Antes de 'Black Panther' ya había un superhéroe negro y lo hizo el creador del Batman de Tim Burton
Recuperamos 'M.A.N.T.I.S' una serie televisiva de los noventa centrada en temas raciales en la que también participó el genio del cine fantástico Sam Raimi
La historia del superhéroe en el cine y la televisión no ha dado muchas oportunidades a los personajes de color. Aunque está llena de ejemplos sueltos aquí y allá, pocas veces ha tenido tanta representación como en esta década. La llegada de Black Panther no solo es una confirmación de que se puede, sino de que atrae también al público, el clásico miedo-barrera de los ejecutivos. Ahora se analizan datos, estadísticas, previsiones y todo tipo de indicadores que permiten que estas inversiones multimillonarias se hagan midiendo los riesgos con mucha exactitud, por lo que las medallitas de Marvel quizá no tengan tanto valor como cuando se lanzaban proyectos como Blade (1998), el primer héroe de la casa del entretenimiento en el cine si descartamos a Howard el Pato
En la televisión es más fácil probar y descartar. De momento tenemos a dos héroes en activo, uno de Marvel y otro de DC. Tanto Luke Cage como Black Lighning son series con buen presupuesto que funcionan bien en Netflix, pero no son ni mucho menos los primeros. Aunque haya un buen puñado de ejemplos de series de superhéroes de animación para niños con protagonistas afroamericanos, lo cierto es que el primer intento en acción real no llegó hasta los noventa. Y sí, ahora mola hablar de la normalización y de los récords que va a batir la taquilla de Black Panther, pero lo cierto es que el primer proyecto más o menos serio de un héroe no caucásico para la televisión fue un fracaso que no pudo pasar de la primera temporada.
Y detrás de su desarrollo creativo no estaba cualquiera. El piloto-película original de M.A.N.T.I.S. fue co-creado nada menos que por Sam Raimi y desarrollado por Sam Hamm. Raimi venía de hacer su versión del superhéroe oscuro con la reivindicativa Darkman (1990), y algo sabía de superhéroes. Quizá esa experiencia es lo que le llevó a encargarse de la primera adaptación al cine de Spider-man. El nombre de Hamm ahora suena menos, pero es nada menos que el guionista de las películas de Batman dirigidas por Tim Burton, es decir, los cimientos sobre los que se han erigido el resto de adaptaciones de héroes de tebeo posteriores. El honor de ser el primer justiciero negro de carne y hueso fue para Carl Lumbly, un actor no muy conocido pero con una gran carrera a sus espaldas que se convertiría en un habitual de la televisión con varios papeles en series de dibujos con superhéroes, entre ellas, curiosamente, el tío del Black Panther animado.
La serie se emitió en el canal Fox entre el 26 de agosto de 1994 y el 3 de marzo de 1995 y duró 22 episodios, con lo que tenía un formato similar al de las actuales series del canal CW que acogen todo el universo DC. La propuesta del superhéroe tenía elementos de cómics conocidos, pero se nota la mano de autor de Darkman en la sombra trágica de la historia, que contaba cómo el rico (hola Bruce Wayne) y afable doctor Hawkins recibe un disparo en la columna vertebral mientras ayuda a un niño durante una revuelta callejera en periodo de los disturbios de Los Ángeles, dejándolo paralítico de la cintura para abajo. Tras perder una demanda contra el oficial de policía responsable, utiliza los recursos de su compañía para inventar una especie de exoesqueleto motorizado (hola Tony Stark) que además de permitirle caminar le da habilidades sobrehumanas.
Como dicen los célebres playboys de Marvel y DC antes citados, no hay mejor súper poder que estar podrido de pasta, por lo que Hawkins dispone de toda la tecnología imaginable, empezado por un gran laboratorio submarino y un aerodeslizador para volar por la ciudad con su coche, al que llama Crysalid, porque tiene gadgets con guiños a las mantis religiosas (hola Ant-Man) ya que, de alguna manera, su nombre es un acrónimo. M.A.N.T.I.S, algo así como sistema de intercepción de neurotransmisor aumentado mecánicamente. Vale, no era lo más original que te podías encontrar, pero tampoco había una película de superhéroes en el cine cada tres meses. Sin ser gran televisión a lo HBO, no dejaba de ser interesante, y era muy entretenida, un poco al estilo de otras series de Raimi como Xena, la princesa guerrera en tono y ritmo. El director también tenía un cameo y metía algún guiño a su saga de Posesión infernal.
Aunque la mayoría de momentos se centraba en la acción y la aventura, la serie se esforzaba en darle algo de profundidad al drama humano. En los momentos en los que debe lidiar con su discapacidad y, más típico, con la ética de ser un vigilante. Lo habitual, pero sin cercarse al tormento nolanista. Pero muy lejos de Batman tampoco se va. Se nota la mano de Hamm, en más de un detalle que otro, por ejemplo en su misma presentación nocturna a dos maleantes, totalmente reciclada de su propio Batman de Michael Keaton. El piloto-película era algo diferente a la serie. No solo su armadura es diferente, sino que cambian personajes y estaba más centrada en los recientes disturbios tras el caso Rodney King. Cintas de vídeo, peleas de bandas, policías forenses corruptos y jefes de corporaciones racistas y malvados. Todo estaba lleno de comentarios sobre la opresión de los afroamericanos y hasta el clímax tenía a un ejército de antidisturbios dando una paliza a ciudadanos normales, como si fueran poco menos que el ejército del villano de turno en cualquier serie de superhéroes.
En los primeros episodios de la serie, sin embargo, el tono reivindicativo se perdía. M.A.N.T.I.S. luchaba contra delincuentes comunes como ladrones, maleantes y ejecutivos corruptos, mientras huía de la policía. Es decir, la rutina clásica de un vigilante enmascarado, pero los pobres resultados de audiencia condujeron a una reorganización en la que algunos personajes menores se descartaron y se incorporaron más elementos de aventuras de fantasía en la premisa. El resultado fue una segunda parte más pobretona en su cuidado de personajes pero con un delicioso tono pulp idiotesco, más al estilo de Doctor Who, con supervillanos, viajes en el tiempo y dimensiones alternativas, control mental, antiguos druidas, demonios, e incluso dinosaurios invisibles. Un cambio repentino que se suelta a los elementos de ciencia ficción que la cimentaban pero desde una óptica totalmente exagerada. En un episodio en particular, M.A.N.T.I.S. viajaba al futuro, en el que su propia tecnología se había convertido en una especie de Skynet con una supercomputadora que esclaviza a la población.
La banda sonora corría a cargo de un colaborador habitual de Raimi, Joseph Lo Duca, que fusiló sin piedad los compases del tema de Depredador de Alan Silvestri para el tema principal con algún que otro pastiche a lo Bernard Herrmann y las clásicas transiciones de escenas a golpe de saxo clásicas de series de los primeros noventa. Pero la música, sea como sea, como otros aspectos de la producción, le daba un empaque no tan habitual en el fantástico catódico. Porque M.A.N.T.I.S. representa muy bien una época de la televisión de género hecha en Estados Unidos, en la que aparecieron productos híbrido entre las clásicas series episódicas o el formato más reflexivo y pendiente del arco de toda la temporada (el estilo que hoy es norma).
Quizá no funcionó porque los espectadores esperaban que tuviera algún tipo de némesis, un gran villano, que mantuviera el interés entre episodios, pero este vengador de la causa racial, al menos, se enfrentaba a ejecutivos blancos. Quizá simplemente era un problema cultural, en el que la paradoja del superhéroe afroamericano explicaba por lo que no acababan de funcionar. Si abrazaba su herencia cultural negra totalmente se hacía irrelevante para el público blanco y si no lo hacía, no tenía mucho sentido que existiera desde el primer momento. Dos décadas después el dilema se ha resuelto, hasta cierto punto, pero sin la existencia del doctor Hawkins y su exoesqueleto no habría sido posible.
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