La lencería ya no es un secreto
Sin complejos y como señal de libertad, la ropa interior se deja ver en la calle y el sector aprovecha para seguir creciendo
Fue Marc Jacobs en su colección de otoño-invierno de 2013 para Louis Vuitton. Salió a saludar con un pijama de la colección masculina de aquel año después de que sus modelos se pasearan por una pasarela con pelucas años cincuenta y camisones, negligés (o picardías) y culottes de seda con encaje convertidos en vestidos o faldas debajo de elegantes abrigos de piel. Jacobs no solo estaba dignificando el walk of shame o el paseo de la vergüenza de vuelta a casa tras una noche larga, estaba reivindicando la lencería como prenda de día y la idea de que la mujer se sintiera bien por dentro y por fuera. Su idea caló. Primero la llevaron a la calle las gurús del street style, le siguieron otros diseñadores y pronto las influencers de Instagram que sellan hoy cualquier tendencia. Pero es ahora, cuatro años después, cuando el salto de la lencería del cajón a la calle se ha consolidado.
Primero se vieron los pijamas de aires masculinos de seda como trajes de fiesta o de oficina. Al tiempo que volvían los vestidos lenceros. La modelo Kate Moss tuvo que ver con ambas tendencias. La británica había puesto de moda aquellos vestidos en los noventa y los recuperaba ahora. Y cuando en 2015 su amiga Sadie Frost (ex de Jude Law) la fotografió con un pijama de dos piezas de Olivia von Halle, la marca de la diseñadora británica se convirtió entonces en un negocio superventas y otros le siguieron, como Thakoon, Alexander Wang, Calvin Klein o Givenchy.
La siguiente pieza íntima que se recuperó en la calle fue el body. La prenda que popularizara Bettie Page en los años cincuenta y que resurgió en la década de los ochenta entre la juventud, volvía ahora para todas las edades y cualquier momento del día, como sustituto de camisetas o camisas.
Justo fue por esa época cuando unos amigos españoles pasaban unas vacaciones en EE UU. Pepe Merino, Javier Garay y Álvaro Banús dicen que fue allí donde se les ocurrió la idea de crear Black Limba, una marca de lencería especializada en bralettes (sujetadores sin aro) cuyo eslogan es “No So Secret” (No tan secreto). “Nos dimos cuenta de que en Estados Unidos, había otro tipo de lencería, se enseñaba más, volvimos, hicimos un estudio y vimos que había un nicho”, cuenta Merino.
Black Limba nació el 7 de julio de 2016, al año de vida su facturación era de 325.000 euros, crecen un 60% mes a mes y su proyección para 2018 año llega al millón y medio de euros, en parte, gracias a su reciente expansión por países de Latinoamérica (México, Perú, Colombia y Chile).
Su éxito lo basan en dos pilares. Por un lado, su naturaleza digital: se han apoyado en el comercio online y en la promoción a través de influencers de Instagram. Como le ocurrió a la marca americana ThirdLove, que amenaza el imperio Victoria’s Secret. “Hacer ruido digital para crear recuerdo en la calle”, dice Merino. Y, por otro, en su especialización en bralettes, esa prenda que definitivamente ha confirmado la tendencia de la salida del cajón de la ropa interior hasta, incluso, su aterrizaje en las alfombras rojas. De Charlize Theron, con el sujetador de firma más famoso de la temporada, el de Maria Grazia Chiuri para Dior, a Karlie Kloss en la Semana de la Moda de París o Kendall Jenner y las hermanas Bella y Gigi Hadid día sí, día también luciendo lencería en la calle. Para ellas, en parte, fue un salto del movimiento #FreeTheNipple, nacido de la censura de las redes sociales al pecho femenino, a la calle. Y en parte, simplemente recuperaban la misma idea por la que Jacobs sacó los camisones de la cama: la libertad y reivindicar que sentirse sexy no está reñido con la comodidad.
Por todo ello este sector es uno de los más estables de la industria de la moda. “Todos los estudios dicen que, dentro de 10 años, va a estar por encima del resto y sigue creciendo un 7 u 8% al año”, explica Merino.
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