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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿El peor escándalo de España?

Más que un caso de corrupción al uso, lo que hay detrás del caso de los ERE es la patología del clientelismo

Manuel Chaves y José Antonio Griñán en un acto del PSOE en Cádiz.Foto: atlas | Vídeo: Imagen de archivo.
Teodoro León Gross

Siete años después, el caso ERE, aunque amarillea, aún parece un asunto inextricable para muchos. Eso, a primera vista, debería exigir un acto de contrición periodística. Decía el autor de la Teoría de la Relatividad que “no entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela”. Como suele suceder, la cita de Einstein es apócrifa, y en realidad remite a Rutherford, quien dijo “no entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a una camarera” sin imaginar que en el siglo XXI habría camareras con un título lo mismo de Bioquímica o de Arquitectura y dos idiomas, y además este se la copió a un viejo matemático francés. En todo caso, es una idea recurrente. Regresando a la actualidad, podríamos concluir que "no habremos entendido realmente los ERE si no hemos sido capaces de explicárselo a todo el mundo".

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Vaya por delante, sin embargo, mi escepticismo ante eso. El caso ERE no es difícil de entender. Sencillamente muchos han mostrado muy poco interés en hacerlo, como aquel crítico literario que se resistía a leer las obras que comentaba: “para no dejarme influir”. Se diría que algunos, por evitar que la verdad les estropeara el argumento, han preferido acogerse al mantra ventajista de "el mayor caso de corrupción en España" como titulaba ABC este domingo, liquidando el asunto con ese trazo de brocha gorda sin más. Seguramente el propósito ha sido repartir la vergüenza para atenuar el impacto de la corrupción del PP. Pero, por más vergüenza que suscite, se trata de cosas muy distintas. No hay que confundir esto con tener una bolsa de basura llena de billetes en el altillo o una cuenta opulenta en Suiza. Ninguno de los veintidós cargos está acusado de llevarse nada.

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Tras los ERE hay un 'procedimiento específico' para facilitar las prejubilaciones y ayudas a empresas en crisis. Ese era el objeto del convenio firmado por Empleo con el Instituto de Fomento de Andalucía para externalizar los pagos. Pero, ¿ayudas rápidas o ayudas opacas? Ese es el quid. No había línea para separar rapidez y opacidad. A partir de ahí se puede sospechar, como Alaya, que se hizo para tener un mecanismo presupuestario de ayudas públicas sin publicidad en el Boletín Oficial, fuera de control, para crearse un espacio de sombra a través de una agencia; o se puede confiar en que la intención era simplificar un proceso intrincado ante dramas humanos inaplazables, hasta que el procedimiento fue pervertido por el abuso de algunos tipos sin escrúpulos. El juicio va a dilucidar eso.

Cuando se habla de un escándalo de 800 millones, así pues, no son 800 millones robados como se da a entender. Se juzga el procedimiento. En la aplicación de ese fondo, los llamados intrusos, es decir, quienes recibieron ayudas sin haber trabajado, son 71 según los autores de El saqueo de los ERE, Sebastián Torres y Antonio Salvador; aunque la tipología de las irregularidades se puede ensanchar con otros desajustes. Su impacto: 12 millones de euros. Aunque se sumen las subvenciones irregulares y las comisiones de los intermediarios, el tamaño del escándalo se recorta mucho. En definitiva, un 80% del fondo sí se destinó a pagar las rentas de prejubilados legales.

En el banquillo se sientan dos presidentes, una exministra y suma y sigue hasta más de veinte altos cargos, lo que convierte esto en un juicio al aparato y su modo de perpetuarse en el poder

Claro que al escándalo de los ERE le sucedió algo fatal en la sociedad del espectáculo: una anécdota grotesca que cuajó en el imaginario colectivo. Se trata de ‘el chófer de la cocaína’, imagen muy potente –como “el volquete de putas” de Púnica o los mensajes de “la madre superiora” del pujolismo– que destapaba la catadura de algunos personajes hundiendo el caso en una ciénaga moral. Ese chófer, conocido como 'el ministro' en su pueblo, donde se dejaba ver bebiendo Moët & Chandon, conducía al director general de Trabajo, que dio la denominación de “fondo de reptiles”. Un retablo chusco capaz de convertir el debate técnico en esperpento sonrojante.

Más que un caso de corrupción al uso, lo que hay detrás del caso de los ERE es la patología del clientelismo. Este es un fenómeno muy asociado a la realidad autonómica: administraciones de gasto que tienden a ‘invertir’ en la permanencia en el poder. De hecho, la alternancia electoral es insólitamente baja en el plano regional. Ya sea caciquismo tradicional a la gallega, el uso de las cajas de ahorro, las subvenciones o cualquier otro modo de financiar la fidelidad del votante. En Andalucía, única comunidad con alternancia cero, la hegemonía obedece a causas sociológicas pero también a ese abuso clientelar. En el banquillo se sientan dos presidentes, Chaves y Griñán, ambos exministros, y otra exministra que tuvo que ceder la vicepresidencia del BCI, y suma y sigue hasta más de veinte altos cargos, lo que convierte esto en un juicio al aparato y su modo de perpetuarse en el poder.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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