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Tribuna
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Som escola: amén

El empeño nacionalista en manipular la escuela ha existido y ha sido excesivo

Mariano Fernández Enguita
Pintadas en el suelo que representan pisadas y lazos amarillos en apoyo a los lideres independentistas, en el colegio Ramon Llull, en Barcelona.
Pintadas en el suelo que representan pisadas y lazos amarillos en apoyo a los lideres independentistas, en el colegio Ramon Llull, en Barcelona. Samuel Sanchez

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“A la voz de ¡A mí la Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio.” Así reza el cuarto “espíritu” del Credo Legionario, obra de Millán Astray. Ignoro si aún lo practica el Tercio, cuánto y cómo, pero leo u oigo todos los días su equivalente para la escuela de Cataluña. Si durante años menudearon las críticas contra el sesgo nacionalista en la enseñanza, tras el 1-O ha habido una oleada de denuncias. Con tal crispación, raro sería que, con más de cinco mil centros y ciento veinte mil profesores, no hubiera pasado nada antes ni después de la intentona secesionista; incluso milagroso, dado el porcentaje de docentes que se definen catalanes pero no españoles o que votan a ERC, más del doble que en el conjunto de la población (datos del CIS). Lo cierto es que ha pasado, pasó antes y pasará en el futuro: actividades sectarias, textos tendenciosos, docentes que confunden profesión y fe y, sobre todo, el empeño nacionalista en manipular la escuela. ¿Cuánto? La respuesta es sencilla: demasiado.

¡Respeten a maestros y profesores, no les amenacen más! (Puigdemont) ¡La escuela catalana no se toca! (ERC). Es “atacar la profesionalidad de los docentes, injuriarlos… atemorizarlos” (Ponsati). Right or wrong, our country! (Por mi país, con razón o sin ella), brindis atribuido al comodoro Decatur, pasa por ser el ejemplo más prístino de ideología patriotera (como decir: “Por mi madre, borracha o sobria” –G.K. Chesterton). Al menos Decatur admitía que su país pudiera estar equivocado (wrong), lo que no hace la legión nacionalista. No cabía esperar otra cosa del presidente, el partido o la consejera de ocasión que ya utilizaron las escuelas y a la comunidad educativa como escudo material y humanos para su plebiscito.

Sí cabía hacerlo de Som Escola, marca que agrupa a medio centenar de entidades relacionadas con la educación. “Somos escuela”, dicen, “democrática, cohesionadora, catalana.” Resulta un insulto a la inteligencia propia y ajena celebrar y atribuirse la “cohesión” de la desgarrada Cataluña, pero así lo hacen. Política aparte, Cataluña es, según FOESSA, la cuarta comunidad más desigual en renta por la diferencia interquintiles y la sexta por el índice de Gini, los indicadores más aceptados. Sobre educación, Som escola alega que la EGD (Evaluación Geneal de Diagnóstico), da iguales resultados en las pruebas de castellano a Cataluña, 502 puntos tanto en primaria (2009) como en la ESO (2010), que a España, 500. Aparte del truco de utilizar para España la puntuación “promedio”, media de las medias territoriales –las CCAA, Ceuta y Melilla–, en vez de la media conjunta, que es de 504, para situar a Cataluña levemente mejor en vez de peor, que es más real, lo relevante es que en la EGD de primaria, 2009, Cataluña está siempre peor de lo que correspondería a su composición social (ISEC: índice socioeconómico), su PIB y su gasto por alumno (pp. 126-7, 167, 170); en la de ESO, 2010, se añade a ello el nivel educativo de los adultos (pp. 107-8, 164-9). En suma: Cataluña está algo bajo la media de España a pesar de heredar un capital económico y cultural bastante superior, y ese uso incompetente, o contraproducente, es lo que hay que explicar, no ocultar.

Som Escola recurre también a PISA 2009 para argumentar que la desventaja de los hispanohablantes se debe en parte a su condición socioeconómica (¡No había tanta cohesión?) pero choca que ignore PISA 2015, que sitúa a Cataluña siempre en tercer o cuarto lugar, entre las diecisiete comunidades, por la desigualdad de resultados ligada al estatus socioecónomico (ESCS), y otro tanto por la desigualdad entre nativos e inmigrantes. O con el índice más bajo en el sentimiento de pertenencia a la escuela entre el alumnado, con la mayor diferencia entre españoles e inmigrantes (vol. III, pág. 510); la segunda diferencia más alta en la satisfacción vital de los alumnos según su ESCS y la primera según su nivel de competencias (III, 502-5); la tercera en la diferencia de rendimiento asociada al ESCS y a la nacionalidad (III, 450-4). En suma, cualquier cosa menos la admirable cohesión que se insiste en vender y en la que, sin duda, no pocos catalanes creen. Una ficción construida, en este caso, vía cherry picking, es decir, seleccionando los datos que convienen y evitando los que no: lo último que debería hacer un educador.

Cohesionadora, pues, más bien poco, según todos los datos. Democrática, tampoco mucho, pues no lo es esa fingida o impuesta unanimidad. Catalana sí, pero a su manera, sin admitir otra.

Mariano Fernández Enguita es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense.

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