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Tribuna
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El mejor alcalde de Madrid

Nos falta cultura del reconocimiento y nos sobra de la sospecha, pero el tiempo y sus obras están logrando que se valore a Enrique Tierno Galván —que hoy cumpliría cien años— como un gran intelectual y un político importante

Antonio Rovira
RAQUEL MARÍN

Quién fue Tierno? Un profesor, un político querido y odiado. Un gran intelectual que se dedicó a la filosofía, a la sociología y al Derecho. Fue el mejor alcalde de Madrid y nació un día como hoy hace cien años.

Me preguntan cómo era, pero ¿cómo puedo responder para que no parezca adulación? Tierno fue una persona honesta, inteligente y por tanto compleja, con sus peculiaridades. Tímido y a su manera provocador. Fue una de esas figuras patriarcales y carismáticas que destilan la cordialidad ilustrada característica del viejo sabio malicioso y amable.

En sus escritos siempre hay una preocupación por la gente, un aliento ético más allá de cualquier actitud partidista. Si sabemos que la sociedad es injusta ¿que evita que remediemos esta situación? ¿qué razones últimas evitan que la moral se realice? Esta preocupación es el “hilo conductor” de toda su obra y en gran medida también de toda su biografía: sucesivos intentos de armonizar, buscar el equilibrio entre la exigencia moral de la acción (actuar es hacer política) y la tendencia a no salir de los límites de la reflexión intelectual y facilidad teórica.

Tierno, el de la razón mecánica y la razón dialéctica, el del intento de renovación de la idea de marxismo, también fue un agitador de grupos contra la dictadura y su cátedra se convirtió en un foco de contestación y resistencia hasta que lo expulsaron. La despedida de Tierno Galván, escribe Francisco Tomás y Valiente, se produjo en Salamanca en una mañana de 1965. Cientos de alumnos se aprestaba para escuchar al prestigioso y siempre exquisitamente y cortés profesor. El ambiente era tenso y glosando unas palabras de Hamlet, Tierno señaló la necesidad y la dignidad de vivir y obrar como hombres y no como ratas.

Fue un trabajador infatigable. Quizá no sea una de esas figuras rompedoras, deslumbrantes y no tenga una obra maestra pero nos ha dejado muchas muestras de su gran talento y algo más difícil, nos ha dejado un nuevo estilo, un pequeño y grato género de discurso, un nuevo armazón para alojar las palabras, los bandos didáctico-lúdicos como los definió Lázaro Carreter.

Redactó junto a Raúl Morodo el elegante y noble preámbulo de la Constitución

Participó, como pudo, en el proceso constituyente y redactó junto a Raúl Morodo el elegante y noble preámbulo de una Constitución que no podía ser quimérica, ni ilustrada como las anteriores, ni tampoco un simple acuerdo de intereses entre partidos. Como escribió en estas misma páginas el 15 de septiembre de 1977, necesitábamos una constitución espejo en la que se vieran reflejados los ciudadanos y los poderes, una constitución práctica, eficiente, suficiente, flexible, que reflejara también los cambios.

En definitiva, necesitábamos una Constitución con autoridad social suficiente para permanecer y asegurar nuestras libertades en paz. Y así lo hicieron, porque la Constitución no tiene nada que sea trascendente, no es un dogma, al contrario, es como el agua o el oxígeno, una herramienta no un fin, un instrumento, un pacto, un contrato social que funciona si permanece y garantiza los derechos de los ciudadanos.

La constitución a priori no tiene sentido, por eso los problemas constitucionales no son tanto problemas académicos o jurídicos sino de poder. Y en política no hay milagros, solo trabajo, perseverancia, voluntad, en fin saber hacer, saber esperar y sobre todo confiar. Pero, también es verdad que en política hay que tener valor y determinación sin esperar que se den las condiciones ideales porque las condiciones ideales no existen. El “consenso” por ejemplo, el acuerdo de todos o prácticamente todos, es hijo de su siglo y en este momento puede convertirse en una “condición ideal” que paralice, sin coste político, una reforma no ostentosa pero si necesaria que pueda ser asumida por los dos tercios no solo de los parlamentarios, también de los ciudadanos.

Fue un socialista que vivió sólo de su trabajo, que quiso desarrollar contra corriente

En fin, todo empezó un día de 1973 cuando un estudiante de Barcelona fue a visitarlo a Marqués de Cubas y aquí estoy. A su lado nos detuvieron y retiraron el pasaporte y a su lado me formé como profesor junto con Manolo Mella, Maite Gallego, Matilde Gurrera y Enrique Lucas. Matilde y yo somos sus últimos discípulos directos, los últimos profesores que entramos en su reducido equipo de la UAM y allí seguimos. Nos dirigió la tesis doctoral y juntos trabajamos y publicamos durante sus últimos nueve años hasta que vimos cómo la movida subida a las farolas lo miraba en silencio mientras la carroza fúnebre, con sus caballos negros avanzaba elegante, muy despacio, entre una multitud conmovida hacia el cementerio de la Almudena. Madrid se echó a la calle y pensé en el prematuro destino del maestro y sentí la influencia que ejerció sobre todos aquellos que nos mantuvimos a su lado y me vinieron sus palabras cuando estaba ya muy cansado: “La mejor forma de solucionar algunos problemas es darnos cuenta de que no existen” y entendí que ante la muerte lo único que podemos hacer es cambiar la mirada. La muerte como resultado y no accidente, como un hecho científico incontrovertible. Morir sencillamente es dejar de pensar, dejar de soñar.

He aquí a Enrique Tierno, una persona que fue algo más que la función que le tocó jugar. Fue más que un profesor y más que un alcalde. Casi nunca protagonista, pero siempre estuvo en los lugares donde se decidieron los grandes temas. Entonces ¿Por qué, durante una época, ha estado bien visto desdeñarlo? Quizás su carácter distante y su ironía lo explique, pero también se explica porque todo lo hizo por libre y en España ir por libre es una fatalidad y se paga, vaya si se paga. Sanciones, censuras, silencios, procesamientos y sobre todo muchas dificultades económicas que le obligaron a aceptar trabajos honrados pero modestamente retribuidos (clases particulares, traducciones) y poco adecuados para un intelectual de su valía.

En fin, que nos falta cultura del reconocimiento y nos sobra de la sospecha. Pero quizá el tiempo y también los ochos gruesos volúmenes con sus obras completas estén logrando que se valore a Enrique Tierno como lo que es: un gran intelectual y un político muy importante, leal a sus ideas y compromisos, docente en la universidad y fuera de ella, socialista que vivió sólo de su trabajo, de un trabajo que quiso desarrollar contra corriente en su propio país.

Su figura y ejemplo son importantes y aquí queda el merecido homenaje y el testimonio de mi mayor reconocimiento.

Antonio Rovira es catedrático de Derecho Constitucional y director del máster en Gobernanza y Derechos Humanos (Cátedra Jesús de Polanco. UAM/Fundación Santillana).

 

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