Cinco razones por las que 'Gran Hermano' ha naufragado quizá para siempre
Probablemente no sepas ni que se está emitiendo el programa. Su bajo índice de audiencia ha obligado a cancelar la edición VIP.
Confirmado: el público ya pasa olímpicamente de Gran Hermano. La actual edición de anónimos ha arrojado los peores índices de audiencia del programa (se llegó al mínimo histórico en la gala del pasado jueves con un 12,5% de share, lo que se traduce en poco más de 1.330.000 espectadores). Ante este descalabro el reality finalizará la semana que viene, antes de lo previsto. Y, por si fuera poco, todo ello ha llevado a la cancelación provisional de la versión VIP, cuyo estreno se esperaba para este próximo enero y todo hace apuntar que finalmente se le dejará descansar hasta septiembre. El sorprendente éxito de la nueva edición de Operación Triunfo ha pasado factura, por supuesto, pero se ha llegado a esta situación por otros múltiples motivos.
Se echa muy en falta a Mercedes Milá
Por mucho que Jorge Javier Vázquez haya hecho todo lo que ha podido desde el pasado año, aún hay muchos que no han superado la marcha de la que históricamente ha sido la alma máter del programa: Mercedes Milá. Cuando Pepe Navarro se puso al frente del show en 2002, en su tercera edición, la audiencia no se resintió tanto, básicamente porque el fenómeno seguía fresco y Crónicas Marcianas explotaba mejor que nadie todas las polémicas que acontecían en la célebre casa de Guadalix de la Sierra. Pero de inmediato desde la productora Zeppelin se dieron cuenta de que el periodista no estaba precisamente cómodo ante un formato como este.
La solución un año más tarde, como era previsible, pasó por volver a contar con Milá como maestra de ceremonias. No obstante, cuando ella se desvinculó del reality y pasó el testigo a Jorge Javier en 2016, los fans más acérrimos empezaron a quejarse de que nada era ya lo mismo. Milá se desvivía por el programa, para bien o para mal, mientras que el de Badalona simplemente ha ejercido de presentador sin implicarse en cuerpo y alma (hay que tener en cuenta que ya está más que ocupado al mando de Sálvame o Supervivientes, además de en sus aventuras en el teatro). Echarle la culpa a él únicamente es un craso error porque su profesionalidad es incuestionable, pero la sombra de la Milá es muy, muy alargada.
El carisma entre los últimos concursantes brilla por su ausencia
Dejando de lado la versión VIP del programa, que siempre ha dado muy gratas sorpresas en su casting, las últimas ediciones de anónimos se han quedado en tierra de nadie. Repasando los primeros Gran Hermano uno echa en falta concursantes más bizarros y extremos como los de antes. ¿Alguien recordará por el motivo que sea a alguno o alguna de esta edición? Va a ser que no. Ninguno de ellos puede luchar ante el legado y los minutos televisivos de oro que en su día nos ofrecieron, por citar sólo unos ejemplos, Bea 'La Legionaria', Aída Nízar, Jorge Berrocal, la picassiana Inma Contreras o Carlos 'El Yoyas'. Quienes entran a la casa ahora van con un papel más que estudiado que brilla por su falta de espontaneidad. Y, por mucho que este año hayan metido con calzador a famosos como Carlos Lozano, Kiko Rivera o Belén Esteban como artistas invitados que conviven con los anónimos, no puede rascarse nada interesante cuando el casting naufraga por todos los costados. Las estratagemas descaradas para engatusar a la audiencia sí pasan factura.
Lo poco agrada y lo mucho cansa
Dieciocho ediciones de anónimos y cinco VIPS demuestran ('reencuentros' aparte) que el chicle se ha estirado hasta la extenuación. Hasta que la audiencia no ha mostrado su cansancio en este Gran Hermano Revolution nadie se planteaba dejar descansar el formato aunque sólo fuese un año. Quizás por aquí pasa la solución. Un buen ejemplo es lo que ha ocurrido con Operación Triunfo, el cual descarriló en 2011 en Telecinco y, seis años más tarde, ha vuelto con la fuerza de un tsunami a TVE. A falta de confirmación oficial la próxima edición VIP del programa puede que arranque en septiembre, lo que deja un prudencial tiempo de maniobra para que los directores de casting sorprendan al público y que este pueda reengancharse al formato como en sus mejores días. Todo acaba volviendo, aunque nunca está de más dejar reposar las cosas.
La audiencia no perdona todo
Cualquiera que ve Gran Hermano quiere polémicas a granel, pero no a cualquier precio. El escándalo que esta temporada ha salpicado al reality, la expulsión fulminante de José María López porque presuntamente abusó sexualmente de Carlota Prado dentro de la casa, no puede tomarse a la ligera. Aunque parece que el equipo del programa sí lo ha hecho. Nadie ha dado explicaciones adecuadas y el espinoso asunto, durante unos días, fue vergonzosamente el motor del show. El público, obviamente, ha condenado esto cambiando de canal de inmediato. Ante un tema como este no valen las medias tintas.
Sobreexplotar el formato tiene sus consecuencias
Galas, resúmenes, debates… Cuando hay contenido a mansalva está más que justificado que se creen programas satélite alrededor de la órbita del programa. Pero cuando en realidad no hay nada trascendente que contar, ¿es necesario dedicarle tantas horas de la parrilla? Telecinco, en su conjunto, siempre se ha aprovechado de todo lo que acontece en la casa. Sin embargo, este año, ante las muestras de flaqueza y agotamiento del formato, ni Sálvame ni El Programa de Ana Rosa se han desvivido por contar las desventuras de los concursantes, principalmente, porque la nada más absoluta lo ha invadido todo. La maquinaria empezó como es habitual en septiembre, pero a medida que los índices de audiencia hablaban por sí solos Gran Hermano ha acabado convirtiéndose en un estorbo para la cadena de Fuencarral.
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