¿Quién le teme a Netanyahu?
Los israelíes están atrapados de nuevo en la misma famosa trampa de la “doble lealtad”
¿Qué susto, eh?”. Así se burló el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de la oposición, después de que el Partido Laborista se ofreciera a frenar el escenario de las elecciones anticipadas hace dos semanas. Se lo merecen. Netanyahu conoce su rebaño. El problema es que no solo él huele su miedo.
Después que el exprimer ministro laborista Ehud Barak convenciera a la izquierda de que no hay interlocutor del lado palestino, la izquierda se quedó sin nada por hacer. Desde entonces, se instaló el mito de que Netanyahu no tiene sustituto. El fenómeno Netanyahu se transformó en síntoma de la dificultad de imaginar una salida política para Israel. “Bibi” es el statu quo histórico, la imposibilidad de elegir, la huida de cualquier decisión. “Bibi” es no al plan de dos Estados y no al plan de un Estado; ni devolver los territorios ni anexarlos; ni Estado judío ni democrático. Netanyahu obstruyó con su cuerpo el curso de la historia: Barak Obama, el Acuerdo Nuclear, la Comunidad Europea, todas amenazas que Netanyahu abortó. El futuro es peligroso para los judíos. Solamente Netanyahu es bueno para los judíos.
Durante las primarias del Partido Laborista en las que ganó Avi Gabay, un advenedizo al laborismo proveniente de un partido de centroderecha, Barak dijo que si un comité de búsqueda hubiera tenido que elegir un candidato ideal habría elegido a Gabay. Por más que suene estúpido, lo decía como un cumplido. Las elecciones en la izquierda son un asunto educado, en el sentido científico estúpido de la palabra. Y bien, eso funciona en la política tal como funciona en el amor: no puedes convencerte de amar a alguien solo porque un panel de expertos decidió que sois compatibles.
La oposición debería haber saltado sobre la oportunidad de hacer caer este horrible Gobierno. Si ella no lo entiende, nunca podrá vencer, aunque haya en sus filas gente valiosa. Un espíritu luchador no consiste en palabras o en un condimento que un candidato se echa encima, sino en un instinto básico. Algo físico. Si la oposición carece de él, ¿para qué queremos elecciones en noviembre de 2019? Podemos esperar hasta que Netanyahu muera de viejo.
¿Quién quiere vivir en un gueto aunque sea un gueto con un moderno aeropuerto? ¿Quién quiere trabajar en un gueto, aun con buenos salarios?
Debe de haber en Israel gente que no teme a Netanyahu. No es suficiente odiarlo. Necesitamos gente a la que no le impresione su sabiduría, no se desvanezca por su conocimiento ni se deslumbre por sus habilidades diplomáticas. Necesitamos gente que perciba su debilidad y reconozca claramente su fraudulento esquema histórico; personas que lo vean con sus propios ojos y no que solo sepan recitar las críticas contra él.
Se busca gente que sea consciente de la destrucción que Netanyahu mismo —no la derecha, ni su partido Likud, ni sus votantes, que son tan víctimas suyas como “la izquierda”— sembró.
Necesitamos israelíes que perciban el retroceso que provocó Netanyahu en el proceso de soberanía del pueblo judío, cuando metió su mano en la delicada “costura” judeo-israelí de apenas 70 años y comenzó a deshacerla.
Se necesitan israelíes que comprendan que Netanyahu actúa como agente galútico (de la diáspora), a veces como un mero captador de votos judíos en el corazón de la política americana, y que por su culpa los israelíes se encuentran de nuevo atrapados —en su propio Estado— en la misma famosa trampa de la “doble lealtad” en la cual se vieron atrapados en el pasado judíos españoles, franceses o alemanes y que tanto los expuso al odio antisemita. Justamente la trampa que la creación del Estado de Israel estaba destinada a eliminar. Necesitamos israelíes que entiendan que Netanyahu volvió a encender el viejo conflicto interno de los judíos, y en su propio Estado.
Y es que si al final resulta que el sionismo consiste en ser judío con nacionalidad israelí, en lugar de ser israelí de la misma manera que un alemán es alemán o un francés es francés, ¿en qué se diferencia vivir en Israel de vivir en un gueto, aun si sus murallas —como el muro de separación— han sido construidas con tus propias manos? ¿Quién quiere vivir en un gueto aunque sea un gueto con un moderno aeropuerto? ¿Quién quiere trabajar en un gueto, aun con buenos salarios? ¿Quién quiere escribir libros o pintar en un gueto? ¿Quién quiere sentarse en un café en un gueto? ¿Quién quiere enamorarse en un gueto?
Carolina Landsmann es miembro del Comité Editorial de Haaretz.
© Haaretz.
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