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Tribuna
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Los valores de España

Nos estamos jugando una amenaza real de amputación de una parte del territorio

Banderas españolas en la manifestación en Barcelona el pasado 29 de octubre.
Banderas españolas en la manifestación en Barcelona el pasado 29 de octubre. jaime Villanueva

Anda nuestro país revuelto los últimos años por las crueles sacudidas en principio de la crisis económica debidamente amplificadas por el obsesivo delirio de una porción del pueblo catalán por obtener una imposible y catastrófica independencia. Para mayor desgracia, a todo ello se ha sumado una cierta dejadez o estado acomodaticio del conjunto de los ciudadanos españoles que, pese a todo, estamos viviendo un largo periodo de paz, convivencia y prosperidad en una también referencia ejemplar de Europa.

Saliendo de unos sombríos años de omnímodo poder de un régimen dictatorial, España experimentó una explosión de libertad con la aparición en el horizonte de la luz de la democracia bajo la saludable y novedosa protección de una Constitución y el restablecimiento de una monarquía ya casi olvidada entonces por la población. Con esos básicos ingredientes, un grupo de políticos de altura, dando un ejemplo de generosidad y concordia, tomaron los mandos del país para iniciar el camino de una modélica transición que asombró al mundo.

Fueron momentos en que una España unida en sus valores fundamentales de una historia y cultura milenaria arrancó a caminar por la senda de la convivencia pacífica del crecimiento y la prosperidad, proa al horizonte y remando todos en la misma dirección para poner al servicio de esa energía, ideologías, credos, costumbres, idiomas y tradiciones. Y así hemos llegado desde el futuro de ayer hasta la realidad de hoy.

Tras 40 años, nuestro país goza de un prestigio internacional innegable, de una de las economías y Estado de bienestar mejores del planeta y un papel fundamental e imprescindible en la Unión Europea y, quizás por esa envidiable calidad de vida, hemos olvidado pronto ese orgullo de país, esa seducción que trajo la democracia y la concordia que nos unió en un proyecto común.

Hoy, una profunda crisis en vías de superación, una infección epidémica en Cataluña y las turbulencias que está provocando la amenaza real de fractura y amputación de una parte del territorio nacional deben necesariamente hacer reaccionar de forma contundente a una sociedad de casi 50 millones de ciudadanos españoles en la defensa de nuestra integridad porque la unidad hoy día está en el tablero y nos estamos jugando nuestro país, España.

La sociedad se está poniendo de nuevo a trabajar para recuperar la ilusión y la concordia alimentando el orgullo de pertenecer a un país como el nuestro

Las enormes manifestaciones en Barcelona de los pasados 8 y 29 de octubre siguiendo al llamamiento de Societat Civil Catalana, unidas al mensaje del rey Felipe VI y al inicio de la fuga de grandes empresas ante el naufragio, no solo modificaron el rumbo del proceso secesionista catalán sino que despertaron las conciencias de toda España, que por primera vez en muchos años se sintió solidaria con el orgullo y unidad, llenando balcones y ciudades de banderas españolas, hecho del que debe efectuarse una lectura de largo alcance, tanto por lo insólito cuanto por lo inesperado en todo el territorio nacional. Todo ello debe llevarnos a la reflexión de por qué hemos podido llegar hasta aquí y cuál es el camino a seguir que, en mi opinión, ha quedado bien trazado por esos multitudinarios acontecimientos.

La sociedad española, como un conjunto de sociedades territoriales desde los movimientos estrictamente civiles, transversales y alejadas del abanico partidista, con el apoyo y empuje de asociaciones, fundaciones, instituciones y organizaciones empresariales y profesionales, se está poniendo de nuevo a trabajar para recuperar la ilusión y la concordia alimentando de nuevo el orgullo y satisfacción de pertenecer a un país como el nuestro. Acerquémonos otra vez al mundo de la seducción con toda clase de guiños cómplices al cimentar los pilares fundamentales de las emociones, la historia y la cultura, de los que nacerán los nervios que conforman la estructura de nuestro país, de España.

No sé si debemos llamar a esa necesidad una segunda transición pero sí estoy seguro de que debemos inyectarnos de nuevo una dosis de amor y energía, porque nuestro país, en estos difíciles momentos, lo necesita, a sabiendas de que mucha gente, entre la que me encuentro, está dispuesta a defender la tierra donde hemos nacido o que nos ha acogido. Tan solo es necesario que la sociedad española alimente seducciones y complicidades para de nuevo despertar la solidaridad, la concordia y los valores dormidos, y puedo asegurarles que en breve nacerá un movimiento cívico general que vendrá a llenar los vacíos de esa sociedad que ha llegado hasta hoy después de tanto esfuerzo. ¿Alguien se apunta?

Mariano Gomá Otero fue presidente de Societat Civil Catalana.

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