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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Peatón: siga la flecha

Las calles de dirección única para el tránsito de los ciudadanos con vigilancia policial exponen las políticas ultraregulatorias y paternalistas de los ayuntamientos hipsters

Escena de "Historias de "Nueva York" y del episodio que protagoniza Woody Allen.
Escena de "Historias de "Nueva York" y del episodio que protagoniza Woody Allen.

Parecía una broma, pero era una premonición: la policía municipal detiene a un peatón por exceso de velocidad. Le reprocha haber adelantado temerariamente a una pareja de ancianos. Y revisa la suela de sus zapatos, no vaya a ocurrir que hayan perdido el dibujo o la adherencia.

Parecía una broma. Y, en realidad, lo era. Manolo Summers dirigió un sketch de cámara oculta en 1982 donde unos agentes reclamaban a un ciudadano su carnet peatonal. No satisfechos con multarlo por exceso de velocidad -50 metros por hora- le exigían cambiarse de zapatos. Y le escarmentaban con un acoso al que el hombre oponía candidez y arrepentimiento.

Transcurridos 35 años del estreno de To er mundo é mejó, Manuela Carmena ha decidido organizar a los peatones en calles de dirección única. Se supone que la emergencia navideña de las aglomeraciones requiere medidas de tránsito, aunque el aspecto más sorprendente de esta pintoresca iniciativa consiste en el papel de vigilancia que asumirán los policías municipales.

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No parece que tengan autoridad para multar al peatón kamikaze —aquél que circule en dirección contraria-, pero el mero despliegue de los agentes sobrentiende un ejercicio coercitivo de la vida cotidiana. Y redunda en los excesos regulatorios que se atribuyen las administraciones paternalistas. Nos ayudan a caminar. Nos dicen por dónde ir. Y por dónde no hacerlo.

Adquiere así el ciudadano, la población, la connotación sumisa del rebaño inmaduro. Se le despoja de su criterio y de su sensatez para desempeñarse en situaciones excepcionales. Y se le constriñe a desenvolverse en la alienante imagen del “sentido único”. Peatón, siga la flecha.

El Ayuntamiento de Madrid, como el de Barcelona y como el de otros municipios obsesionados en la propaganda de la buena ciudadanía y del moralismo, ha invertido el principio francés de la eficacia. No se trata del savoir faire (saber hacer), sino del faire savoir (hacer saber). Nada hay mejor para la vida de un ciudadano que la convivencia con una administración invisible. Menos se nota el gobierno, más eficaz es la política, pero Manuela Carmena, como Ada Colau, necesita demostrarnos que nos dirige y hasta que nos cuida. Les obsesiona a ambas la implicación de la ciudadanía, aunque todos los debates que conciernen a la demagogia de la política participativa están amañados de antemano, o representan un camino para eludir la responsabilidades.

Tiene uno la impresión, incluso, de que Carmena, bastante más ególatra de cuanto denota la ternura de su carisma, aspira a instalarse en la posición panóptica de los cielos, a semejanza de aquella madre pantocrática que se le aparecía a Woody Allen en su episodio de Historias de Nueva York. Y que le hacía pesar su presencia y su capacidad escrutadora, hasta el extremo de convertirlo en un cordero pascual.

No tiene gran relevancia en sí misma aplicar en unas calles la norma del sentido único, pero sí la tiene en sentido cualitativo, porque expone la tentación de la injerencia con la coartada del bien común.

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