Estremera d’Or
Lo que importa, lo dicen los nuevos charlatanes, perdón, asesores políticos, es el relato
A mi padre, un ateazo de boquilla que blasfemaba más que hablaba, le bautizaron como Ángel en una de esas raras ocasiones en las que el nombre hace al hombre, y viceversa. Buenazo hasta la estulticia en lo importante, mi viejo era implacable azote de los dengues del prójimo, por mucho que el prójimo fuera carne de su carne. “Peor se está en la cárcel”, zanjaba, impertérrito, cualquier queja de su prole ante cualquier adversidad de la vida, fuera que nos repugnaran las acelgas de críos, o que nos suspendieran las vacaciones en el curro de adultos. A otro con problemas de señoritos. Peor se estaba en la cárcel, sentenciaba inapelable. Él, que no pisó un trullo, pero no podía imaginar peor infierno que la privación de libertad y los rigores de la trena. Claro que todo esto fue antes de que al patriarca le aflojaran los pernos de la ternura los nietos y de que las cárceles españolas mutaran en ciudades de vacaciones con rejas.
Ganas dan de reservar un mes en el penal de Estremera leyendo la nota difundida por Interior con motivo del ingreso de medio ex-Govern de Cataluña. Ya quisiera Marina d’Or tener la mitad de alicientes. Un narrador omnisciente —“los exmiembros del Govern están sorprendidos, dado que la idea preconcebida que tenían no cuadra con la realidad que viven en un ambiente distendido”, sostiene, con dos gónadas— repasa la oferta del presidio como si fuera un resort de lujo. Spinning, actividades lúdicas, inglés, caminatas al aire libre (sic), tertulias con los colegas en la celda. Un edén para cuerpo y espíritu. Ese panorama pinta el rapsoda áulico en tremendo delirio que provoca entre risa floja y sonrojo severo. De la soledad y la angustia no dice nada. Lo que importa, lo dicen los nuevos charlatanes, perdón, asesores políticos, es el relato. OK. Aceptamos cuento. Pero ciertas fábulas insultan las inteligencias. Y no es necesario. La gente tiene la mala costumbre de pensar por sí misma.
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