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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El presidente de Francia se las ve con Indiana Jones

Macron propone devolver piezas de los Museos, el doctor Jones no lo aceptaría

Jorge Marirrodriga

Steven Spielberg esperó dos películas para mostrarnos a Indiana Jones joven. La tercera entrega de la saga, Indiana Jones y la última cruzada, comienza con Henry Jones Jr. tratando de impedir que un grupo de cazadores de tesoros se lleve una cruz de la época colonial que acaba de ser desenterrada en una cueva de Utah. “¡Debería estar en un museo!”, dice el futuro profesor de arqueología cuando observa el objeto. De aquella escena Indiana se lleva una cicatriz en la barbilla provocada por un látigo, una lección de paciencia que le imparte su padre cuando le obliga a contar hasta diez en griego antes de poder hablarle y su característico sombrero panamá. Para Indiana Jones un museo es donde deben estar los objetos de arte valiosos.

Si la escena hubiera sido rodada hoy, cuando en la casa del padre de Indiana —Henry Jones padre, interpretado por Sean Connery— el joven se ve forzado a entregar la cruz a los cazatesoros en presencia de un sheriff, hubiera irrumpido un tipo gritando con acento francés “¡El muchacho no tiene razón! ¡Jamás a un museo!” “¿Y quién es usted?”, preguntaría Connery. “Emmanuel Macron, presidente de Francia”.

Macron ha sembrado la inquietud entre las direcciones de los grandes museos del mundo con una iniciativa que ha vuelto a poner sobre la mesa una espinosa cuestión para la que no hay una respuesta sencilla ¿Se deben devolver los objetos expuestos a sus países de origen? El presidente quiere enviar a las naciones africanas que fueron colonias numerosas piezas. Y eso puede ser solo el principio.

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La historia nos enseña que desde la antigüedad a las victorias militares le sigue la apropiación de objetos valiosos y obras de arte. Roma quedó inundada de estatuas griegas y egipcias. Retratos, muebles y trofeos se movieron por Europa durante los siglos siguientes en las alforjas de los vencedores. Los venecianos esquilmaron Constantinopla mucho ante de que cayera en manos de los turcos. Las deidades precolombinas de oro terminaron en España o siguieron camino dentro de Europa fundidas y en forma de monedas. Napoleón se hizo una magnífica colección en nombre de Francia. El imperio británico no le fue a la zaga. La Alemania imperial trasladó a Berlín ruinas enteras de Oriente Medio. Su sucesora nazi fue una de las mayores depredadoras de arte de la historia. La excepción a esta regla son los yihadistas. Cafres entre los más cafres, se han dedicado a destruir. Desde los budas de Bamiyán en Afganistán, a las ruinas de Palmira en Siria o las esfinges asirias en Nínive, Irak. Precisamente este tipo de salvajadas hace que historiadores como Tom Holland defiendan fervientemente la existencia de instituciones como el Museo Británico.

Los grandes museos no son únicamente los objetos que estos exponen, sino la historia de cómo han llegado hasta allí. Desmantelarlos es también borrar una parte de la historia. Puede que sea justo pero genera otras cuestiones. ¿Hay límite a la devolución? ¿Quiénes son los verdaderos dueños de objetos cuyas naciones desaparecieron? ¿Los actuales países? ¿Y que hay de las comunidades sociales o grupos étnicos dentro de cada país? Marcus Brody, decano de la Universidad donde enseñaba arqueología el doctor Henry Indiana Jones. se perdió en su propio museo. Macron acaba de entrar en él. Y sin látigo.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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