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Los siete motivos más rocambolescos contra el progreso

Los argumentos para frenar los avances en ocasiones son más creativos que los propios avances

Mariano Ahijado
Michael J. Fox y Christopher Lloyd en una imagen de 'Regreso al futuro'. Ellos sí que apostaron por el progreso, aunque tuviese sus zonas oscuras.
Michael J. Fox y Christopher Lloyd en una imagen de 'Regreso al futuro'. Ellos sí que apostaron por el progreso, aunque tuviese sus zonas oscuras.

Los humanos tienen la costumbre de oponerse a su propio progreso. Sospechan que detrás de una mayor oferta de ocio, de conocer más mundo y de comer mejor hay gato encerrado. A diferencia de los que abrazan cualquier nuevo invento por el mero hecho de serlo, los que se resisten miran a su entorno y se cargan de razones: una pérdida de identidad por dejar de pertenecer a un colectivo o llevar un estilo de vida concreto, una disminución de su poder de persuasión o influjo o una merma en sus ingresos.

Si a esto se le suma la percepción de que los beneficios redundarán en una pequeña parte de la sociedad, el progreso se convierte en un atraso. La manera de oponerse pasa por retrasar la adopción o lanzarse a frenar el cambio. Algunos de los argumentos suenan peregrinos e infundados con el tiempo, pero en su momento más de uno los habría suscrito. Como estos...

EL COCHE VA A MATAR AL CABALLO

A principios del siglo XX, cuando empieza a extenderse el uso del automóvil, la Asociación del Caballo veía amenazada su hegemonía en el transporte privado de personas. Para prevenir la compra de coches argumentaban que solo el caballo podía llevarte a casa si estabas borracho porque se sabía el camino. Ha tenido que pasar un siglo para que la irrupción del coche autónomo prometa recuperar esta prestación. El tractor tampoco se libró. La misma asociación de proselitismo equino adujo que su llegada no había supuesto un gran cambio y que, además, estas máquinas no se reproducían como los caballos. El ensayista Matt Ridley recuerda que en 1830, cuando se construyó el tren que unía Mánchester con Liverpool, circulaba la creencia de que los caballos estaban poco menos que condenados a extinguirse.

LOS BARES VAN A DESAPARECER

Desde el 1 de enero de 2011 no se puede fumar en los establecimientos públicos cerrados. La Federación Española de Hostelería aseguró entonces que “la gente dejaría de ir, cerrarían 70.000 bares y se perderían 200.000 empleos”. El sector se echó a la calle: “La ley antitabaco mata la noche”. ¿Otro argumento? El incremento de sinpas: “Aprovechan para fumarse un pitillo fuera y desaparecen”, denunciaba su portavoz, Luis Guerra, a Público. En 2011 había 199.499 locales que vendían alcohol. Un año después, 197.391. Cerraron 2.018, según datos de la propia Federación. Por el contrario se han multiplicado los invernaderos con mesas, una manera estupenda de aumentar las dimensiones del bar. Las empresas de pérgolas y estufas lo celebran.

LA MARGARINA ES ROSA

La Asociación del Caballo en EE UU argumentaba para prevenir la compra de coches que solo el animal te podía llevar a casa cuando estabas borracho porque se sabía el camino

El sector lácteo forzó al Gobierno estadounidense a gravar la margarina. Argumentaban que había que resarcir con impuestos el mayor coste de producir mantequilla. No contentos con eso, consiguieron prohibir que fuera amarilla. Los productores de la grasa vegetal burlaban esta restricción incluyendo un bote para teñirla de ese color. En Virginia fueron más lejos. Por ley, la margarina tenía que ser rosa para desincentivar su consumo. Según se cuenta en el libro Much depends on dinner (Mucho depende de la cena), de Margaret Visser, para comprar margarina en Alemania había que acceder por una entrada diferente en las tiendas –esto señalaba a los pobres–. La razón oficial era que los vendedores de mantequilla podrían verse tentados de adulterarla con la grasa vegetal.

LOS CAFÉS COMPITEN CON LAS MEZQUITAS

En el siglo XVI, líderes religiosos de Constantinopla y El Cairo prohibieron durante diferentes periodos el café, que llegaba de Yemen y Etiopía. Niki Gamm narra en el periódico turco Hürriyet que la razón atendía a su “naturaleza estimulante y a ser una innovación”. Un siglo después, el arqueólogo francés Antoine Galland, que vivió en Oriente Medio, escribía socarrón en su diario: “Los imanes solo cuentan con la compañía de sus barbas en unas mezquitas prácticamente vacías”. Los religiosos señalaron a los cafés como su gran competidor. El sultán Murad IV censuró esos lugares de reunión donde intercambiar ideas: sus nuevos pensamientos amenazaban las creencias establecidas.

EL ‘EMAIL’ ES MÁS DAÑINO QUE LA HIERBA

La imprenta tuvo gran aceptación en Europa y en China, no así en el mundo islámico. En el viejo continente, los escribanos eran monjes y no iban a dejar de serlo, pero los copistas de Estambul eran autónomos, por lo que perderían su trabajo con el nuevo invento. El científico suizo Conrad Gessner afirmó en el siglo XVI que la imprenta causaría confusión y daño a la mente por sobreinformación. Sócrates ya había avisado de que la escritura haría olvidar todo a los aprendices. Ya en el siglo XX, la revista Gramophone alertaba de la distracción que la radio causaba en los niños. Más tarde, la televisión iba a matar a la radio y a vulgarizar la cultura. En 2005, un estudio dirigido por un psiquiatra de King’s College revelaba que “los emails y SMS que reciben los trabajadores dañan más su intelecto que la marihuana”. Un artículo de The Times en 2009 resumía que la tecnología digital estaba lastrando nuestra habilidad para empatizar. Los detractores de las redes sociales afirman que merman la vida social. “A pesar de los avances tecnológicos, los humanos están programados para interactuar cara a cara”, explica el físico Michio Kaku.

Los productores de margarina burlaban la restricción incluyendo un bote para teñirla de ese color. En Virginia fueron más lejos. Por ley, la margarina tenía que ser rosa para desincentivar su consumo

LOS NIÑOS COMPRARÁN CROMOS CON TARJETA

Un alemán lleva de media 103 euros en la cartera, mientras que un español, 50, y un francés, 32, según el Banco Central Europeo. Dice el Bundesbank que se debe a que en tierras teutonas el 80 % de las transacciones se realizan en efectivo. Una muestra del amor de los alemanes por los billetes es que los supermercados Lidl y Aldi no permitieron el plástico hasta 2015. ¿Otra? Que la división alemana de Ikea acepta pagos con tarjeta desde hace solo dos años. Argumentan que “controlan mejor sus finanzas, es una manera más privada y rápida de pagar, y una buena forma de enseñar a los niños la relación con el dinero”. Por el contrario, en Dalston (Londres), Ridley Road Market Bar anunció el año pasado que solo aceptaría tarjeta porque la comisión de los bancos era ya mayor por ingresar el metálico que por las transacciones en plástico. En Ámsterdam, el supermercado de comida saludable Marqt es cashless. O sea, solo admite el pago con tarjeta.

EL ÁLBUM MUSICAL VA A DESAPARECER

En 1942, la Asociación de Música Americana inició una huelga en contra de las grabaciones en estudio por un desacuerdo en el pago de derechos. Durante dos años, la única música nueva que sonaba en la radio era en directo. En este siglo, los detractores de la música en streaming adujeron que el álbum iba a desaparecer. Era uno de los giros a priori más intuitivos que iban a producirse. No fue así. Pero no se puede ignorar que la manera de escuchar música ha cambiado. Según un estudio de Spotify, el 35 % de usuarios pasa de canción antes del segundo 30. Un artículo de The Guardian apuntaba como una de las razones de que la gira de Lorde en EE UU estuviese fracasando que el estribillo entraba demasiado tarde en Green light: en el minuto 1 y 15 segundos. El mismo estudio muestra que a medida que el usuario se hace mayor escucha la canción por más tiempo. Hasta los 35 años. A partir de esta edad y hasta los 50 la curva decrece. El argumento es que los hijos usan la cuenta de sus padres y pasan de canción a la mínima.

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