_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El tiempo

El mundo era un lugar repleto de cosas que anhelaba con ferocidad, y todas estaban demasiado lejos, eran demasiado inalcanzables

Leila Guerriero
Una adolescente escribe junto a su ventana.
Una adolescente escribe junto a su ventana.GETTY

Nunca fue peor que entonces. Sabía lo que quería hacer —escribir, escribir—, pero no cómo se hacía para vivir de eso. El tiempo transcurría con una asfixia extraña, a empellones de euforia y desazón. Una mañana toda la oscuridad se había esfumado y a la siguiente estaba, otra vez, en medio de un valle de sombra de muerte. No tenía a nadie que me dijera lo único que a veces hace falta escuchar, esa frase mentirosa que reza “Todo va a estar bien”. Vagaba por una ciudad inmensa, ajena, cantando a gritos una canción de Héroes del Silencio —”tanto vagar para no conservar nunca nada”—, frenética y cardinalmente triste. En las noches, en las discos y los bares, mientras anotaba números de teléfono en mi camiseta, sudada de tanto bailar, pensaba, una y otra vez, “¿todo esto para qué?”. Brillaba con fulgor carbónico. Un tren lanzado a toda velocidad hacia el fondo del fin de la noche. Arañando entre cenizas el rescoldo de luz de una brasa que decía: “Hay que seguir. Algo sucederá”. Despertaba, a veces en mi departamento, a veces no, auscultándome con los ojos cerrados, escuchando los angustiosos latidos de mi corazón, un órgano preciso, automático, indiferente. El mundo era un lugar repleto de cosas que anhelaba con ferocidad, y todas estaban demasiado lejos, eran demasiado inalcanzables. Vivía encerrada dentro de mí como un animal, oculta y silente, aunque a los ojos de todos pareciera un demonio remitido desde su origen, un íncubo peligroso. Llenaba hojas y hojas de cuentos, de poemas —de quién sabe qué— en mi Lettera portátil. Escribía de tarde, de noche, de madrugada. Sobre una mesa de pino sin lustrar. Mirando un paisaje de cemento desde un piso alto al que no llegaba nada que no fuera la atronadora indiferencia del mundo. Todo parecía vedado para siempre. Nunca fue peor que entonces. Tenía diecinueve años. El tiempo pasa. Por suerte y menos mal. Feliz año.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_