París solo quiere que vistamos mejor
Los primeros desfiles de Otoño/Invierno 2018 presentados en la Semana de la Moda Masculina proponen novedades en nuestro armario que no implican vestirnos de papagayo
Desde fuera los desfiles de París parecen una macedonia imposible, poblada de personajes improbables, que cambia arbitrariamente cada temporada. Pero en realidad es un paisaje de marcas pioneras en cambiar las proporciones y la silueta de la ropa que todos llevamos, y que van construyendo sus señas de identidad a base de prendas clave que van evolucionando cada seis meses. Es decir, de cosas que realmente se venden porque la gente las compra. Lo curioso (¿lo malo?), y lo que habría que estudiar, es por qué tan poco de todo eso se ve en nuestras calles, y por qué tarda tanto en llegar.
Lemaire, por ejemplo, es una firma pequeña que lleva años proponiendo ese tipo de ropa que nunca se pondrá un futbolista porque no marca los pectorales. Chaquetas de corte cuadrado, trajes grandes en tonos apagados, y una buena variedad de pantalones: anchos y cortos, altos y muy anchos, o amplios y con cintura de cordón y bajo elástico. Son prendas que favorecen de forma poco convencional (mejor, desde luego, si mides 1'85 y pesas 72 kg) y que ocupan un lugar claro en el mercado: las mujeres adultas que quieren vestir bien sin parecer señoras de beis pueden ir a Céline, y los hombres que no se reconocen en la chaqueta con coderas y el pantalón pitillo tienen Lemaire.
Dries Van Noten es una de las pocas marcas independientes con el suficiente peso como para disputar a las grandes la deficitaria atención del público de la moda. Lo suyo es una mezcla de sastrería, influencias multiculturales y cultura juvenil aparentemente sin sentido que, por separado, lo tiene completamente. En este caso, el diseñador belga "quería hacer algo transversal. No quería concentrarme en nada concreto, por eso hay un poco de influencia estadounidense, algunos toques femeninos...". Suena arriesgado pero, cada temporada, sus colecciones pasan felizmente de la pasarela al perchero. Colgados, los trajes acampanados años setenta, las camisas de vaquero, los zapatos de puntera cuadrada, las parcas militares con la espalda bordada con motivos alucinógenos y los chubasqueros con resultan magnéticos incluso si tu profesión no es la de crítico de moda (supongo que no puedo decir lo mismo de los bonitos, pero difíciles pantalones de encaje inglés). No hay que tomarse a uno mismo demasiado en serio, dice Van Noten. "Es bueno sorprenderse".
AMI es otra marca, solo que más accesible, que ofrece variedad dentro de un registro familiar. Ofrece trajes anchos, chaquetas de pana un poco estrechas, pantalones pesqueros y abrigos un poco encogidos, pero no demasiado: un look de estudiante burgués rebelde, reinterpretado según las normas del ahora, para todos los públicos. Y Miyake introduce la sensibilidad japonesa (arrugada, cómoda y con tejidos y colores inesperados) y la herencia de esta casa histórica en la historia reciente de la moda en la ropa de todos los días.
Kate Moss y Naomi Campbell cerraron el desfile de Louis Vuitton envueltas en sendas gabardinas plastificadas. Así celebraba el británico Kim Jones su última colección para la firma. Esta vez el estilo era senderismo deluxe: había gorros de andar y gafas aerodinámicas; cazadoras en tonos tierra con costuras termoselladas y chubasqueros tecnológicos estampados con fotos aéreas de paisajes keniatas; punto fluorescente, abrigos beis de vicuña y nuevos, lacónicos modelos de branding ('Louis' o 'Vuitton') para quien no pueda pasar sin el logo. La silueta era ligera, a pesar de las superposiciones. "Son prendas que pueden cambiar, que viajan en el cuerpo y se transforman", decía el diseñador en la nota de prensa. Jones creó el departamento de ropa de hombre de Louis Vuitton y, siete años después, lo ha convertido en un éxito comercial. Su estilo, una mezcla de deporte, viajes, lujo y retazos de un pasado clubber, han conectado con la nueva generación de clientes de lujo: la colaboración de Vuitton con Supreme, hace seis meses, se agotó en cuestión de días.
El negocio de la moda para hombre sigue siendo pequeño en comparación con el del sexo opuesto, pero gracias a nombres como Jones, algunas firmas de lujo han construido una propuesta para hombre interesante que no solamente se beneficia de un logo conocido. Loewe, por ejemplo, revolucionó el panorama hace tres años y hoy la locura controlada de las colecciones de Jonathan Anderson ya es un clásico. El próximo otoño, no obstante, trabaja los básicos masculinos (la trenca, la chaqueta de borrego) e incluye inspiración universitaria: una mochila Goya hecha de patchwork de forros de chaquetas de colegial, bolsos con costuras de balón de rugby y un chándal con el logo de la casa en letras universitarias forman parte de una colección más ponible que de costumbre. Todo para convencernos a nosotros, hombres españoles de hoy, de que hay vida más allá de la chaqueta con coderas y los pantalones pitillo.
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