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La señal que te alerta de que has de cambiar de trabajo (o al menos, intentarlo)

Escucha a tu cuerpo y tus sensaciones, son más objetivos que tu mente

Ruben Montenegro

Uno de los emprendedores más innovadores de Estados Unidos tiene su truco personal para saber cuándo ha de cambiar de trabajo: su despertador. Tony Hsieh en su libro autobiográfico explica que, cuando hace años trabajaba en LinkExchange, un buen día tuvo que sonar hasta seis veces la alarma para que se levantara. Fue entonces cuando decidió cambiar de empresa. Entró en Microsoft y, pasado un tiempo, le volvió a suceder. El despertador insistió otras seis veces. Dejó entonces la compañía y montó Zappos, empresa dedicada a la venta de zapatos online… Está claro que el caso anterior es solo un ejemplo y posiblemente de poca aplicación para el resto de los mortales: ni todos tenemos la genialidad de Hsieh, ni estamos en mercados laborales tan alegres como los tecnológicos en Estados Unidos, ni disfrutamos madrugando. Pero matizado todo lo anterior, es un ejemplo para reconocer que cualquiera de nosotros puede tener alguna señal que indique que necesitamos buscar trabajo en otra empresa, en otro departamento o con otro jefe, o al menos intentarlo. Pero, ¿cómo saber reconocerla y no confundirla con una mala etapa que pasa con el tiempo?

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Pues bien, curiosamente la primera señal te la suele dar el cuerpo y las sensaciones como, por ejemplo, no tener ganas de levantarse, que descienda la motivación bajo mínimos los domingos por la noche o sufrir un humor de perros durante una temporada larga por culpa del trabajo. Después de estas señales, pasado un tiempo viene la cabeza a dar una explicación de lo más racional y justificada. Pero el orden suele ser así: primero, el cuerpo y las emociones, y después, la mente. Y tiene su explicación. La cabeza que anhela nuevos sueños o proyectos es también la que almacena los miedos y las inseguridades. Si yo deseo cambiar de trabajo es posible que durante el proceso de búsqueda me enfrente a dudas del tipo “¿y si me equivoco?”. Por eso, lo que el cuerpo nos diga es “más puro”, “más sincero”. Lógicamente, no hablamos de trabajos en los que no se llega a fin de mes, cuyo motivo es más que evidente; o de oportunidades muy deseadas, que de repente llegan… sino de aquellas decisiones más difíciles. Así pues, ¿qué podemos hacer?

Lo primero de todo, presta atención a tus sensaciones. Eso no significa que en cuanto tengas un pinchazo en el estómago o se te peguen las sábanas necesites buscar otro trabajo. No, significa no pasar por alto aquellas sensaciones que son una constante, como un estrés continuado todos los domingos, un agotamiento continuo o un carácter endemoniado sin necesidad.

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Segundo, conversa sobre lo que te ocurre con honestidad. Para dar forma a lo que sentimos, necesitamos darle palabras. Para ello, puedes escribir para tomar distancia y entenderlo o aún más fácil, hablarlo con alguien de confianza sin juzgarte. Simplemente, conversa sobre ello y pregúntate el porqué.

Tercero, distingue dos momentos: el de tomar una decisión y el de ejecutarla. Quizá sepas que ese trabajo no es para toda tu vida pero tampoco el mercado laboral esté en su mejor momento. Por ello, es bueno no confundir la decisión con el instante en el que se ha de poner en marcha.

Y cuarto, diferencia el motivo por el que no te atreves a dar el paso: puede ser por miedo (hipoteca, hijos, incertidumbre…), porque no tienes claro qué es lo que quieres, o porque sigues confiando en esa empresa… En la medida en que lo identifiques te será más fácil gestionarlo con un plan de acción.

Sin duda el trabajo es una parte importante de nuestra vida. Le dedicamos demasiadas horas como para estar a disgusto. Prestando atención a las señales, estaremos mejor preparados para cerrar una etapa y definir una estrategia para comenzar otra nueva. ¡Buena suerte!

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