La sombrerería Borsalino, en la cuerda floja
En quiebra la firma italiana que dio nombre a un estilo de sombrero y se asocia a personajes icónicos del cine como Humphrey Bogart, en Casablanca, o Harrison Ford, en Indiana Jones
Borsalino, la histórica marca de sombreros fundada por Giuseppe Borsalino en 1857 y pionera de la artesanía del made in Italy, está en quiebra. La grandísima deuda de 20 millones de euros que dejó el anterior propietario, prácticamente imposible de afrontar, llevó a un juez de un tribunal de la ciudad de Alessandria a tomar esta decisión, así como también a nombrar a dos administradores para gestionar todas las operaciones, el pasado 18 de diciembre. Pero aunque la situación es grave, por el momento no es definitiva. Desde la casa aseguran que van a continuar con su actividad normal, al menos durante los próximos seis meses, y que la pequeña fábrica de la ciudad norteña de Alessandria, y que desde hace tiempo funciona con 134 empleados, continuará abriendo cada día para que sus emblemáticos modelos sigan llegando a las tiendas. En cualquier caso, a partir de este momento se abre una fase incierta para la marca. Un período en el que aún puede iniciarse un proceso para encontrar nuevos dueños. Pero de no ser así, el próximo año podría ser el del ocaso de un referente del estilo transalpino, lo que supondría un golpe severo para la memoria colectiva italiana.
Es cierto que con la empresa no muere su abultada biografía de 160 años. Pero el hecho de que una de las primeras abanderadas de la excelencia made in Italy en el mundo, que consiguió que se haya identificado un modelo de sombrero con el nombre de la marca, haya tocado fondo con semejantes problemas económicos ya es sintomático. En el ambiente se plantea una pregunta: ¿Cómo es posible que una firma histórica, considerada en la industria de la moda lo que Ferrari en el ámbito del motor haya llegado a esta tesitura? Para muchos analistas esta situación es el ejemplo evidente de cómo una pésima administración económica, basada en dudosas prácticas financieras, puede influir en una compañía saludable y rentable que el año pasado facturó 17,5 millones de euros. “Es una situación absurda. Hay trabajo y hay pedidos. La decisión del tribunal solo puede enfadarnos”, declaró a los medios Maria Iennaco, del sindicato Cgil.
Mientras el valor de la marca permanece intacto, Borsalino está pagando las consecuencias de una cadena de errores de gestión. Desde que en la década de los noventa dejó de pertenecer a la familia fundadora se ha visto arrastrada por los escándalos de sus diferentes propietarios —algunos implicados en casos de corrupción nacional, como en la Operación Tangentopoli— y ha ido pasando de mano en mano. Ahora se ha convertido en una víctima colateral del anterior dueño, el emprendedor italiano Marco Marenco, que fue arrestado en 2015 cuando protagonizó la mayor bancarrota de la economía italiana de los últimos años (3.500 millones de euros). Una vez más, la fórmula que aúna moda y grandes finanzas orientadas a los beneficios y al ahorro de costes ha resultado calamitosa.
El recorrido hasta la quiebra actual fue una especie de crónica de una muerte anunciada. Aunque el concesionario de la marca desde hace algo más de dos años, el empresario suizo Philippe Camperio, ha tapado muchos de los agujeros de la deuda de la legendaria sombrerería, no ha sido suficiente. En el camino queda pendiente también su ambición de extender la firma y relanzarla sobre los cimientos de su ilustre pasado. Los números han pesado más que una casa histórica, que logró transformar un producto de masas en un objeto de culto. Eran los sombreros de Italia, que conquistaron América primero y Europa, después. Un mito alentado por la gran pantalla: nadie podría imaginarse a Humphrey Bogart e Ingrid Bergman sin sus Borsalino en su despedida al final de la icónica película Casablanca, a Harrison Ford en la piel de Indiana Jones corriendo aventuras sin su sombrero en la cabeza (por el que está dispuesto incluso a perder una mano) o a un gánster sin este complemento. El actor francés Alain Delón llegó incluso a protagonizar en 1970 la película Borsalino junto a su compatriota Jean-Paul Belmondo.
Los empleados y la ciudad de Alessandria se aferran a su buque insignia y se resisten al cierre, alentados por las palabras de Camperio: “Continuaremos con el compromiso de encontrar soluciones para conservar una casa icónica”. Temen que su historia pueda concluir por motivos que poco tienen que ver con el fieltro o con la capacidad de los maestros artesanos que consiguieron llevar el sello Borsalino a la cima. “Somos únicos”, “inventamos el sombrero” o “somos una marca reconocida en todo el mundo” son sus gritos de guerra.
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