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Tentaciones
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‘Godless’ o cómo una serie de Netflix puede acabar con el 'western' machirulo

‘Westworld’, ‘En defensa propia’, ‘Meek's Cutoff’... Por fin producciones feministas ambientadas en el Oeste y personajes femeninos potentes entre tanto vaquero

Merritt Wever y Michelle Dockery en 'Godless', la nueva serie de Netflix que ofrece una visión distinta de los 'westerns'.

La mayor parte de los géneros cinematográficos se han ido desarrollado a lo largo del tiempo a través de la mirada masculina. Pero lo cierto es que algunos de ellos han sido especialmente nocivos en el tratamiento de la mujer, relegando su protagonismo a un papel conscientemente secundario, anecdótico o incluso denigrante. En muchos de los casos la construcción de esos personajes estaba supeditada a la acumulación de clichés y a la asunción del más puro arquetipo simplista.

Así, las mujeres terminaban convertidas en simples adornos o en prototipos idealizados de acuerdo a las fantasías masculinas. El cine noir recurrió al concepto de femme fatal para responsabilizar a la mujer de todas las desgracias que sufrían sus respectivos partenaires masculinos; en el terror muchas ficciones reducían la presencia femenina a la de fácil víctima cuyo cometido solía ser correr y gritar con ropa ligera; y en lo que se refiere al western, su representación se estandarizó como pasiva y silenciosa. Aunque siempre encontraremos honrosas excepciones, en la mayor parte de los casos, su presencia era pura anécdota.

Sin embargo, en los últimos tiempos han comenzado a surgir voces que se han encargado de subvertir estas convenciones para darle la vuelta a los géneros a través de relatos que se encargan de reescribir la historia desde una perspectiva femenina. Se trata de acercar estas ficciones a los problemas y las exigencias de las mujeres estableciendo un paralelismo entre las necesidades contemporáneas y las preocupaciones atávicas inherentes a la condición femenina. Ha sucedido con el terror y ahora le toca el turno al western.

Uno de los ejemplos más sinuosos a los que nos hemos enfrentado este año ha sido la adaptación por parte de Sofia Coppola de la película de Don Siegel El seductor. ¿Era La seducción realmente una reescritura feminista por el simple hecho de haber sido dirigida por una mujer? Esta fue una de las cuestiones que suscitaron una cierta polémica tras el paso de la película por el Festival de Cannes. Y lo cierto es que más allá de cualquier consideración programática, la directora supo llevarse la historia a su terreno para convertirla en casi una prolongación de su mundo, el mismo que habitaron en su momento las protagonistas de Las vírgenes suicidas, es decir, el de los espacios cerrados y el entorno hostil en el que se consume la juventud y la belleza.

Su cámara adoptó una perspectiva muy sutil para separarse del trabajo de Siegel. En realidad, se trataba de una cuestión de puesta en escena y de sensibilidad fílmica. Mientras la película de Siegel era más ruda, la de Coppola se revelaba más exquisita en las formas, hasta el punto de que se podían dar a entender mensajes diferentes con un simple movimiento de cámara. A Siegel le interesaba investigar en torno a la crisis de la masculinidad, a cómo las estructuras de poder entre hombres y mujeres podían desmoronarse al mismo tiempo que el macho comenzaba a perder su identidad, su supremacía en un panorama encaminado a la liberación de las ataduras patriarcales. En definitiva, para Siegel, la figura femenina empezaba a dar miedo. Y para Coppola, se trataba más de una cuestión de supervivencia. También de una toma de conciencia de la mujer frente a su necesidad de dejar de estar supeditada al influjo masculino.

“El personaje de Mary Agnes (Merritt Wever) se enfrenta a los hombres: “Somos más fuertes de lo que parecemos”, “Estamos hartas de ser las que esperan sin hacer nada”

Algo parecido ocurría en una película que prácticamente pasó desapercibida y que continúa resultando de lo más interesante a la hora de tratar estas cuestiones. Se trata de En defensa propia (The Keeping Room, 2014), de Daniel Barber, escrita por una mujer, Julia Hart y protagonizada por Brit Marling, una de esas actrices cuya sola presencia ya garantiza que su papel sea proclive a incluir un discurso mínimamente activista. En ella nos situamos también en las postrimerías de la Guerra Civil americana, en una antigua casa sureña en la que solo quedan tres supervivientes después de que los hombres marcharan hace mucho tiempo a la contienda: dos hermanas y su criada de color. Ahora ya no hay distinción entre ellas. Las tres han aprendido que para seguir adelante tienen que contar las unas con las otras, pasando por alto sus prejuicios de clase y de raza. Mientras ellas han evolucionado en lo referente a su mentalidad, los hombres siguen insertos en un mundo de violencia, racismo y machismo que terminará atrapándolos a todos en una espiral de tragedia.

Pero en esta ocasión no encontramos ni un ápice de victimismo en la actitud de Augusta (Brit Marling), Louise (Hailee Steinfeld) y Mad (Muna Otaru), sino una necesidad imperiosa de protegerse entre sí y enfrentarse, si es necesario, a cualquier elemento distorsionador de su pequeño universo doméstico, en este caso materializado en dos desertores del ejército confederado que se dedican a causar el caos allá por donde pasan, matando a los hombres y violando a las mujeres. La película se esfuerza por abandonar la imagen de la mujer como elemento débil dentro de cualquier conflicto armado tal y como tradicionalmente se había representado.

En un momento de la película Augusta se lamenta por no haber tenido la oportunidad de recibir otro tipo de educación que la enseñara a defenderse al igual que los hombres. Lo cual no quiere decir que finalmente demuestre que por sí sola, es capaz de enfrentarse a los mayores peligros con total autosuficiencia y salir adelante dentro de ese nocivo entorno masculino amenazante.

La última ficción que se ha encargado de ofrecer una mirada diferente en torno al universo prototípico del western ha sido la miniserie de Netflix Godless. Muchos se han encargado de erigirla como un western feminista, no solo porque los personajes más complejos e interesantes son mujeres, sino porque, además, ellas se encargan de llevar buena parte del peso de la acción.

Desde su planteamiento, los responsables no dejan lugar a dudas de sus intenciones. La acción se sitúa en el pueblo de LaBelle después de que todas las mujeres hayan perdido a sus respectivos maridos en un accidente en la mina local. Despojadas del elemento patriarcal, las viudas intentarán establecer un nuevo orden para llevar las riendas de ese pueblo convertido en una comunidad a modo de gineceo. Y aunque no todas piensan que pueden salir adelante sin la protección masculina, hay un personaje que se encarga de romper con todos los estereotipos y la mentalidad de la época para erigirse en una figura icónica. Se trata de Mary Agnes (Merritt Wever) y aunque es la hermana de sheriff en realidad terminará convirtiéndose en la auténtica líder del pueblo. De su boca salen las mejores frases de la serie cuando se enfrenta a los hombres: “Somos más fuertes de lo que parecemos”, “La felicidad no pasa por la maternidad y por tener que cuidar a los demás”, “Estamos hartas de ser las que esperan sin hacer nada”.

Mary Agnes plantará cara a las convenciones y luchará por los intereses de sus compañeras para demostrar a los hombres que no los necesitan. Su relación sentimental con una de las mujeres servirá también para romper algunos tabúes en torno a las relaciones homosexuales dentro de un género en el que no se habían tratado de una manera muy precisa hasta que Brokeback Mountain se encargó de trastocar la figura prototípica del cowboy como modelo de masculinidad.

El personaje de la amante de Mary Agnes podría relacionarse perfectamente con el de la dueña del burdel que interpretaba Thandie Newton en Westworld, otra de las series recientes que se ha encargado de romper con los lugares comunes del western, en este caso a partir de la quiebra y el cuestionamiento de sus propios moldes representacionales. Así el personaje de Maeve Millay terminaba finalmente tomando conciencia de sí misma, de su propia identidad, retando a las estructuras de poder para recuperar no solo su autonomía e independencia, sino también su dignidad como mujer. Toda una declaración de intenciones que articulaba buena parte del espíritu de la serie.

Mary Agnes plantará cara a las convenciones y luchará por los intereses de sus compañeras
Mary Agnes plantará cara a las convenciones y luchará por los intereses de sus compañeras

En Godless hay más personajes femeninos potentes. El que interpreta Michelle Dockery, Alice Flecher, una mujer que vive sola con su hijo mestizo y su suegra india, que se encuentra al margen de todo y es dueña de su propio destino, capaz de llevar ella sola un rancho, de enamorarse libremente de quien ella cree conveniente y de mantener a su familia sin importarle los vituperios y las habladurías en torno a su origen.

Las mujeres de Godless han aprendido a endurecerse. La soledad, el entorno árido y la sensación casi constante de permanecer alerta para que nadie las pille desprevenidas han contribuido a ello. El personaje de Dolores (Evan Rachel Wood) en Westworld también sufrirá una evolución similar: terminará luchando contra la naturaleza sumisa para la que ha sido programada y finalmente tomará las riendas de su vida dentro de ese universo estanco en el que ya no se siente cómoda porque es ella misma quien ha decidido subvertirlo por voluntad propia porque necesita saber dónde se encuentran sus límites.

“Probablemente el año que viene tendremos una nueva película de culto dentro de esta nueva vertiente: se titula 'The Good Time Girls' y es la ópera prima de Courtney Hoffman”

Pero a veces no hace falta alardear de frases feministas como intenta hacer Godless. A veces se trata de una cuestión de sutileza, de menos, es más, como demuestra la cineasta independiente Kelly Reichardt en su particular aproximación al mito de la conquista del Oeste americano por parte de los colonos titulada Meek’s Cutoff (2010). En ella, la directora nos sumerge en la travesía interminable e ingrata en la que se embarcan tres matrimonios en busca de un lugar donde asentarse en las tierras de Oregón. Y lo hace a través de la mirada de una de las protagonistas, interpretada por Michelle Williams, que va sufriendo una paulatina evolución que nos lleva desde la mujer que mira desde la distancia cómo los hombres deciden el rumbo de la caravana, hasta coger una escopeta y desafiar al líder del grupo para determinar ella qué camino han de seguir.

Y es que las chicas están preparadas para pasar a la acción, aunque sea de manera retrospectiva, dentro de un género, el western, sometido a un nuevo renacimiento gracias a la perspectiva femenina que ha conseguido darle la vuelta a buena parte de sus clichés. Y esto no queda aquí. Probablemente el año que viene tendremos una nueva película de culto dentro de esta nueva vertiente: se titula The Good Time Girls y es la ópera prima de Courtney Hoffman, hasta el momento conocida por ser una reputada diseñadora de vestuario que ha trabajado en títulos como Django desencadenado o Los odiosos ocho. Precisamente su estudio del western desde el punto de vista artístico le llevó a preguntarse dónde estaban las heroínas dentro de ese género y por qué no se encontraban lo suficientemente representadas. Su contestación fue un cortometraje protagonizado por Laura Dern que ahora se convertirá en película y que ya se publicita como el western feminista que siempre has querido ver.

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