta ha arrastrado la credibilidad de la URJC, ha extenuado la credibilidad de los populares y amenaza con arrastrar a María Dolores de Cospedal en su propia implicación solidaria. Mariano Rajoy no tiene otra alternativa que sacrificarla. Y acaso hacerlo el 2 de mayo, exponiéndola con camisa blanca y los brazos abiertos mientras Soraya Sáenz de Santamaría administra las convenientes instrucciones al pelotón.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.