La mujer como desequilibrada: así trata el cine el deseo de ser o no ser madre
El mensaje rancio de familia unida jamás será vencida deja paso a visiones más feministas, pero queda mucho por avanzar. Disney y películas como la inminente Coco intentan perpetuar los viejos clichés
En los últimos meses hemos asistido a un aluvión de películas y series centradas en la maternidad, ya fuera desde una óptica abstracta y metafórica, para describir algunas ansiedades reales que tienen lugar en el seno de nuestra sociedad o partiendo de una perspectiva política y reivindicativa.
Mientras que para Darren Aronofsky el personaje que interpretaba Jennifer Lawrence en Mother! era la representación de la Madre Tierra y la fertilidad en su ridícula visión distorsionada de lo que supone la maternidad, otros directores como Carles Marques-Marcet en Tierra firme, han intentado acercarse a sentimientos más precisos como la presión que ejerce el reloj biológico en la generación actual de treintañeros.
Esta película, protagonizada por el triángulo formado por una pareja de lesbianas y un amigo dispuesto a donarles su semen, está inspirada en el ensayo de la activista María Llopis, Maternidades subversivas, en el que la autora refleja todo un crisol de nuevas realidades surgidas en los últimos tiempos en torno a la maternidad y los diferentes conceptos de familia que existen a su alrededor.
La autora intenta dinamitar a través de una serie de entrevistas la idea de maternidad tradicional que parece haberse clavado a fuego en el imaginario colectivo dando voz a las nuevas formas de entender el proceso desde todas las perspectivas posibles y aunando todos los modelos alternativos que desafían las ideas preestablecidas para crear un nuevo y más libre territorio alejado de imposiciones y mandatos.
Tierra firme, además, se erige como retrato de toda una generación que continúa ensimismada y perdida en sus propios fracasos personales y laborales. Una generación que sigue sin encontrar su hueco, que navega a la deriva y necesita de una vez por todas enfrentarse a sus deseos insatisfechos y a sus miedos. ¿Es la maternidad una fuga para escapar de ese estado de inestabilidad que da a entender la película?
Es uno de los temas que se abordan, pero también todas las implicaciones que conlleva tener un bebé en la actualidad y que seguramente no se habían planteado en su tiempo nuestros padres, en una época en la que todo era diferente. Incertidumbre a la hora de perder el estilo de vida que se ha llevado hasta el momento, la resistencia a atarse a una responsabilidad, la precariedad que persiste en el entorno del trabajo (todavía más acrecentada en el caso de las mujeres), la pérdida de la identidad individual, la presión social a la hora de apostar o no por la maternidad…
Otra película española reciente, Embarazados, dirigida por Juana Macías, también trataba buena parte de estas cuestiones desde una perspectiva similar, la de una pareja, en este caso heterosexual, en la que ella quería ser madre y él, instalado en el perpetuo síndrome de Peter Pan, se escudaba en toda una serie de razones para no asumir ese compromiso.
"Muchas películas que giran en torno a la maternidad, lo hacen partiendo de los problemas que esta decisión puede acarrear a la pareja, como si se tratara de un elemento desestabilizador y desencadenante de crisis"
Y es que muchas de las películas que giran en torno a la maternidad, lo hacen partiendo de los problemas que esta decisión puede acarrear a la pareja, como si se tratara de un elemento desestabilizador y desencadenante de crisis. Películas como Un feliz acontecimiento, del director francés Rémi Bezançon, otra adaptación literaria procedente de una mujer, la sefardí Eliette Abecassis, exploran de forma desmitificadora (aunque con no pocos lugares comunes), si ese supuesto “feliz acontecimiento” será de verdad fuente de gozo o de trauma, y si esa pareja podrá superar la prueba a la que se enfrenta o terminará siendo el detonante o el desvelamiento de sus particulares debilidades. En ella se desmenuzan los sentimientos contradictorios que se generan durante todo el proceso de gestación: esperanza, pero al mismo tiempo terror, ilusión y frustración… y de cómo la alegría se puede convertir en tristeza (y al revés) en cuestión de minutos.
En realidad, buena parte de las películas que han abordado la maternidad en los últimos tiempos se han encargado de subvertir esa concepción de color de rosa que hasta hace muy poco había acompañado a todo lo relacionado y a todo lo que implica ser madre en el seno de la sociedad actual. La idea de la familia y madre perfecta ha dejado de tener sentido por mucho que desde Disney y películas como la inminente Coco se encarguen todavía de intentar por todos los medios, y de manera alegre y colorista, perpetuar esos clichés en la mentalidad de las nuevas generaciones.
Ese mensaje rancio y obsoleto de familia unida jamás será vencida, se contrapone a visiones mucho más feministas como las que propone la directora Justine Triet en sus películas (La batalla de Solferino y Los casos de Victoria), en las que propone un modelo de mujer trabajadora, emancipada y libre, que sale adelante, aunque sea de la manera más caótica posible, sin la necesidad de ninguna figura masculina a su lado, constituyendo ésta una fuente constante de preocupaciones y de conflictos.
Y es que la presión que se genera a la hora de juzgar la conducta de una madre soltera y divorciada es todavía mayor. Algo que podemos ver en películas como Por tu culpa de Anahí Berneri. Siempre habrá algún miembro de la sociedad con la supuesta potestad o autoridad moral para desacreditar o cuestionar esa maternidad en solitario y que parezca que las mujeres son incapaces de compaginar todas las facetas de su vida de una forma plena e independiente.
La última temporada de Girls puso en ese sentido el dedo en la llaga. Cuando el personaje de Hannah cuenta a sus amigos que ha decidido ser madre, se encuentra con una casi total incomprensión a su alrededor: “Vas a ser una madre horrible”, le dice uno de sus mejores amigos. Los demás se limitan considerar su resolución como uno de sus múltiples caprichos y parecen querer de manera inmediata apartarla de sus vidas. Ya no mola tanto como antes, no se va a poder contar con ella cuando se quede para salir y sus únicos temas de conversación serán los relacionados con su hijo.
Quizás por esa razón, en el último capítulo, la imposibilidad de no poder amamantar a su hijo le causará una terrible frustración. Tampoco se librará de los consejos a la hora de si debe dar o no la noticia al padre de la criatura. Así, una cuestión tan personal como esa se convierte en realidad en una constatación de que siguen predominando los valores más conservadores a la hora de establecer que la figura paterna sigue resultando fundamental en la crianza de un niño.
La adaptación televisiva de la novela de Margaret Atwood El cuento de la criada, inserta dentro del terreno de la alegoría, servía para poner de manifiesto de qué manera la mujer continúa siendo relegada a un mero instrumento de placer o como vasija para perpetuar la especie para muchas religiones o mentalidades machistas. La capacidad reproductiva como forma de liberación íntima se convertía en un arma de represión política, control, estigmatización y humillación, evidenciando la tiranía del heteropatriarcado a la hora de seguir ejerciendo el dominio de acuerdo a sus intereses.
"Todavía queda por explorar materias tan controvertidas como la maternidad subrogada, se necesitan más acercamientos a la maternidad queer e insistir en destapar muchos tabúes en torno al instinto maternal"
Tanto el cine como la televisión todavía tienen el reto de seguir explorando muchos de los nuevos temas, escenarios y problemáticas inherentes que genera la maternidad en nuestros días. Todavía queda por explorar materias tan controvertidas como la maternidad subrogada, se necesitan más acercamientos a la maternidad queer, insistir en destapar muchos tabúes en torno al instinto maternal, a la identificación de madre como ser generador de amor y dulzura, reflexionar sobre a los diferentes modelos de crianza, el tabú de la lactancia… y sobre todo, dejar de tratar a la mujer como un ser desequilibrado en la pantalla ya sea por su deseo de ser madre o de no serlo, de querer seguir adelante con un embarazo o interrumpirlo, de querer compaginar la maternidad con una vida plena en todas las facetas de la vida, tanto profesional como emocional, sin poner en entredicho su autoridad.
Falta también analizar la maternidad desde el punto de vista económico para seguir poniendo de manifiesto las desigualdades sociales, como ocurre en la irregular, aunque interesante, Una especie de familia. Aquí una mujer que acaba de perder a su hijo, intenta adoptar al recién nacido de una madre sumida en la pobreza porque cree que puede darle una vida mejor. Y, por último, atrever a adentrarse en las peores pesadillas, como hace Lynne Ramsay en la adaptación de Tenemos que hablar de Kevin, escenificando de qué forma se enfrenta una mujer al abismo de odiar aquello que ha surgido de ella misma provocando un rechazo que determinará el futuro de ambos, madre e hijo, para siempre.
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