Paren esas balas
En Estados Unidos parece que se ha asumido que la gente de bien es la que debe vivir en alerta máxima
Hace algunos años, recién llegada a la Universidad de Iowa, me apunté a un cursillo de formación para poder sobrevivir y enfrentarme a sucesos violentos que en inglés denominan Violent Incident Survival Training. Es un tipo de curso que ofrece la policía local en muchas instituciones públicas y privadas estadounidenses. Tengo algunas nociones de kempo, y de capoeira, artes marciales que estudié en diferentes épocas de mi vida, por lo que la oferta de aquel curso me resultó curiosa. Nos mostraron un vídeo acompañado de imágenes de terroríficos tiroteos en el que nos explicaban que desde la década de los noventa había comenzado un fenómeno de asesinos en serie armados hasta los dientes. La policía no podía estar en todas partes para defendernos, y por lo visto las flexibles leyes del Estado permitían que casi cualquier persona sin antecedentes pudiera comprarse un arma. ¡Y qué armas! Sobre una mesa tenían reproducciones de las más populares que se vendían en la ciudad, incluidas las semiautomáticas, que no pesan nada y son las favoritas de los psicópatas. No daba crédito a la escena. El policía asumía estoico que sus conciudadanos, sin haberse graduado en ninguna academia, pudieran comprar cualquier arma. Nos explicaban cómo tratar de transformar el aula en un espacio seguro hasta que llegaran los refuerzos policiales a sacarnos del infierno. Trancar la puerta con un cinturón y hacer una barricada con los muebles. En las lecciones de artes marciales había que darle un golpe rotundo en la nuez a un violador y salir corriendo. Aquí lo importante es tener reflejos y lanzarle libros, y objetos contundentes a un loco disparándonos. Por lo visto tenemos más posibilidades de salvarnos si todos lo atacamos a la vez y el asesino no se lo espera, especialmente si estamos acorralados en un aula y ha logrado entrar. Recomiendan estar sentados o ubicados frente a la puerta. Vivir siempre alerta y ser conscientes de que existen este tipo de sujetos en el paisaje estadounidense. La pobre gente de la Iglesia baptista de Sutherland Spring no tuvo tiempo de reaccionar y lanzarle al asesino sus biblias, sus bolsos, sus móviles, sus zapatos. Les faltó un cursillo en el que les explicaran cómo sorprender a los perturbados con rifles semiautomáticos, porque al parecer la gente de bien es la que debe vivir en alerta máxima. Y todo para darle gusto a unos políticos que son incapaces de ponerse de acuerdo y crear nuevas leyes que se ajusten y controlen la realidad de unas armas que no se parecen en nada a las del viejo Oeste americano.
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