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Columna
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Zoido, ese muerto está muy vivo

El ministro ha demostrado una facilidad natural para flotar. Sea cual sea la medida de la tormenta

Teodoro León Gross
El ministro de Interior Juan Ignacio Zoido, y el delegado del Gobierno en Andalucía, Antonio Sanz durante el partido entre el Sevilla y el Betis el pasado sábado.
El ministro de Interior Juan Ignacio Zoido, y el delegado del Gobierno en Andalucía, Antonio Sanz durante el partido entre el Sevilla y el Betis el pasado sábado.Raúl Caro (EFE)

La carrera política en España está llena de posibilidades; y ahí está Zoido, día a día, para animar a quienes duden si decidirse. Ciertamente no es un camino de rosas, y el tribalismo requiere una piel dura para la descarnada retórica de combate, pero en definitiva se trata de una actividad donde los niveles más altos de incompetencia, de indolencia y de frivolidad no ponen en riesgo la continuidad en el cargo. Zoido es un ejemplo muy estimulante.

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Si alguien vacila sólo tiene que preguntarse: ¿Puede un alto cargo sobrevivir a la gestión fallida de las nevadas mientras él está en Sevilla viendo un partido de su equipo con su compadre, director de la DGT? Sin duda, eso es moco es pavo. ¿Puede un ministro del Interior sobrellevar la polémica de una cárcel sin inaugurar llena de inmigrantes con expulsiones masivas y hasta algún suicidio? Va de suyo. ¿Puede un ministro del Interior superar un desastre catastrófico para el país como las cargas policiales del 1-O? Pues claro que sí. Es más, un ministro del Interior puede sobrevivir a todo eso conjuntamente, incluso aunque suceda en el plazo de pocas semanas. Zoido podría parecer carne de cañón, si se le hace balance con estándares europeos, pero en definitiva, parafraseando la versión española de la comedia de Ted Kotcheff, el muerto está muy vivo.

Preguntarse qué aporta Zoido al Gobierno para justificar su defensa numantina sólo llevaría a la melancolía. Aceptando que se trata de un gestor mediocre aunque de talante amable, un político de pobre instinto político aunque sin duda moderado, y un rostro cañí por más oposiciones de juez que sacase, tener la oportunidad de soltar ese lastre podría parecer hasta una bendición. Salvo para Rajoy, refractario a los ceses hasta lo patológico. Aún sorprende, eso sí, que pensara en lavar la imagen del Ministerio de Fernández Díaz con Zoido, tanto o más capillita, hasta confesar que su guía no es solo la Constitución sino también la Biblia. Rajoy le compró esa cuota andaluza a Cospedal liberando a Moreno Bonilla de la pesadilla, aunque en realidad nunca ha dejado de enredar desde la mesa camilla, como se conoce al poder sevillano en la sombra. Desde luego explicaría mucho de la política española que los ciudadanos tuvieran que pagar el precio de tener a Zoido de ministro para aliviar a Moreno Bonilla de esa presión.

Zoido el Marino, como lo bautizaron en Ciudadanos después de un oscuro y polémico viaje en el buque escuela Juan Sebastián Elcano, ha demostrado una facilidad natural para flotar. Sea cual sea la medida de la tormenta. Tal vez se entiende mejor aquella imagen a la vez hilarante y estupefaciente de Zoido exaltando a la Macarena. Sin duda está protegido por su mano milagrosa. Bueno, por la mano milagrosa de la Virgen y por la manga ancha de la política española, donde se traga con todo, o con casi todo. Y más aún si militas a las órdenes de Rajoy, capaz de proteger a Ana Mato hasta la agonía o de promover al Banco Mundial a José Manuel Soria, caído por los papeles de Panamá, diciendo “¿Qué se hace? ¿Se le echa de España?”. Así uno puede estar tranquilo en política, allá nevadas, cárceles o cargas policiales.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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