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Tentaciones

Cinco gags televisivos que hoy no pasarían el filtro: machismo, transfobia y racismo

'La pareja basura' y la violencia de género, los Monty Python y el sexismo, Seinfeld siendo simplemente él mismo... ¿Podrían triunfar hoy como lo hicieron en los 90?

¡Sí! ¡Lo estabas deseando! Otro artículo recopilando cosas que antes disfrutabas con carcajadas acríticas y que ahora te hacen morder el labio mientras emites un débil “hum” de disgusto. Pero espera, no es tan fácil. Esto no va de abrir brechas todavía más profundas entre generaciones que se enfrentan a la tele de su tiempo con actitudes diferentes. Antes de empezar, una aclaración.

Nada estimula más a los bandos enfrentados en una guerra cultural que poder sentirse como su enemigo por un momento de placer culpable. Cuando los tuiteros canallas que tienen fotos de perfil de Harry el Sucio en blanco y negro se cansaron de llamar victimistas a las millennial de pelo azul que compartían memes body positive de Tumblr, empezaron a replicar ese supuesto victimismo arrancándose la camisa a jirones entre gritos de: “¡censura!” Que si ahora, con la corrección política (uuuh, la Corrección Política) no se podía decir nada, que si nos van a quitar las series que nos gustan… Evidentemente, no se trata de eso. Toda discusión cultural es lógica y bienvenida en tiempos de cambio. Y del mismo modo que esos tuiteros canallas aprendieron a disfrutar Gilda al mismo tiempo que tomaron conciencia (o eso se supone) de lo inaceptables que resultan algunas bofetadas, comentar este tipo de divergencias solo debería estimular el debate. Vamos allá.

Bottom y la violencia de género

La Pareja Basura, como se tituló en España la sitcom brutal de Rik Mayall y Adrian Edmondson, era un slaptstick de humor negro y comedia física a cachiporrazo puro. Retrataba la vida de dos necios sociópatas que se pasaban el día atormentándose, persiguiendo dinero (en vano) y buscando sexo (más en vano aún). Obviamente, no se les retrataba como personajes positivos, ni la intención era glorificar la violencia o la estupidez (bueno, tal vez la estupidez sí: benditos sean), pero esas excusas difícilmente les salvarían hoy de la quema si este gag en el que se aporrea a una recolectora de fondos contra la violencia doméstica fuese emitido hoy. Quien desee contemplar un lado menos hiperbólico de la personalidad de sus creadores, siempre podrá recurrir a este discurso del tristemente fallecido Mayall: un alegato imperial a favor del amor.

Los Monty Python y el sexismo

Difícilmente este sketch podría ser calificado de machista. Más bien parece parodiar la lascivia masculina como un impulso primitivo del que una mujer poderosa se burla durante años (algunos de esos lecheros parecen llevar ahí desde hace siglos). Sin embargo, los Python han recibido algunas críticas por sus personajes femeninos, prácticamente divididos en dos únicos clichés: la rubia despampanante y casi siempre encarnada por Carol Cleveland y la vieja pelleja y malhumorada que, a menudo, interpretaban ellos mismos. John Cleese parece haberle cogido el gusto a despotricar contra la cultura PC en su cascarrabias cuenta de Twitter, mientras Cleveland, por su parte, llegó a negarse a salir en top-less en un sketch que tenía demasiado público alrededor.

A lot of people say, "What's that?" It's Pat!

Jill Solloway, responsable de series como Transparent o I Love Dick, llamó recientemente la atención sobre este personaje clásico de Saturday Night Live, cuyo running gag era, básicamente, su ambigüedad de género. Es difícil imaginarse a personas nacidas en el siglo XXI terminando de ver esto en el sofá sin antes viralizar tres hashtags de repulsa.

The New Statesman, el diputado putero

Otra aparición estelar de Rik Mayall, esta vez interpretando a un diputado tory que encarnaba todas las miserias de la derecha británica, empezando por la hipocresía de defender valores familiares en público y ser un depravado sexual en privado. Evidentemente, el chiste está en reírse de él, pero con esta clase de protagonistas se da siempre el mismo debate. (En España, tenemos los casos menos sofisticados pero igualmente polémicos de Torrente o Mauricio Colmenero.) Las risas enlatadas van después de sus comentarios y actitudes primitivas, por lo que puede haber miradas susceptibles que se sientan incómodas ante esa manera de llamar a dos prostitutas asiáticas: imitando su acento con sonidos guturales. ¿Ha acabado la era del cinismo, como afirma el crítico James Poniewozik? ¿Tienen cabida parodias de este estilo en una televisión alérgica al mal gusto?

Seinfeld contra las cuerdas

Este es un caso especial. No se trata de que los gags en Seinfeld fueran inadvertidamente ofensivos, sino que tanto su protagonista como Larry David, alfareros virtuosos del gag ofensivo, coqueteaban con los límites de la incorrección para caer de pie con oficio magistral. Y ahí está Curb your enthusiasm para probarlo: su última temporada no ha escatimado recursos y ha conseguido lidiar con equívocos homófobos, racistas, islamófobos e incluso capacitistas. Sin embargo, no todo el mundo lo ve así. Tanto Seinfeld como David son estos días objeto de la ira del público menos receptivo a los chistes sobre racismo simpático o sobre hacerse pasar por un autista para obtener beneficios de la sociedad. Jerry Seinfeld ha declarado en más de una ocasión que siente repelús por la corrección política que impera en los campus universitarios, y rechaza toda discusión al respecto con aires de agotamiento. ¿Podría triunfar hoy como lo hizo en los 90?

En verdad, no existe una solución posible a este dilema porque tampoco es necesaria. Por un lado, tenemos las series que reflejaban comportamientos discriminatorios de forma natural porque, sí, en el pasado estaba normalizado. Y por otro, hay humoristas que van a apostar siempre por hacer equilibrismos sobre el alambre, a veces con mejor y otras con peor fortuna. Hoy Friends no replicaría las mismas conductas porque, sencillamente, vivimos en otra época. Y cómicos como Larry David serán siempre necesarios: en los 90 y ahora. Aceptar que existen ambas realidades es parte de la convivencia; igual que aceptar que existen muchos tipos de público.

"Echarle once masacres a la cara a una serie que te parece grosera es tan ridículo como apretar los puños porque los millennials quieren censurarte"

Esta semana, la crítica del NY Times Margaret Lyons se escandalizaba por el estreno de una serie sobre un profesor de instituto que no es buena persona, que incita a sus alumnos a coger a un profesor rival en un renuncio sexual y que hace bullying a los más débiles. Los argumentos que elige para mostrar su disgusto con esta comedia negra son un poco Señora Lovejoy: “En el piloto, [Jack, el protagonista] se burla de la idea de alertar a sus superiores sobre las tendencias violentas de un estudiante, y en un episodio posterior, se ofrece alegremente a intimidar a un estudiante protegido para endurecerlo. Hace unos años, estas escenas podrían haber funcionado como atisbos de la retorcida compasión de Jack. Pero hasta ahora ha habido once tiroteos escolares en 2018. (…) Tal vez la intimidación ya no sea divertida.” Hombre, hombre. Echarle once masacres a la cara a una serie que te parece grosera es tan ridículo como apretar los puños porque los millennials quieren censurarte.

Al final, la estudiante de Bellas Artes que cuelga su Paypal en Twitter para que apoyes sus ilustraciones y el cuarentón terrible que se queja de las feministas y se deja una perilla no menos terrible están obligados a convivir. ¿A ver las mismas series? No, pero sí a construir una sociedad juntos, por mucho que en Twitter sea guerra civil todos los días. Este tipo de listas (de discusiones, de conversación) deberían contribuir a lo primero (la convivencia) más que a lo segundo (la guerra). Aunque rara vez sea el caso, para qué nos vamos a engañar.

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