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Coordinado por Lola Huete Machado
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Aziz Sahmaoui, ministro magrebí de lo invisible

El músico renueva la tradición y colabora con una plataforma que brinda ayudas de movilidad a los artistas africanos

Analía Iglesias
Aziz Sahmanoui durante una actuación en Barcelona en 2011.
Aziz Sahmanoui durante una actuación en Barcelona en 2011.

Cuando, unas semanas atrás, se difundió la noticia de la muerte de varias mujeres y algunos niños tras una avalancha de gente que hacía cola para un reparto de alimentos, en una aldea del sur de Marruecos, hubo una foto que se multiplicó en los medios: era la de una sandalia de plástico rosa que había quedado huérfana en el suelo de tierra. Entonces, algunos evocamos la canción de Aziz Sahmaoui, Miskina, que habla de una pequeña criada que trajina de acá para allá con sus zapatos de plástico. Le comentamos esta asociación a él, al creador marroquí del ensemble University of Gnawa y asiente: “mucha gente me comentó lo de la chancla”.

Quien conozca Marruecos reconocerá en la música de Sahmaoui un paisaje marroquí, viviendo, bullendo; los demás se dejarán elevar a cielos muy azules sin oponer resistencia. Aziz creció en Marrakech (“somos de Marrakech y de Agadir”), pero hace más de 20 años que vive en París. Es un compositor sensible, que canta con la voz desgarrada de un ángel en la tempestad; es multiinstrumentista: percusionista virtuoso y acariciador de laúdes y guembris (el bajo primitivo del Norte de África). Tocó en los últimos tres discos del maestro del jazz Joe Zawinul (como voz y percusión del Zawinul Syndicate, con quienes grabó en directo Vienna nights) y fue parte fundacional de la Orchestre National de Barbès, que nació entre los bolos y las bodas que animaban un grupo de músicos magrebíes en Francia. Ha colaborado con el guitarrista francés Nguyên Lê (Maghreb and friends) y con Niño Josele, entre otros consagrados de la música europea. Él siempre aporta el aire magrebí, tan auténtico como contemporáneo. Algo viejo y profundamente nuevo.

Aziz Sahmaoui dice amar la escena, porque “sana”, e invoca al “ministro de lo invisible”. “Te sorprendes como un hombre invisible que trae algo de la tradición pero que no viene a recalentar sino a llevarla a otro lugar, la renueva”, dice Aziz en una luminosa mañana de otoño junto al río Bouregreg, el que separa Rabat de Salé. Le decimos que él, tan sobrio, transmite humildad desde el escenario, siempre, y debajo del escenario, también: “Amo y respeto a la música, y al otro ser humano, como si el otro fuera Dios”. Quizá con esa actitud humilde es como llega a ese percusionista “que da miedo... que toca fuerte, rápido... ese miedo que da no llegar”. Él sabe y no sabe que llegó (como nos pasa a casi todos) y por eso sigue moviéndose con tan debido respeto por la vida.

Ha colaborado con el guitarrista francés Nguyên Lê y con Niño Josele

“Hay un camino, pero no hay fórmulas, siempre es empezar de nuevo, renovarse en cada aventura y sanarse en la energía del otro –asegura el marraquechí–. Antes defendí proyectos que no llevaban mi nombre. Luego, cuando se fue Joe Zawinul, hubo calma y, en 2011, armé la University of Gnawa, mi proyecto actual, con músicos de Mali, Senegal y Francia, de la mano de Martin Meissonnier", dice Aziz sobre el reputado productor de, entre otros, Fela Kuti, Papa Wemba o Robert Plant y Jimmy Page.

“Parecía que antes no tenía confianza en mí, me escondía, no ponía ‘Aziz’. Y este gesto de poner mi nombre es importante incluso para esos músicos que se buscan la vida desde siempre: ‘mira a Aziz, con su nombre, a su edad, siempre se puede empezar’, porque todos los músicos quieren hacer sus discos y no todos llegan”, continúa Sahmaoui, que ya prepara el tercer disco de la University of Gnawa.

La tarea de los músicos es arreglárselas para sacar tiempo entre todos los bolos que los alejan de lo propio y, sobre todo, en África, obligados a tocar a destajo en hoteles, en restaurantes o, de lunes a viernes, en oficinas. “Tocan todo el tiempo en todos lados y deberían estar concentrados, no ensayan lo suficiente, y luego está el público, con esa falta de educación artística, que va a cualquier lado a divertirse como si fuera un estadio. Hace falta educar también a los espectadores y que los organizadores dejen ese afán por reducir y economizar, porque hay material técnico en este continente, pero no se valora la importancia de un ingeniero de sonido, por ejemplo. Hay que luchar contra la negligencia”, afirma.

"La confianza vuelve cuando te dedicas a la música con respeto, cuando vas a lo profundo, cuando buscas con trabajo tu camino"

Por eso, esta vez Aziz no ha venido a Marruecos a tocar, sino a trabajar por otros colegas africanos, en su condición de jurado de Afrikayna, una asociación para el intercambio cultural, el desarrollo y la cooperación, con sede en Casablanca: “colaboro en Afrikayna (que significa ‘hay África’ en dariya), una organización que lidera Ghita Khaldi y que –entre otras actividades– ayuda a profesionales del teatro, la música y la danza a moverse por África”. Africa Art Lines se llama la estructura que otorga ayudas de movilidad a los artistas que deben trasladarse de un país a otro del gran continente. Se abren dos procesos de selección por año: “elegimos entre las candidaturas en función de su autenticidad y les pagamos los billetes; del otro lado, el país anfitrión les brinda alojamiento”.

“Hay efervescencia –comenta el músico–, este año se presentaron 80 solicitudes y pudimos enviar gente desde Marruecos a Camerún, y a Túnez”. Y explica cómo siente esta tarea actual para con sus pares: “es que la vida del músico es buscarse la vida, luchar, padecer. Eso sí, la música te da energía, coraje, te empuja, le crees; la confianza vuelve cuando te dedicas a la música con respeto, cuando vas a lo profundo, cuando buscas con trabajo tu camino, porque hay un camino”. Y dice ‘camino’ –y no chemin– , lo nombra en español, casi con vocación mística.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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