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Sin ellas no hay futuro Chantal, Yvonne, Marlin o Edna han sufrido urgencias obstétricas, fístula, violencia de género o tienen VIH. Ellas son protagonistas de una muestra fotográfica que Médicos sin Fronteras expone hasta el 7 de abril en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid En el hospital público de Kabezi (Burundi), una enfermera de MSF examina a Chantal; la joven, de 20 años, está embarazada y sufre fuertes dolores. El personal del centro había avisado al personal de la ONG tras constatar que la paciente necesitaba una atención quirúrgica de urgencia que allí no podían proporcionarle. En el 15% de los partos se presentan complicaciones graves que requieren una atención médica de emergencia y especializada para salvar la vida de la madre, del bebé o de ambos. Esto ocurre en cualquier país del mundo, pero en algunos la mujer recibe los cuidados que necesita y en otros no. A veces, ni siquiera tiene cerca de su casa unos servicios médicos adecuados, y cuando los hay, es posible que el transporte sea demasiado caro o el camino muy peligroso. También puede suceder que la familia no tenga dinero para pagar la atención o que quien decide a qué se destinan los recursos familiares considere que la vida de la mujer no merece tal esfuerzo económico. Martina Gacigalupo El bebé de Chantal es prematuro y viene de nalgas, y además la madre está en riesgo de sufrir una ruptura uterina. El equipo de MSF en Kabezi (Burundi) le practica una cesárea de urgencia. Ambos están bien, pero cada día, 800 mujeres mueren en el mundo por causas fácilmente evitables relacionadas con el embarazo y el parto. Martina Gacigalupo Ya recuperada, Chantal se une a otras mujeres en la sala de cuidado canguro: los recién nacidos y sus madres están en contacto directo, piel con piel, de modo que el calor materno regula la temperatura del pequeño, se refuerza el vínculo afectivo entre ambos y se estimula la subida de la leche. Martina Gacigalupo Yvonne, de rosa en el centro de la foto, tiene 48 años y hace 22 que sufre una fístula obstétrica. Hoy acude junto con otras mujeres en su misma situación al centro Urumuri de MSF en Gitega (Burundi), donde van a ser operadas. Una fístula obstétrica es una lesión abierta entre la vagina y la vejiga o el recto. Suele producirse durante los partos obstruidos y prolongados en los que la mujer no recibe atención obstétrica. La fístula provoca la pérdida continua de orina o heces. Sufrir esta lesión es devastador. Aparte de las implicaciones para la salud, la mujer a menudo es repudiada, expulsada del hogar, apartada de la familia y marginada de la comunidad. Martina Gacigalupo Una enfermera acompaña a Yvonne al quirófano en Gitega (Burundi). Una semana después de la cirugía, tendrá que empezar unos ejercicios diarios de rehabilitación, para recuperar el control muscular. La curación completa requiere un régimen muy estricto de cuidados posoperatorios, que pueden durar hasta seis meses. Martina Gacigalupo Yvonne ha vuelto a casa. Quiere ayudar a que se corra la voz: que las mujeres sepan que la fístula puede operarse. “Muchas ocultan el problema y mueren, cuando podrían salvarse”, dice. Según las estimaciones, cada año entre 50.000 y 100.000 mujeres desarrollan una fístula, la gran mayoría en países en desarrollo. La cirugía reconstructiva está solo al alcance de unas pocas. Martina Gacigalupo En Tari, una ciudad pobre de la provincia rural de Southern Highlands, en las tierras altas del sur de Papúa Nueva Guinea, el centro de apoyo familiar de MSF ofrece atención médica y psicológica a las víctimas de la violencia intrafamiliar y sexual, problema muy frecuente en el país. Este es el único programa de la organización expresamente dirigido a las víctimas de la violencia doméstica como Marlin, quien acudió al centro después de que su esposo la atacase con un machete. “Le tengo mucho miedo. ‘Voy a morir’: así es como me sentía”, dice. Kate Geraghty En el centro médico, un recorte de periódico informa del asesinato de una mujer. “La prensa publica historias y el Parlamento ha debatido el endurecimiento de las penas para violadores y agresores dentro de las familias”, explica Leonie, asesora en salud mental del personal papú de MSF. “Pero aún no se ha hecho nada”. Kate Geraghty El VIH afecta a hombres y mujeres por igual, pero en los países pobres ellas son quienes tienen más riesgo de contraerlo, y de hecho son quienes más lo sufren. Las mujeres con VIH se enfrentan a muchos problemas médicos y sociales, y las que están embarazadas, además, deben preocuparse de no transmitírselo a sus bebés durante la gestación, el parto o la lactancia. Cuando no reciben tratamiento antirretroviral, el 40% de las embarazadas con VIH transmiten el virus a sus hijos; sin embargo, con un tratamiento eficaz y sostenido, esta tasa cae por debajo del 5%. Pero no todas tienen la posibilidad de diagnosticarse y medicarse. Edna vive en Thyolo (Malawi) y es VIH-positiva: “Cuando me lo dijeron, me asusté mucho. Había ido a la clínica para saber si estaba embarazada y no para que me dijeran algo así. Pensé: ‘¿Cómo voy a decírselo a mi marido? ¿Y si me dice que nuestro matrimonio se ha acabado?”. Sydelle WillowSmith El asesoramiento individual y los grupos de apoyo comunitarios han ayudado mucho a Edna y a otras mujeres en su misma situación. Sigue habiendo un gran estigma y mucha desinformación en torno al VIH, y la mujer no siempre se atreve a contar a su pareja o a su familia que tiene el virus, ya que puede ser abandonada o expulsada del hogar. Así que, para ellas, buscar tratamiento para salvar la vida de un hijo a veces supone arriesgarlo todo. El tratamiento para la Prevención de la Transmisión del VIH de Madre a Hijo (PTMH) supone un gran avance en el control de la pandemia; MSF la proporciona en todos sus proyectos para personas con VIH. Uno de los componentes más importantes de los programas de PTMH es el apoyo entre pacientes: mujeres que han recibido el tratamiento ayudan a las recién incorporadas a afrontar su nueva situación y a adherirse a la terapia. Son las madres de apoyo. Sydelle WillowSmith En el centro de Puerto Príncipe, una niña juega junto a una de las típicas farmacias en las que se vende ilegalmente un medicamento utilizado para inducir abortos: el misoprostol. Al comprarlo, la mujer no recibe ningún tipo de información sobre la dosis que debe tomar o sobre sus efectos, y por supuesto tampoco tendrá un seguimiento médico. El aborto no seguro es una de las cinco principales causas de mortalidad materna, y provoca cerca del 13% de las muertes de mujeres embarazadas. Las cifras se disparan en algunas regiones, como América Latina, y en contextos como los campos de refugiados y las zonas afectadas por un conflicto. Patrick Farrell Esta joven de 17 años, que vive en un pueblo en zona rural de Haití, está embarazada por segunda vez: un familiar de su marido la ha violado en repetidas ocasiones. Pero la familia no la cree. El año pasado, interrumpió su primer embarazo con misoprostol comprado en la calle; sus opciones ahora vuelven a ser igual de malas. Para MSF, "la interrupción segura del embarazo es una necesidad médica", y una parte esencial de la salud reproductiva: proporcionar a la mujer una atención integral consigue reducir la mortalidad y previene los abortos no seguros. Sin embargo, hay pocos proyectos de MSF que puedan practicarlos: en muchos lugares lo impiden las restricciones legales y la percepción de la comunidad, que pueden poner en peligro a las pacientes y al personal sanitario. Patrick Farrell