Mirarse al espejo
El terrorismo de ETA causó como promedio la misma cantidad de muertes que la violencia contra las mujeres
Hay que reconocerle al rey Felipe VI alguna intervención positiva en la política de nuestro país. Eso puede quedar al margen de que uno sea republicano. Me refiero a su firme llamamiento a luchar contra la violencia de género, que sigo sin saber por qué se llama así y no violencia contra las mujeres, que es de lo que se trata.
En su discurso de fin de año, le dio al asunto la importancia que tiene, es decir, lo trató como a un problema de gran calibre, con la pretensión de implicar a la sociedad que lo padece en su solución. Antecedentes hay que indican que semejante pretensión no es ilusoria. Baste recordar el terrorismo de ETA, que causó como promedio la misma cantidad de muertes, más o menos, que la violencia contra las mujeres. Medio centenar al año, no está mal.
La gran diferencia con ETA es que aquí no hay un Estado Mayor que decida cuándo y a quién hay que matar, sino que el salvaje designio del asesinato, o del abuso, viene de una persona que, en ocasiones, ha llegado incluso a amar a su víctima. Las motivaciones pueden ser también muy diversas, pero todos los casos esconden un factor común: una mujer tiene el descaro de ser la dueña de sí misma. Y ahí es preciso señalar lo acertado del eslogan de “No es no” para los casos de violencia sexual.
Porque la violencia se ejerce cuando la mujer se niega a aceptar algo que no se le propone, sino que se le exige.
Hemos avanzado. Y mucho. Ya nadie se toma a choteo el asunto, que era la mejor trinchera que usaban los acosadores para agredir desde ella con cierta, y a veces con toda impunidad. Hemos avanzado pero este año ha habido 50 mujeres muertas y varios miles de violadas o víctimas de abusos.
Los hombres formamos el colectivo del que salen los abusadores y los homicidas. Y nos preguntamos, como personajes de una narración de Truman Capote: “¿Se puede hacer algo?”. Pues algo habrá que hacer, y ese algo tiene que contener en su seno la conciencia de que el origen de tanto sufrimiento está en la masculinidad llevada al extremo que es el machismo.
Con esa conciencia suave, pero con una militancia férrea, debemos hacer la misma pregunta cada día al espejo: ¿yo puedo hacer algo, cariño?
Y el espejo nos dará la respuesta terminante siempre: “Claro que sí. Tolerancia cero”. Empezando por uno mismo, no permitir hábitos machistas en el entorno. “No es no”. Es un buen comienzo.
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